Aún seguimos en las trincheras. Protegidos de los otros, quizá no
sepamos que ellos también estén agazapados. Quizá debamos seguir
estando así porque somos diferentes y sea más lo que nos separa que
lo que nos une. Sólo quizás. Porque no sabemos casi nada: no
sabemos dónde se enquistaron nuestras desavenencias, ni si han
existido siempre y si acaso pertenecemos a categorías humanas
diferentes. ¿Habrá dos categorías de sapiens sapiens?
En la inmensidad del Cosmos no conocemos más vida que la de este
mundo, el Mundo. Y en este mundo no conocemos más inteligencia que
la nuestra (¿"las nuestras"?) -quizá porque conocer está
implícito en inteligencia, y porque es desde nuestra inteligencia
desde la que conocemos-. En ese caso, tal vez sea posible la
coexistencia de dos inteligencias. Sin que por ello sea posible su
convivencia. Debe de haber algo más que "mera"
inteligencia, pero asumamos este término y su concepto como reunión
de las cualidades de nuestra especie. Metamos ahí pensamiento, en su
contenidos y en sus formas, además de otros aspectos como la
afectividad, las relaciones sociales, etcétera.
Tracemos un gran círculo de Venn en el que quepan todas esas
características. Tracemos otro, conectándolo en intersección con
este, y tratemos de discernir qué cosas pueden separarse y cuáles
compartirse, con la finalidad de que cualquiera de ellos pudiera
representar el conjunto de características humanas. Comprobaremos
que es difícil, incluso dudamos de que tal cosa se pudiera
establecer. Pero, no sólo aunque los diagramas trataran de
representar a sólo dos personas diferentes, sino incluso a la hora
de representar a una misma persona en dos momentos distintos de su
vida adulta.
Somos diferentes a nosotros mismos.
¿Y qué? No es una razón de peso para dudar de algo común, algo
que intersecta esos círculos. Si aceptamos que hay esencia, en su
sentido fundamental e inmutable, puede que tengamos que referirnos a
dos esencias, una para cada clase de humanos. Pero sólo tenemos un
término, humanos, que, como tal, es sustantivo. Si el término
define una comunalidad de características sustanciales, siguiendo en
el pensamiento aristotélico, la forma que se escapa de la
intersección sólo son adjetivos, sólo calificativos.
Pero más allá de la terminología, más allá de la epistemología
y más allá de la ontología si cabe, nos encontramos con la
realidad del sufrimiento, del enfrentamiento, de la distancia de lo
que parece igual pero no lo es. La distancia entre poderoso y
sometido, entre el inflexible y el tolerante, entre el exigente y el
trabajador. Entre el que piensa y el que piensa, en suma.
¿Quién tiene más derecho? ¿Quién tiene más derecho a ser
libre? ¿Quién tiene más derecho a actuar sobre el otro o actuar
sin considerar la consecuencia de sus acciones sobre los otros? Si
acaso alguien tiene ese derecho.
Por voluntad individual cada uno de nosotros actúa dentro de los
límites del ámbito en que se encuentra. Pero esta suposición se
cercena en la gran mayoría de las sociedades, pues dudamos de que
existiera siquiera la posibilidad de ser divulgado este artículo en
China, en Marruecos o en el seno de una multinacional de diamantes,
petróleo o alimentación. Es una suposición falaz en muchas
sociedades y organizaciones por la simple razón de que el individuo
perteneciente a ellas desconoce cuáles son sus límites, por muy
restrictivos que estos sean. El capricho normativo rige sobre la
conciencia de cada sometido. No cabe la discusión y sólo vale
hacer. Si uno hace, si uno sólo se preocupa de sus manos, no tiene
capacidad para pensar. Y, si no piensa, no hay capacidad para cambiar
con intención. Y, cuando no hay intención, no hay voluntad, en este
caso individual.
O eso creen.
Pero se equivocan los poderosos. Se equivocaron Nixon, Kissinger y la CIA; como se equivocaron Hitler, Franco y Castro. No podéis aniquilarnos a todos los que no somos como vosotros. El problema es que vosotros lo sabéis, y lo queréis. Porque sois depredadores insaciables, ansiosos por gozar con nuestro sufrimiento con tal de sentiros dioses. Estáis dispuestos a correr el riesgo de dejarnos subsistir, para utilizarnos, para auparos sobre la mediocridad que día a día os preocupáis por denostar: a vuestros súbditos, a vuestros trabajadores, a vuestros esclavos.
Os equivocáis todavía si creéis que sólo actuamos para vosotros.
Es verdad que hacemos, pero no olvidéis que somos los únicos
primates con pulgar oponible, que nuestras manos también son
características de nosotros, como la inteligencia que tratáis de
amortajar. Esa es vuestra disyuntiva: machacarnos las manos o no,
pues sabéis que siempre actuaremos y que sobreviviremos, aunque sea
para matarnos entre nosotros en el circo, aunque dependamos de
vuestro pulgar verdugo. Seguiremos siendo libres como lo fue Víctor
Jara y seguiremos luchando por que os unáis a nosotros, donde
podréis argüir en pos de vuestros símbolos, esos que seguirán
tratando de someternos.
Pero nunca olvidéis que sabemos que sois humanos, sustancialmente
como nosotros, aunque menos numerosos. No olvidéis vuestro origen,
asumiréis mejor vuestro final. Aunque seáis psicópatas, porque
siempre nos preguntaremos si un psicópata sufre psicopatía.
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