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5 de octubre de 2015

Tenemos hijos, tenemos que hacer números... Qué triste

No acabo de entender por qué, según mi percepción, hay una opinión mayoritaria a favor de la creación de instituciones donde asistan los niños con el principal fin de completar la jornada familiar. La mentalidad que percibo, que no soy capaz de atrapar, se caracteriza por una serie de rasgos (quizá me refiera a una supuesta clase media).







Entre otros rasgos, serían los siguientes:
  • El hijo como una posibilidad del adulto, como algo similar a un bien (que no me atrevería a denominar de consumo, pero casi; quizá más adelante establezca un paralelismo).

  • El hijo como una necesidad del adulto: como si se contemplara la visión psicosocial de Erikson, e.g., según la cual la vida va por etapas.

  • El Estado no somos todos, sino que es un ente ajeno al que podemos pedir cuentas. Como si fuera una empresa y nosotros sus clientes, y siempre tuviéramos razón.

  • En ese sentido, los hijos son una carga que la familia (los adultos de la familia, más bien los progenitores) por sí sola no es capaz de soportar y para lo que, por tanto, el Estado debe ayudar.

  • El trabajo en el hogar no es trabajo. Porque se parte de la idea de que la remuneración son ingresos, no beneficios, en términos de cuenta de resultados.

  • En relación a este último rasgo, los ingresos dinerarios parecen permitir un estatus superior al que realmente se disfruta: se disparan los créditos. El tren de vida como imagen: la asistenta, la guardería, la mejor vestimenta, el mejor coche, la mejor casa (bueno, esto último no tanto desde los últimos cinco años; debería matizarse con la “mejor casa que se puede pagar”).

  • Etc.
Desgraciadamente, cuando creí que solo era una percepción personal, me llegó una información que vino a corroborar algunos de estos aspectos y a recordarme otros. En vísperas del día internacional de la mujer de 2007, se emitía en televisión un reportaje (1) en que una periodista iba siguiendo a algunas familias con hijos, para mostrarnos cuáles eran sus dificultades para compaginar su vida laboral con su vida familiar (lo de conciliar me suena hipócrita). Me estremecía y parpadeaba estupefacto al comprobar que las familias que se mostraban eran: la directora de una agencia de publicidad, una azafata de vuelo y una directora de marketing que trabajaba desde su casa. ¡Menuda representatividad! Bueno, para no omitir nada, he de decir que también se mostró una iniciativa del Ayuntamiento de Madrid (siendo Alberto R. Gallardón su alcalde) para mantener atendidos hasta las ocho de la tarde en algunos colegios a los hijos de familias que trabajan. ¿Saben qué tipo de población utilizaba este servicio? Lo han adivinado: población inmigrante. ¡Qué generosidad la de los servicios sociales del Ayuntamiento de Madrid!

Es curioso que los hijos de las tres trabajadoras que primero he citado fueran atendidos en casa por “chachas”, mujeres sudamericanas, algunas sin papeles, que posiblemente tuvieran que haber dejado a sus hijos en el colegio hasta las ocho de la tarde.

¿Qué tipo de progreso económico estamos logrando?

Puede parecer endogámico, pero no lo es en el sentido nacional. Lo es en el sentido de siempre: en el de las clases dominantes. Basta con comparar los sueldos de quienes trabajan en la asistencia infantil (de momento no la voy a llamar Educación) con la de aquellos que dejan a sus hijos en guarderías (no me gusta este término, pero dada la dotación con que cuentan, he de sumirme en la consideración que reciben incluso a nivel institucional). Muchas familias, mejor, muchas madres, se formulan la siguiente pregunta: “¿Me compensa seguir trabajando si el sesenta por ciento de lo que gano lo tengo que destinar al pago de la guardería y además no disfruto de mi hijo?”. Si ganaran como educadoras, ni se lo planteaban: no trabajarían (o quizá sí, porque el convenio estatal del sector (privado (2)) ofrece una mejora social: la plaza y su gratuidad en el centro en que la madre trabaje).

Quizá una de las pegas de la LOGSE (3) fuera la de generar grandes expectativas como la de la Educación Infantil. El segundo ciclo fue un logro, pero el primero solo lo fue para quienes tuvieron la suerte de acceder (o de trabajar en) a escuelas infantiles, 100 % públicas (no en guarderías):

Evolución de las tasas de escolarización en las edades de Educación Infantil.

Fuente: INCE (MEC). Evolución de las tasas de escolarización en las edades de los niveles no obligatorios. Sistema estatal de indicadores de la educación 2004

Como muchas veces, los presupuestos. La Educación Infantil es cara. Hasta los tres años, por decirlo gráficamente, la escolarización no es obligatoria, ni para la familia ni para la Administración; sí lo es para la Administración a partir de los tres años. En el diseño de la LOGSE no se debieron de prever las necesidades para el primer ciclo –digo yo
. Para el segundo ciclo fue relativamente fácil la reconversión: las escuelas infantiles dejaron de “fabricarse” para segundo ciclo y los niños de estas edades pasaron a los colegios, con estructuras suficientes en época de baja natalidad.

