Respetando el orden, cualidad de
algunos objetos matemáticos, comenzaré por la primera de las
palabras del título: sociedad. Para ello creo interesante introducir
el punto de vista de un buen amigo a propósito de la rimbombante
expresión de “alianza de civilizaciones”. Según mi amigo, esto es
una utopía en toda regla; no le cabe ninguna duda de que las
diferencias existentes entre la sociedad occidental, la nuestra, y el
resto, menos desarrolladas, no están sólo en sus gobernantes, sino
en la cultura, en la forma en que se establecen las relaciones de las
personas que las forman. Dicho de otro modo, según él, se trata de
diferencias eminentemente estructurales. Concretando en el Islam, él
considera imposible que llegue a constituirse una Democracia Árabe,
ya que sus preceptos religiosos serían incompatibles con muchas de
los derechos amparados en cualquiera de las cartas magnas de
cualquier Democracia Occidental. Pero, en esencia, sería imposible
porque, en el fondo, aquellos ciudadanos están conformes con ese
tipo de relaciones -siempre según mi amigo-.
Llegados a este punto, suelo sacar mi
vena educativa y, en lo que respecta a este humilde post, me toca reunir
la visión que tengo de la educación con la de la sociedad. Como educador, no
puedo evitar reconocer que soy optimista. Dicho de otro modo,
considero que el optimismo es inherente a nuestra labor docente y, en
este sentido, suelo replicar a mi amigo con que las estructuras
también pueden ser modificadas e incluso mejoradas. En suma, vengo a
decirle que muchos de los problemas que aquejan a esas sociedades
subdesarrolladas vienen de su falta de conocimiento. Con lo que ya le
estoy dando al menos una solución: la educación. En seguida él
trata de sacarme los colores invocando al misionerismo. Claro,
me cuesta hacerle comprender que la educación no es un compendio de
dogmas, sino que es algo más complejo: quizá algo que tenga que ver
más con procesos que con puntos de partida o llegada. Por una razón
por lo menos: la Educación es cosa de todos, pero no está tan claro
eso de que haya de ser la misma para todos.
Yo, desde luego, sí creo que ha de
proporcionar igualdad de oportunidades para todas las personas. Pero,
¿no creéis que es ir demasiado lejos suponer que la educación
ha de ser igual para todos? ¿Igual en qué?
Para empezar: porque no hay nadie
exactamente igual a otra persona, ni siquiera esa persona unos
instantes antes o después es igual a sí. Además, ¿acaso somos una
especie de panal de abejas en que todos trabajamos a una? No estoy
tan seguro.
Pongamos que nos diferenciemos de
otros seres vivos en la memoria, la inteligencia y la voluntad. En
ese caso, nos encontramos con algunos animales que apuntan maneras:
algunos que tienen memoria e inteligencia, no como la nuestra o, al
menos y hasta el momento, no de manera tan palpable. Pero nunca hemos
encontrado a ningún ser diferente al hombre que posea voluntad. No
me refiero sólo a voluntad como determinación hacia el esfuerzo,
sino, en un sentido más amplio, a la capacidad que nos mueve a hacer
o no cualquier cosa. Capacidad individual que mueve a cada individuo,
aunque suene redundante.
Por tanto, considero que éste es uno
de los aspectos en que debe incidir la educación: en el desarrollo
de la voluntad del individuo, pero sin olvidar que ese individuo no
está solo. Que necesita y le necesitan. Por eso, otro de los
aspectos fundamentales a incidir es el de favorecer la relación
entre individuos. Ya hemos llegado al tercer término del título: la
escuela, el epicentro de la educación. La educación para el
individuo y la educación del individuo en relación con su medio.
Aquí es donde encuentro cierto
acuerdo con mi amigo: no me parece adecuada la expresión “alianza
de civilizaciones”; me parecería más acertado algo así como
“convivencia entre las personas”, porque las civilizaciones están
organizadas por los poderosos pero están formadas por los hombres.
Humanos que tienen voluntad, en demasiadas ocasiones secuestrada por
el poder que les niega el conocimiento, la verdad. Y, a cambio, les
ofrece los dogmas, el fanatismo.
Quizá sea algo propio de nuestra
naturaleza humana aplastar y someter al prójimo. O quizá no.
También está la Ética, algo que nada tiene que ver con los
chimpancés, que sepamos. Desde la Ética arranca nuestra labor. En
un papel fundamental y privilegiado, el del compromiso con nuestra
sociedad y con cada una de las personas que la componen. Sin
compromiso puede haber educación, pero no educador; la educación la
proveerán otros. Un educador (maestro, profesor, docente...) debe aceptar el compromiso
con la mejora de su entorno. Entorno social y físico, pero basta con
reducirlo al antropocentrismo, pues todo redunda en el hombre: la
aniquilación de los recursos también deviene en perjuicio para el
hombre, e.g..
En consecuencia, somos responsables de
que nuestros conciudadanos (niños y adultos) accedan a los
contenidos del conocimiento para que mejoren como personas y mejoren
sus relaciones interpersonales. En suma, somos responsables de
ponerles los medios para que aprendan y así logren elaborar juicios
críticos. Porque sólo siendo ciudadanos críticos podrán ejercer
como verdaderos ciudadanos: individuos libres en el ejercicio de su
voluntad.
El quid muchas veces está en
la elección de los contenidos, de los conocimientos. Ya que, ante
una existencia limitada debemos elegir por qué camino podremos
acercarnos a descubrir la realidad para vivir mejor (como lo que
muchas veces se ha llamado felicidad).
Pues bien, hay varios caminos, pero, como colofón a esta entrada, he de destacar a la Matemática. Precisamente porque reúne las dos cualidades reseñadas:
Pues bien, hay varios caminos, pero, como colofón a esta entrada, he de destacar a la Matemática. Precisamente porque reúne las dos cualidades reseñadas:
- Del individuo en relación con su medio, como lenguaje común, sin ambigüedades.
Las matemáticas si que suponen una alianza de civilizaciones pues son un lenguaje universal.
ResponderEliminarLas matemáticas si que suponen una alianza de civilizaciones pues son un lenguaje universal.
ResponderEliminarA eso se le llama realismo.
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