Páginas

15 de diciembre de 2012

Esfuerzo pese a todo



Decir hoy en día que estamos en manos del capital suena tan poco vigente e indeterminado como la teoría del flogisto en el s. XIX, está superado.
Lo que expuse en las entradas Trabajo,esfuerzo y crisis I y II, venía a ser una aproximación general, a modo de pensamiento lateral, para tratar de comprender por qué nos hallamos en la denominada crisis económica y financiera. Con esta nueva entrada al blog trataré de explicar esas primeras reflexiones con algunos ejemplos, generalmente en la misma dirección: esfuerzo o trabajo se dan casi siempre, pero lo importante es la intensidad en una u otra dirección.
Para comenzar me voy a permitir una pequeña licencia: servirme de un modelo teórico de la mecánica clásica, según el cual, podemos asumir de forma reducida la definición de trabajo como una magnitud que indica el efecto de la aplicación de una fuerza para el desplazamiento de un cuerpo en una determinada dirección en el espacio. Su fórmula intuitiva es la siguiente:

Donde F indica la fuerza ejercida y d, el desplazamiento. Lo significativo de esta formulación es que, aunque el trabajo W es escalar (sólo es una cantidad), tanto la fuerza como el desplazamiento se producen en sentidos y direcciones concretas (las flechas simbolizan esto, indican que fuerza y desplazamiento son vectores). El trabajo puede tomar valores positivos, negativos e incluso el valor nulo (cuando son perpendiculares la dirección de la fuerza y la del desplazamiento).
Tras este breve repaso, pasaré a exponer algunos ejemplos, en los que puede subyacer este modelo, y de donde podremos extraer algunas conclusiones.
Imaginemos a un estudiante que acaba de doctorarse y a quien le conceden una beca de investigación en una empresa. Transcurridos tres años investigando, llega a publicar su primer artículo en una revista de cierta resonancia en su campo. Lo publicado formaría parte de un estudio que aportará una mejora en una fase del proceso de producción de determinados productos comercializados por su empresa. Al cabo de un año, son implementados los resultados de su estudio y, al cabo de seis meses, se habría constatado su mayor eficiencia. Paralelamente, el investigador habría ido estrechando lazos con personas influyentes de su organización. Por todo ello, al cabo de cuatro años más, sus méritos serían reconocidos y se le nombraría director de producción. Como la coyuntura fuera buena, sería propuesto para consejero delegado, puesto que comenzó a desempeñar a los once años de su llegada a la empresa. Su perfil respondía a las expectativas de diversas empresas, de manera que, con el tiempo fue desarrollando su profesión como alto ejecutivo en diferentes sectores, sucediéndose en algunas ocasiones fuertes compensaciones económicas en forma de stock options, bonos, etcétera.
A primera vista la carrera profesional de esta persona parecería impecable, pero ¿estaríamos de acuerdo si la empresa en que se desarrolló se dedicaba a la fabricación de armas? Seguramente disentiríamos en nuestras apreciaciones: valiéndonos de la definición física de trabajo (y sin valernos de ella), para muchos su trabajo habría sido negativo, habría aplicado una fuerza en sentido contrario al desplazamiento de nuestra sociedad, en contra de la paz.
Supongamos que su empresa inicial no estuviera en el sector de armamento, sino en el farmacéutico. Nuestra valoración general sería buena, pero podríamos preguntarnos algo más: si la mejora en el proceso que estudió conllevaba una importante deforestación tropical en pos de encontrar una sustancia imprescindible para el abaratamiento del proceso. Si el abaratamiento del proceso facilitaba el acceso de la población a un medicamento muy necesario, quizá muchos perdonarían ese mal menor que habría significado la deforestación. Si el abaratamiento se orientaba sobre todo a la rentabilidad de la empresa, la deforestación se vería como imperdonable.
Pero aún podemos ir un poco más lejos. Suponiendo que su trayectoria en la empresa no hubiera planteado ningún dilema serio, podríamos empezar a imaginarnos que su periplo como alto ejecutivo se hubiera basado en el diseño y aplicación de instrumentos financieros, por ejemplo. Su política de diversificación de activos le podría haber llevado a la diversificación de riesgos en general: trasladando inversiones a futuros, refinanciando capitales... Todo dentro de un marco legal, como lo ha sido la fabricación de armas y la deforestación de grandes masas selváticas.
