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20 de mayo de 2015

Hazlo por todos

Soy una persona que acostumbra a pensar con candor. Habrá quienes me fulminen por juntar en la misma frase “pensar” y “candor”, pero no me irrita, pienso candorosamente, y así lo siento. También por ellos lo lamento. No me siento cómodo en el lodo. Hay quien se desenvuelve ahí como pez en el agua, pero tampoco me van mucho sus emanaciones. Prefiero aprender de las personas a discutir soflamas.


La amistad me parece una buena forma de conexión, tanto mejor cuanto más sincera, ya sea para un roto como para un descosido, incluso para los buenos ratos, que suelen ser los más abundantes. Pero, si no los hay, ya los habrá, me digo cuando no es así. No obstante, a veces uno se lleva desengaños. Como pasa con tantas cosas en esta breve vida, qué se le va a hacer.

Sin ir más lejos, aquí cerca, sin irme por los cerros de Twitter, he notado la ausencia de personas que compartieron juegos y risas de niños y en la adolescencia. Personas que de una forma u otra dejaron parte de su impronta en mí mientras nos merendábamos bocadillos de chorizo y queso, mientras chismorreábamos de cromos, del último juego del Spectrum o de las fiestas del pueblo. Personas que respeto y de los que guardo imágenes imborrables de nuestras primeras salidas con el coche, de nuestras primeras borracheras y de nuestros primeros escarceos para arrimarnos a un grupo de chicas. Recuerdo aquellas cosas comunes que teníamos en pandilla, comunes también a otras pandillas. Tampoco eran tan distintos los intereses en uno u otro grupo. Pero las cosas empezaron a cambiar, como si fuera ley de vida. Acaso es ley de vida, ¡qué diantres! Pero tanto, que ya no reconozco a algunos amigos o algunos ya no me reconocen. O las dos cosas. Ley de vida, como parece. Sin embargo, algo aprendí sobre la justicia cuando Edu se llevó una manta de hostias por defender a René de cuatro abusones –alguna hostia me salpicó–. O de la solidaridad, cuando pusimos el dinero de Salva para que se viniera también al cine del barrio, muchas veces. O saber de dónde veníamos cuando nos contábamos las peripecias de nuestros padres y abuelos cuando llegaron a Madrid. También hicimos de las nuestras, pero siempre supimos quiénes éramos.

Ahora nos separa el estatus, nos hacen creer. Pero seguimos siendo los mismos en esencia, hijos de obreros, currantes. Que tengas un chalé, que no tengas curro, que estés en la cresta de la ola, que estés pasándolas putas... no te hace diferente en esencia a quien eres, a quien siempre has sido. Tú no eres un corrupto ni un ladrón ni un asesino, no necesitas un golpe de suerte ni un favorcillo ni una burbuja donde protegerte de la chusma. No te dejes engañar por cantos de sirena ni por datos cocinados o enlatados. Es probable que la experiencia te haya dado más sabiduría. No la desaproveches y vota para recuperar parte de tu infancia. Abre los ojos y vota justicia, solidaridad y realidad. No resido en Madrid; si así fuera, votaría a Manuela Carmena. Si la vas a votar, no lo hagas por mí, hazlo por todos.


2 comentarios:

  1. Una señora responsable, demócrata, culta, con criterio... No hay color con la loca del cajero. Vamos, vamos!!!!

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  2. Qué cierto. Tienes un piso, un coche y in trabajo y el que venga detrás que arree. Pero a la hora de la verdad te quejas de que no hay guarderías, de que los sueldos son una mierda, que el ipc no refleja ni de coña lo que sube todo... Y la culpa siempre es del gobierno. Hay que mojarse aunque sea una vez cada cuatro años.

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