Se siguieron construyendo edificios públicos para el primer ciclo. Con una salvedad: gestionados cada vez más por empresas privadas (especialmente cooperativas en la Comunidad de Madrid, al menos inicialmente, años 1996-2000, y en los últimos seis años, ya en manos de grandes corporaciones). Esto no solo ha sido en Madrid (gobernada por PP), sino también en Castilla-La Mancha (gobernada por PSOE hasta 2011). Es una salvedad importante por la siguiente razón: “las empresas privadas son mucho más eficientes”. En los modelos de ambas Comunidades Autónomas se ha venido compartiendo el criterio de la eficiencia de sus titulares gestores, empresas privadas. Como decíamos, es natural que sean más rentables (como sistemas cerrados es obvio, pero como parte del tejido económico, habría que verlo): alrededor de un ochenta por cierto de sus gastos son de personal (salarios, gastos sociales...). Por tanto, es fácil que sea más rentable (más eficiente, en el lenguaje liberal) una escuela privada donde sus trabajadores perciben poco más de la mitad de salario que sus homónimos funcionarios. ¡Así cualquier Administración ofrece servicios!

Vamos, que la subvención viene de dos fuentes: de la Administración Pública y del esfuerzo de las trabajadoras (el 99 % son mujeres) de los centros de educación infantil (ahora sí, en nombre de ese esfuerzo por un exiguo salario, ahora sí merece la pena apelar así a estas instituciones).

Pese a ello, además, la plaza no es gratuita y esto abunda más en la idea soterrada de que el ciudadano utiliza estos servicios como si fuera un cliente, porque el pago de las cuotas parece darle aún más derecho. Derecho a que su coche, perdón, su hijo se mantenga en perfecto estado, cumpla bien todas las revisiones y, cuando toque, se le haga una puesta a punto.

No quisiera dejar de lado otro tipo de guarderías: Me estoy refiriendo a aquellas que completan la jornada escolar con actividades extraescolares. No voy a entrar en sus contenidos, ni en la supuesta función paliativa que desempeñan (a los adultos más que a sus hijos, creo), pero querría incidir igualmente en sus bajos costes salariales (siempre en relación a los ingresos de las familias destinatarias).

Todo lo cual me lleva a cuestionar si todos los educadores cuentan con la misma consideración, si son valorados con la misma mentalidad. Parece que no.

Por todo esto, se antoja un cambio de rumbo, ya no solo en términos de consideración social hacia las “educadoras de niveles de tiempos no obligatorios”, sino en términos económicos. Bien, ¿por qué no evaluar, incluso cuantitativamente, los costes del actual modelo? ¿Por qué no diseñar otro modelo, más afín al de otros países de la UE, en que los progenitores pudieran disponer de más tiempo para estar con sus hijos? Un modelo diseñado y presupuestado, que se pudiera comparar con el modelo actual también en términos cuantitativos, por qué no.

Semejante estudio sería complejo, quizá incluso costoso, pero quizá resultare amortizable. Téngase en cuenta que los costes educativos actuales incluyen muchas partidas que no siempre son estrictamente académicas, sino que se refieren a otro tipo de estructuras como “diversificación”, “enlaces”, etc. Así como otros ámbitos ligados de manera indirecta al desarrollo del alumno: equipos de orientación, psicólogos y otros especialistas externos al sistema educativo... Y, cómo no, habría que añadir todos los sobrecostes originados por la “conciliación de la vida familiar y laboral” especialmente repercutidos en los adultos: docentes de primera, docentes de segunda (o “extraescolares”, a los que nos referimos), progenitores, abuelos-canguros...



El modelo alternativo debería mantenerse en la dirección de la plena integración de la mujer en el mercado laboral. Pero, esta es la pega, deberíamos avanzar hacia una cultura no machista, en que la mujer gozara y asumiera los mismos derechos que el hombre. Solo así sería planteable una reducción de jornada apta para ambos géneros, que no supusiera un esfuerzo excesivo y que aleccionara tanto a hombres como a mujeres para ejercer de progenitores. Es cierto que las leyes no cambian la mentalidad (Digamos que mos-moris, costumbre, va antes que la Moral, que el conjunto de normas, también antes que las leyes, en el más puro sentido etimológico), no de golpe, pero coadyuvan a que se desarrolle la cultura en una o en otra dirección, en la medida en que actúan sobre la sociedad, de la que la cultura es su manual. De hecho, no una ley, sino un corpus como el amparado con Nuestra carta Magna es el que ha favorecido que la mujer haya ido recuperando un papel digno y aun su identidad en España. De manera que, ¿por qué no legislar (previo acuerdo, obviamente, como no puede ser de otra forma en democracia) a favor de una atención mayor de los progenitores a sus hijos? Quizá no con carácter prescriptivo, sino de índole estimuladora para las empresas y para los trabajadores. Por ejemplo: Incentivos fiscales proporcionales al coste de la vida, no simbólicos, para los trabajadores; ayudas directas en pagos básicos o de primera necesidad; compensación en las cuotas de la seguridad social de las empresas, o en la fiscalidad, o ayudas directas; reestructuración de horarios, como aumentar el número de puestos con jornada continua... Pero es complicado, lo imagino.
En cualquier caso, debería valorarse también si estos cambios también contribuirían a mejorar nuestra productividad, sin producir grandes dislates en nuestra estructura económica...