Esta persona se habría esforzado muchísimo a lo largo de su vida en todos los casos. Durante un tiempo, prácticamente toda su vida, habría representado el espíritu de superación e incluso habría sido un prototipo de buen trabajador. Pero en algunos supuestos comentados, nosotros como observadores no habríamos hallado un lugar de acuerdo al juzgar sus prácticas.
A estas alturas, ya habrá lectores que hayan caído en la cuenta de que los matices que propongo no tienen relevancia si son referidos a una sola persona. Supongan, entonces, que hay un colectivo de personas con prácticas similares a las de nuestro ejemplo. Por definir alguna característica común, establezcamos como esencial un interés denodado hacia su trabajo y una excelente capacidad para comunicar sus logros. Como sugerí en Trabajo, esfuerzo y crisis(II), esto, dentro de la legalidad, nos puede parecer lícito, como a ellos, pero también ilícito (Quiénes hacen la élite). Pero ya que este colectivo no es consciente o le importan un pimiento las consecuencias negativas de sus prácticas a medio y largo plazo, ¿no es posible que quienes vivimos a su estela seamos tan miopes como para no ver la que se nos avecina?
No es mi intención demonizar este tipo de prácticas o de actitudes, pues me parece excesivo generalizar incluso en eso; no dejaría de ser una burda simplificación. De la misma forma espero que la generalización en el sentido opuesto también sea percibida como excesivamente reduccionista: no todos los esfuerzos que redundan en uno mismo son necesariamente perjudiciales para los demás.
Por eso, no se puede aludir al capitalismo como a la razón última de nuestra crisis. Es un factor más, en cuanto a su forma extrema de liberalismo económico, pero ni siquiera el mismísimo Adam Smith excluía cierta regulación. En un ejercicio de abstracción mayor, encuentro un modelo que puede explicar con más tino qué pasa: somos una organización, en la que se dan intereses individuales y que, en tanto a organización, coexisten con intereses comunes o rectores que definen a la organización (civilización, sociedad... no importa tanto la terminología). Lo que parece claro es que los esfuerzos de unos y otros acaban respondiendo a la estructura y a la cultura (o señas de identidad, en forma de valores, principios, actitudes...) de la organización y, a su vez, definiéndolas. Si se viera el capitalismo como patente de corso para todas las voluntades individuales, sería negar la propia organización. Y, desde luego, no ha llegado hasta ese extremo, porque seguimos teniéndonos como organización humana, hasta los más egoístas confían en esa visión antropocéntrica que les envuelve.
Es comprensible que haya muchas razones para el pesimismo, pero, a pesar del hambre, de las desigualdades, de la ausencia de oportunidades, de los conflictos violentos, encuentro un dato, al menos un dato que me mantiene en cierto optimismo: hasta hace apenas un siglo la esperanza de vida mayor a setenta años sólo se podía referir a quizá un diez por ciento de la población mundial; es cierto que en términos absolutos las diferencias (en miles de millones de personas en la actualidad) son mayores, pero ahora podemos hablar de una esperanza de vida de al menos setenta años en una cuarta parte de la población mundial. Es un dato cuantitativo frío, pero es objetiva la mejora, pese a que afectivamente nos duelen más que nunca esas diferencias.
Queda por ver si la tendencia seguirá acentuándose en esos términos relativos y si, por otra parte, una mejora de la esperanza de vida también entraña una mejora de la vida, aunque sea reflejado en algo tan simple como el IDH (Índice de Desarrollo Humano).
Sí parece claro que, como en otras crisis, empezamos a mentalizarnos de que es necesario aunar esfuerzos en una misma dirección y sentido (fuerza y desplazamiento), como los remeros de una galera. La cuestión es quién marca las remadas y quién dirige el timón, porque nunca ha habido galeras con democracia.
Finalmente, me planteo si las entradas de este blog devienen en un trabajo positivo, negativo o nulo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Puedes añadir tu comentario aquí: