Parece que cuanto más se domina algo, menor es la ilusión por profundizar en ello ¿A quién no le ha pasado? Hay diversos caminos para escapar de esa atonía, como puede ser el aprendizaje de la humildad (para superarse a uno mismo) o, en el lado contrario, el ansia por destacar (para creer superar también a los demás). Sin entrar en valorar cada motivación al logro (intrínseca o extrínseca a la persona), ambas parecen confluir en un regreso al entusiasmo. Dediquemos unas líneas al entusiasmo y la sorpresa como motores del aprendizaje y del desarrollo.
H. F. Füger: Prometeo |
Cuando menos, resulta ridículo contentarse con lo que parece ser cuando podemos adentrarnos en la esencia de lo que es. No es suficiente levantarnos cada mañana para cerciorarnos de que seguimos vivos, es necesario sentirse vivos, vivir, apurar nuestra conciencia para ir más allá que el día anterior. Porque somos humanos, la única especie –que sepamos– que se preocupa por algo más que su simple subsistencia. Si queremos mejorar nuestra existencia, no basta con nuestro gran don de aprender, de llegar a conocer; necesitamos ser conscientes de haber mejorado, de haber aprendido, de haber llegado a conocer.
Es obvio, por otra parte, que, para fomentar el descubrimiento, como docentes antes hemos de haber facilitado cierta autonomía en el alumno. Lo cual exige del profesor una sólida formación técnica y humana para sentir seguridad en esos planteamientos y transmitir su liderazgo o guía al grupo de alumnos.
El camino del entusiasmo habría de contener componentes lúdicas. El esfuerzo lúdico puede ser más intenso que el esfuerzo sin más, ya que el juego va recompensando al jugador a cada momento (hablamos de juego en el sentido amplio, en el que el fin es el propio juego e incluso en el que el único rival puede ser uno mismo, no sólo el juego social 1).
El entusiasmo puede despertar por sí solo en el niño, pero el maestro puede contribuir a estimularlo. Ese estímulo será tanto más apropiado cuanto mejor conozcamos los intereses del niño. Es entonces cuando se producirá el encuentro didáctico. En ocasiones los estímulos tendrán más carga estética (ilustraciones, e.g.), pero nos atreveríamos a aseverar que la mayoría de las veces los estímulos serán más apropiados cuanto mayor número de relaciones y de mejor calidad sea capaz de establecer el alumno con esa nueva realidad que descubre. Algunos ejemplos en el descubrimiento de algunos objetos matemáticos: descubrir que la rueda de un coche, un aro, un anillo y una rosquilla se parecen en la forma, y que esa forma recibe el mismo nombre (circunferencia, aunque los niños pequeños lo llaman círculo); descubrir que un tren de bloques de madera tiene sólo dos colores y que se van alternando (rojo, verde, rojo, verde...); descubrir que las predicciones de la Teoría General de la Relatividad de Einstein fructificaron con el hallazgo de agujeros negros o los sistemas de geolocalización por satélite; y, por qué no, resolver de nuevo un sudoku, pese a no ser el primero.
¿Y cómo no va a causar admiración comprobar que puedes entenderte con otra persona en el mismo lenguaje (formal o no)?
En cualquier caso, parece claro que la educación en el entusiasmo y la sorpresa resalta un encuentro entre lo afectivo y lo cognitivo. Esto es trivial en el caso de la memoria, ya que generalmente se suele recordar mejor aquello que presenta mayor carga sentimental o emocional positiva. Echad la vista atrás si no me creéis.
¿Y cómo no va a causar admiración comprobar que puedes entenderte con otra persona en el mismo lenguaje (formal o no)?
En cualquier caso, parece claro que la educación en el entusiasmo y la sorpresa resalta un encuentro entre lo afectivo y lo cognitivo. Esto es trivial en el caso de la memoria, ya que generalmente se suele recordar mejor aquello que presenta mayor carga sentimental o emocional positiva. Echad la vista atrás si no me creéis.