De una
forma o de otra aspiraste a ser una especie de Suiza: neutral,
independiente, depositaria de grandes fondos de confianza, hermética,
etc.. Merman los derechos y libertades de millones de personas, pero
te posicionas así: “No es mi guerra”.
En
verdad, no te sientes en una isla, y tampoco has cerrado tus
fronteras afectivas, pero tu caparazón solo es permeable hacia ti,
pues prefieres no exponerte. Te aplicas aquello de que “quien más
expone, más pierde”. Y lo justificas: “mi opinión solo puede
contribuir a enrarecer más todo; prefiero no meter la pata”. Crees
que metes la pata porque no sabes de política (o eso te dices), y
prefieres charlar de temas intrascendentes: de los chismorreos de la
prensa rosa, de los chismorreos del fútbol... Pero resulta que
empleas buena parte de tu conversación en hablar de la vida de los demás. Aunque, para serte sincero, también los hay que dicen hablar
de política y solo hablan de chismorreos.
Pero
sabes, y mucho. Sabes que una reforma laboral que merma derechos de
los trabajadores atenta contra la calidad de vida y que tarde o
temprano te toca a ti (directamente o a través de alguno de tus
seres queridos). Conoces a personas que se han enriquecido a costa de
hundir a otras personas, incluso sufriste algún episodio en tu
centro de trabajo, entre tus amistades e incluso en tu propia
familia: trepas, manipuladores y usurpadores, respectivamente.
Viviste épocas ruinosas o restrictivas, en que no podías hacer ni
manifestarte libremente, pero crees que tu esfuerzo y tu inteligencia
te sacaron de aquello y que jamás volverás a caer. Te equivocas en
esa creencia, pues ni conoces el futuro ni todas las variables que
pueden afectarte. Sin embargo, en fin, prefieres callar.
Para
colmo, además, no crees que tu voto sea decisivo, pues piensas (con
bastante razón) que la oferta electoral es falaz o que, en todo
caso, no te representa. Pero, si no opinas ni tampoco votas, es
posible que al menos actúes. Quizá no dispongas de tiempo ni de
ganas para participar activamente en el consejo escolar ni en tu
comunidad de vecinos ni en las actividades de tu biblioteca municipal
ni en el banco de alimentos... Ni para acoger a un niño ni para
nada. Pero sigues siendo consumidor y con tu dinero puedes decidir
cosas: sobre las condiciones de tus productos financieros, sobre tu
cesta de la compra, sobre la educación de tus hijos, sobre los
medios de comunicación, sobre tu ocio... Y, en general, puedes
intentar ir contra todas las decisiones que desde ampulosas oficinas
de “expertos” en marketing y derivados tratan de imponernos.
Quizá sean los mismos que tratan de medrar a través de quienes
toman decisiones políticas. Quién sabe.