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19 de enero de 2015

Frenando una epididimitis crónica... ¡Ohhhhhmmmmm!

La inflamación del epidídimo le torturaba cada mes, durante tres o cuatro días. Sabía que era del epidídimo desde hacía dos semanas. Después de dos años con dolores cada vez más frecuentes, se había estado temiendo lo peor. Pero, desde su última cita con el urólogo, empezó a ver más luz al final del túnel. Y nunca mejor dicho.



En cierta forma fue un alivio descubrir que funcionaban los antibióticos. Y, hasta cierto punto, que había dolor; no se podía excluir la posibilidad de que fuera un tumor, pero era improbable.

No recordaba cuándo fue la primera vez que sintió el dolor, pero no puede olvidar la primera vez que fue a urgencias, con el testículo del tamaño de una ciruela, con fiebre alta... Casi hubiera deseado que se lo arrancaran. El médico le torturó aún más en la exploración: "Tiene una masa, pero no podemos descartar que sea una torsión del testículo. Vaya ahora mismo al hospital". En el hospital descartaron la torsión y apostaron por la infección: le administraron antibióticos.

Durante una semana estuvo a base de ibuprofeno (antiinflamatorio no esteroideo) y ciprofloxacino (antibiótico de amplio espectro), y durante una semana más, con el antibiótico. Remitieron la hinchazón y el dolor.

Pero el problema seguía ahí y los síntomas continuaron apareciendo.

Fue el urólogo quien determinó el diagnóstico: orquiepididimitis, o bien, epididimitis, simplemente. La ecografía de escroto mostraba la masa o el quiste o el absceso, la analítica de sangre y orina mostraban valores normales, también dio negativo el cultivo para tuberculosis y los marcadores tumorales presentaban concentraciones bajas. La próstata tenía un tamaño dentro de lo normal. El paciente no había tenido prácticas sexuales de riesgo y su pareja nunca presentó síntomas de infección de las vías urinarias.

Pero había un dato anómalo: la flujometría daba un caudal de orina por debajo de la media. Además, por cuestiones administrativas, el urólogo no contaba con todo el historial médico del paciente, quien le informó que fue operado trece años atrás de una estenosis en la uretra. "¡Eso lo cambia todo! No es determinante, pero puede explicarlo", exclamó triunfante el urólogo. En esa misma sesión, el galeno se dispuso a practicar una cistoscopia a la uretra del paciente. Ante la imposibilidad de pasar el catéter óptico, intentó practicar una dilatación, pero tampoco fue posible. Y esta fue la solución: "Quitaremos la estenosis".

Y funcionó.

¿Por qué funcionó?

Ruego que me disculpéis si no utilizo términos específicos ni desarrollos escrupolosamente técnicos, pues solo pretendo mostrar una explicación suficientemente comprensible para cualquiera que no sea experto en urología ni en mecánica de fluidos.

 Aquí tenéis un dibujo del aparato reproductor masculino:



El epidídimo es un tubo fino, largo (seis metros) y rizado, ubicado en la parte superior del testículo. En el epidídimo se maduran y se activan los espermatozoides producidos en el testículo y que ascienden por el conducto deferente hasta incorporarse a la uretra por el conducto eyaculador.

Normalmente, como podéis imaginar, la orina no llega al epidídimo, pero es factible que lleguen gérmenes eventualmente. Cuando estos llegan y no son eliminados, aparece una infección que puede dar lugar a inflamación: se produce la epididimitis.

Son diversos los microorganismos que pueden provocar la infección: en una gran proporción de epididimitis esta es provocada por el gonococo (Neisseria gonorrhoeae) o por la Clamidia (Clamidia trachomatis), pero también son frecuentes los contagios por Escherichia coli (una enterobacteria presente de manera natural en el organismo).

Sea como fuere, el caso es que una vez tras otra el paciente recaía tras el tratamiento antibiótico.

Algo hacía que se reprodujera la infección crónicamente. La hipótesis del urólogo fue:
a) Que la presión de la orina debía aportar energía suficiente para que microorganismos que debían ser eliminados por la uretra accedieran con "suma facilidad" al conducto eyaculador, descendiera por el conducto deferente y se alojara en el epidídimo.
b) Y que, por tanto, si disminuía la presión, evitaría la conducción "fácil" de microorganismos infecciosos hacia el epidídimo. Con lo que se evitaría la cronificación de los síntomas.
c) Como al menos había algo que podía ocasionar ese aumento de presión en la orina, y ese algo era un estrechamiento brusco (estenosis) de la uretra, habría que eliminar el estrechamiento.

Algunos recordaréis algo de hidrodinámica y puede que os resulte útil, especialmente si consideráis que la orina es un fluido real y que un estrechamiento en la uretra causa turbulencias, con consiguientes pérdidas irreversibles de energía. Si no recordáis bien aquellas nociones, podéis imaginar que la uretra funciona como un circuito eléctrico por el que circula corriente eléctrica y en cuya trayectoria se ha colocado una resistencia. Si tampoco tenéis clara la ley de Ohm, recurrid a vuestra experiencia y comprobad cuánto tardáis en llenar un vaso de agua con el grifo poco abierto o muy abierto.



La experiencia del grifo es similar a la flujometría que llevó a cabo el paciente: consiste simplemente en medir la cantidad de volumen que sale en un lapso de tiempo. La tasa de flujo promedio para hombres en la edad del paciente es de 20 ml/s, mientras que las tasas que daba el paciente en sucesivas flujometrías no pasaban de 10 ml/s. Por tanto, sin otra patología aparente, la estenosis o estrechamiento de la uretra debía ser la responsable de una pérdida de tasa de flujo respecto a un varón sano. Y una pérdida de tasa de flujo implica una pérdida de energía por algún tramo de la uretra. Y si la caída de tasa de flujo es importante en relación a otras personas, la pérdida energética podría ser explicada por una singularidad en el tramo. Y, efectivamente, hay una singularidad, en este caso una resistencia al flujo, que es el estrechamiento o estenosis. El torrente proveniente de la vejiga “choca”, se produce un reflujo turbulento (imaginad millones de rebotes de partículas de agua) que crea un embolsamiento e incrementa la presión inmediatamente antes de la estenosis. Con una presión suficiente para crear un flujo desde ese embolsamiento hacia el epidídimo a través del conducto deferente y tras franquear el conducto eyaculador.

En honor a la verdad, el paciente no volvió a padecer síntomas dolorosos ni inflamación, pero el absceso sigue ahí después de la uretrotomía que le practicaron. Ahora se sigue la evolución de esa masa semestralmente y de momento se sigue descartando la epididimectomía, una intervención que conlleva más riesgo y más complicaciones.


3 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho el artículo, como para preguntarte si la semana en la que se te hinchan las pelotas coincide con la menstruación de tu mujer....

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  2. zona linfatica inflamada sin respuesta a los antibioticos: prueba de mononucleosis

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  3. Sencilla explicación, pero potente. Gran post

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