Necesitamos niños y eso no debería ser un problema.



(1) “Superwoman”, del programa Mi Cámara y Yo, de Telemadrid. Este reportaje obtuvo, el año después, el Premio Ocho de Marzo de Igualdad de Oportunidades en Medios de Comunicación y Publicidad, otorgado por la Dirección General de la Mujer de la Comunidad Autónoma de Madrid.

(2) Aunque se construyen edificios públicos, en los últimos quince años hay una tendencia clara para que estos centros sean gestionados (explotados es la palabra que se utiliza para su licitación) por empresas privadas.

(3) Ley Orgánica 1/1990, de 3 de octubre, de Ordenación General del Sistema Educativo.




6 comentarios:

  1. Hoy en día tener hijos es algo que muchos lo ven como suicidio. Realmente son una alegría para nosotros, padres, preocupados por su educación, que no terceirizamos su vida en manos de guarderías, clases, extraescolares... mientras papá y mamá van a trabajar.
    En el fondo el problema está ahí, en que la madre ha perdido su lugar y función en la familia, al igual que el padre. Los hijos son "otros" los que tienen que cuidarlos; y las consecuencias de esa terceirización se ve con el paso de los años.
    Pero, a ver quien le pone el cascabel al gato... Hace treinta años el reparto económico era más equitativo y, sin ir más lejos, en mi casa, con un salario de un trabajador industrial (simple), vivíamos una familia de cuatro miembros, con todas las necesidades básicas cubiertas, piso en propiedad, coche... Y no había necesidad a que la madre se ausentase de casa, oiga.
    Hoy, con los dos fuera de casa, mal consiguen llegar a final de mes, viven por y para trabajar. Los hijos... bueno, un efecto colateral de un impulso egoísta y egocéntrico de realización personal, momentáneo... que cuando ha pasado un cierto tiempo, ni son tan bonicos ni tan graciosos. Que los cuiden otros, vamos.
    Sí, hay que cambiar muchas cosas de mentalidad...

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    1. Los hombres tenemos que empezar a cumplir nuestras obligaciones con nuestros hijos: ser y hacer de padres http://misterioeducacionyciencia.blogspot.com.es/2015/02/la-madre-no-era-el.html
      Gracias por comentar.
      Un saludo.

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  2. Buena opinion pero como en todo en la vida generalizar es algo muy sencillo.Estoy orgulloso de poder compartir trabajo y familia y la educacion de una hija a partes casi iguales, diria que la educación es el eje de todo y que lo normal es querer criar personas cultas e inteligentes. Desde luego el cambio de modelo productivo no nos lo podemos inventar rápidamente los padres y madres asalariados. Quienes tienen que reflexionar sobre todo esto son los directivos de las empresas,las grandes y las menos grandes. Quizá para ellos sí que las prioridades son materiales y no pertenecen ni se consideran dentro de esa clase media.
    Yo a eso lo denominaría "same old story"

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    1. Comparto que no podemos dar un vuelco rápido al modelo productivo quienes nos movemos como hormiguitas en él. Creo que tampoco debería ser un vuelco brusco, sino progresivo, el que se diera desde instancias "superiores". Sin embargo, merece la pena tener en consideración el valor que se le da a quienes "atienden" a nuestros hijos. No es de recibo que una persona que adquiere la responsabilidad de estar con nuestros hijos en una escuela infantil durante 8 horas (o más) cobre poco más que el SMI.
      Gracias por el comentario.
      Un saludo.

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  3. A mi me encantan los niños, me encantaría tenerlos. Pero por mucho que me gusten, soy consciente de que no podría darles la vida que yo quisiera. Y para traer un niño al mundo a pasar penurias, prefiero comérmelas todas yo que cuando venga, disfrute de la vida.

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    1. Tristemente, esa forma de pensamiento (o similar), abunda en muchas personas hasta que pasan de los treinta años. Parece que nunca es el momento. Y, parece que según pinta la economía, el trabajo..., nunca será el momento. Pero, a decir verdad, hay sociedades (la mayoría) en que la situación es mucho peor que en la nuestra (en la actualidad). ¿Es una cuestión de percepción? En parte sí. Es un asunto complicado en el que no solo interviene la decisión de los potenciales progenitores, sino del sistema de apoyo social, de la cultura de éxito personal preeminente, y de un sinfín de variables. Pero merece la pena reflexionar sobre ello. Individual y colectivamente.
      Gracias por comentar.
      Un saludo.

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