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8 de abril de 2015

Impresiones del documental de SYNCNESTESIA JAZZ

No siempre que haces un experimento con gaseosa te sale burbujeante. Pero haces un experimento con seis músicos y un ilustrador, y te sale de todo. Así es el proyecto Syncnestesia Jazz.



Dicen que las sensaciones son reacciones a estímulos, que es a lo que se juega en este proyecto. Sonidos, colores y formas para nuestros sentidos, opiniones y sugerencias para orientarnos, y una actitud exploratoria que nos anima a indagar en cada uno de nosotros. Se fusionan sonidos de instrumentos, sin componer, sin escucharse ni previa ni simultánemanente: batería, contrabajo, guitarra, saxofón, marimba y theremín. Cada cual en su circunstancia, solo ante la objetividad del mundo, improvisando desde el qué sabe nadie de cada músico. Desde esa subjetividad inducida por el capricho de estos locos sinéstetas. O quizá no tan locos, ni posiblemente sinéstetas. Pero qué más da; algo nace de la mano de un grupo de personas. Nada natural, así hacemos las cosas los humanos, artificiales: como la Gioconda, como la Piedad, el Guernica, la Flauta Mágica, la Traviatta o el Jumpin`Jack Flash.

Basta una idea para aislar a un individuo y fundir su producto con los de otros cinco. Interacción a distancia espacial y temporal. El tiempo real no es para el proceso, sino para el resultado. Nada nuevo, diríais. Si no fuera por que la única consigna que tiene cada músico es tocar durante cinco minutos lo que se le antoje y como se le antoje. No hay composición, solo tiempo para improvisar mientras toca. “Tú dibuja un brazo, tú, el otro, ella, la cabeza... O lo que queráis”. Y cada cual dibuja algo, que siempre es lo que quieren, pero en ese instante. Afectos, técnica, vivencias y ánimo de cada intérprete puestos al servicio de un instrumento. Y así hasta seis. Seis fuentes de sonido que pueden ser música o no, por separado o al unísono, pero que llegan al oído y provocan algo vivo, nada cadavérico, pero en un ejercicio exquisito.

El espectador intuye a qué se expone, pero no lo sabe. Ni los músicos. Quizá tiene alguna ventaja el ilustrador, que evoca colores y traza mientras escucha. Primero, a cada uno de los músicos por separado. Finalmente, con el conjunto de sus sonidos explotando en una orgía. Y en una propuesta gráfica que llega como un sopapo, en una sincronización huidiza entre notas y trazos. La búsqueda de un encuentro entre ondas sonoras y electromagnéticas, entre Newton y Maxwell. Algo que solo ocurre después de ser sentido, y no por cualquiera, o solo por todos hasta cumplir los cuatro meses de vida. La inexplicable experiencia que araña la razón, o que la corteja. Y así pasa el artista gráfico del presente al pasado: olvida inconscientemente lo que le sugirió cada instrumento por separado, y acaba componiendo un cuadro en el que refleja lo que le sugiere el sonido simultáneo de todos los instrumentos.

Nadando entre las sensaciones, el proceso se describe y anticipa, en boca de los artistas, de la mano de un narrador de la historia del jazz, y ante los ojos y los oídos de otros tantos músicos que prestan sus impresiones al documental. Solo el sonido parece fortuito, en un siniestro plan urdido entre mesas de mezcla, micrófonos y cámaras de vídeo. El trazo sucede al sonido por décimas de segundo, y la sugerencia de toda la composición tarda unos minutos en ser oralizada. Nada es lo que parece o todo parece algo. Quizá, puede ser. Nada presume la confluencia, pero puede que sí la haya. Incluso en los bosquejos gráficos en el cuadro final. Policromía, diversidad, pero con un vórtice que sume a todo en un posible entendimiento, desde la hipótesis (la que fuera) hasta la tesis (si es que la hay). La cultura afín se deja sentir y alguno se pregunta cómo sería con músicos de otras culturas, con otros instrumentos. Puedes preguntarte si en esa convivencia hay alguna ética, o si acaso hay estética, o ambas. Pero es la menor de las preguntas. ¿Pensar, dudar, preguntarse, o emocionarse?, esa es otra pregunta mayor. Al menos da lugar a percepción, a veces de difícil escapatoria. Como difícil es el encuentro de esas subjetividades más allá del proyecto que las unió, como la madre que las parió.

Y si al final resulta que el emperador va desnudo, tanto gusto habernos conocido y seguimos en contacto.



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