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6 de mayo de 2019

Hijo, jamás me llames coach

Mira, hijo: no importa. Es posible que no te sepas todo lo que te preguntan en el colegio, pero sabes casi todo. Además, cuando no lo comprendes, buscas ayuda. Vale, a veces preguntas a mamá, a veces a mí y otras a los abuelos. Por eso también has comprobado que nosotros tampoco nos sabemos todo; también buscamos ayuda (libros, internet o preguntando a otras personas). Pero, a lo que íbamos, vas comprendiendo lo que aprendes. Es cierto que algunas cosas te interesan menos. Tan cierto como que otras te interesan mucho. En cierta forma, también te pasa cuando tenéis que decidiros por un juego entre los amigos. No siempre hacemos lo que nos gusta más. Pero bueno, eso ya estás harto de oírnoslo.



Y en cuanto a las notas, pues sí, llegará un momento en el que tendrás que ir a por la nota más alta; tendrás que competir. No sé si es bueno o es malo, pero no siempre es tan fácil como jugando al baloncesto con los compañeros de clase, en que a veces se gana y a veces se pierde. Se lo habrás escuchado a los abuelos: cuando me preguntaban por qué jugaba con niños mayores que yo, les contestaba que me daba igual si me ganaban o si podían hacerme trampas, porque a mí lo que me importaba era jugar. Y sigue siendo así cuando me junto con ellos muchos años después. Realmente, empecé a dirigir mis esfuerzos para ganar cuando veía que a veces podía ganar. Y fíjate que he mencionado algo importante: esfuerzos. ¿Crees que jamás antes me había esforzado? Naturalmente que me había esforzado antes. Y muchas veces. Y seguí haciéndolo (y sigo haciéndolo). ¿Sabes contra quién? Contra mí. Saltar más, nadar más rápido. Hacerlo mejor, vamos.

Porque no siempre sabes cómo son los demás. En la vida hay competición, y no solo en el deporte de élite. Pero la principal competición es de uno contra sí.

Y, aunque quizá no lo creas, de eso dependen muchas de las notas que obtendrás dentro de unos años: del esfuerzo en aprender que estás haciendo ya. ¡Y qué bien sienta aprender!, ¿verdad?