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12 de diciembre de 2012

Del interés de contar cosas


Es de sentido común que sin creación no hay novedad, y que sin novedad, no hay cambio (tampoco mejora). Por tanto, el conocimiento está bien, pero no es suficiente sin la imaginación. Es una cuestión de aritmética elemental. Pero al menos debe haber unos mínimos. En el caso del lenguaje, en tanto en cuanto común –pues si no, no habría comunicación, intercambio humanos propiamente dichos debe haber un sistema básico: código lingüístico y otros códigos extra-lingüísticos, que varias personas seamos capaces de codificar y decodificar ¡vaya!, suena redundanteEsos mínimos hacen el papel de ingredientes, como si de un guiso se tratara. Con ellos nos podemos alimentar y satisfacer, pero no habremos disfrutado de un sabroso guiso si no hubiéramos realizado algunas cosas más: si echamos patatas, puerros, cebolla y zanahoria a una olla con agua, tendremos algo parecido a la porrusalda, nos lo comeremos y puede que incluso dijéramos: “¡qué rico!”. Pero jamás cerraríamos los ojos ni sonreiríamos ni musitaríamos un sonido de placer de no haber sofreído  antes la cebolla. Ese toque del sofrito es la literatura en el lenguaje, es el toque que alguien imaginó alguna vez.

Trataré de ilustrarlo con el siguiente ejemplo: Imaginemos una situación de aula en la que el maestro presenta el modelo copernicano a sus alumnos de seis años. Puede hacerlo de diversa formas, veamos dos representativas:

A. «Ésta es la Tierra (mostrando una pelota de tenis) y éste es el Sol (mostrando un balón de baloncesto). En la Tierra pongo este muñequito (ancla con celo –en los dos sentidos- una figurita de plástico a la pelota de tenis). Si muevo el balón, al muñequito le parece que se mueve el balón (moviendo el balón). Pero no, no es así; lo que se mueve es la pelota de tenis alrededor del balón. Por eso el muñequito cree que se mueve el balón (Todos, incrédulos: “¡Ah!”)».

B. (1ª parte) «Hace muchos años había una tortuga que vivía muy tranquila en un playa. Un buen día llegó a la playa un tigre. Era un tigre muy rápido, el más rápido de todos los tigres. Pero también el más engreído; pues presumía de ser el más rápido de todos los tigres y de todos los animales. Por eso, viendo a la tortuga tan tranquila, la retó a echarle una carrera. La tortuga, que tonta no era, le propuso las reglas: ganaría aquél que primero llegara a su casa. El tigre, que tenía su guarida donde acababa la playa y comenzaba la selva, empezó a frotarse las manos: “Pan comido”, se decía. Comenzó la carrera y, en menos tiempo de lo que tardo en contarlo, la tortuga escondió las patas y la cabeza en su caparazón. Cuando el tigre llegó a su guarida, se asomó tras los últimos árboles de la selva. ¡Cuál fue su sorpresa cuando vio el caparazón de la tortuga en el mismo sitio en que la dejó!, pero sin patas y sin cabeza. El tigre se acercó a la tortuga y empezó a buscar su cabeza para decirle que había ganado él. 
Como no la encontraba, empezó a dar vueltas alrededor de la tortuga, pero nada, no vio la cabeza por ningún lado. De modo que pensó una solución: con sus garras dibujaría una raya cada vez que anduviera un paso alrededor de la tortuga.
Al principio parecía fácil, pero al cabo de un rato se dio cuenta de que había dado una vuelta completa a la tortuga. Así que, tras mucho cavilar, ideó otra solución: hizo una raya más grande en un lado.Empezó a dar vueltas, pero nada, no encontraba la cabeza de la tortuga. Pero aprendió una cosa: cada vez que llegaba a la raya grande, parecía, que la raya se 
acercaba y cada vez que la pasaba, parecía que la raya se alejaba. Dio muchas vueltas hasta que se cansó. Se rascó la cabeza, con cuidado, para no arañarse, y se dio cuenta de que había dibujado un sol. Bueno, al menos aprendió que el sol puede estar quieto aunque parezca que se mueve». (Esto genera preguntas en el niño).
(2ª parte, otro día) «Érase una vez un gigante bailarín que no paraba de dar vueltas. Nunca se mareaba, jamás, porque era bailarín. Pero no era muy listo y creía que todo daba vueltas. Siguió y siguió dando vueltas hasta que un día se paró a descansar. Entonces vio que los árboles ya no se movían, que las montañas estaban quietas. ¡Si la Tierra se parase a descansar!».

Bueno, digamos que esto podría valer como organizadores previos para el aprendizaje significativo propuesto por Ausubel. En Infantil es especialmente necesaria la actividad del alumno, pero sin estos organizadores el niño ni siquiera puede intuir ideas tan abstractas como que la Tierra gira sobre sí misma y en torno al Sol, tan en contra de su conocimiento perceptivo. Sin embargo, muchas veces podemos precipitarnos con modelos aparentemente tangibles pero nada intuitivos, como el modelo A.; a veces conviene racionalizar el contenido y presentarlo poco a poco, aunque sea como un método de pensamiento cuasi divergente, que le invite a la reflexión o al cuestionamiento de su realidad. Así funciona la ciencia también, con alternativas al conocimiento.
Pero ¿sin interés...? Sin interés poco podemos hacer.

En fin, sólo es una reflexión.

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