Hoy
no les voy a hablar de enseñanza. Quizá tampoco de educación. Solo
pretendo mostrarles una convicción, que como tal, acaso sea un
sueño. Puede ser. Pero aún no he despertado. Si quieren pasar,
pasen, adelante. Mas –les
advierto–, es posible que
hable de amor, por las personas, por nuestro entorno social,
físico... cósmico. E, incluso, amor por una de nuestras grandes
creaciones: nuestro pensamiento y nuestra cultura. Nuestro
patrimonio.
¿Alguien
se ha preguntado alguna vez para qué sirve aprender? Conozco a
muchas personas que sí se lo han preguntado. ¿Alguien se ha
preguntado qué merece la pena aprender? Conozco a otro tanto número
de personas que también se han preguntado esto. Pero intuyo que hay
muchas personas que no se lo cuestionan; aprenden y punto. Por
necesidad, por miedo, por placer o porque sí. Aprendemos. De
múltiples formas (por ensayo-error, por imitación, por
repetición...), unas veces conscientemente, otras sin darnos cuenta.
¿Qué es mejor, qué es peor? No hay respuestas claras: a veces nos
va bien imitar unos pasos de baile para divertirnos, otras veces nos
puede ir mejor practicar esos pasos ad nauseam para llegar a
ser primera figura del Bolshoi, y a veces bailamos para evitar que
cierren una planta metalúrgica en Sheffield.
Aprendemos
desde que nacemos. Pero no empezamos a recapacitar sobre esto hasta
que vamos cumpliendo años. En las reflexiones que vamos haciendo nos
permitimos seleccionar aquello que preferimos aprender y cómo lo
queremos aprender. Si nos lo permiten, pues no siempre es así, y
siempre dentro de unas circunstancias personales. Por ejemplo: si nos
muestran películas de princesas, es más probable que queramos
evocar esos mundos de hadas y nos esforcemos por aprender todo acerca
de ello; si no tenemos acceso a soporte escrito, difícilmente nos
surgirá el deseo de aprender a leer; si nos dicen con cuatro años
que tenemos que tejer alfombras, es muy probable que intentemos
aprender a sobrevivir explotados, y poco más. Imaginen el ejemplo
que quieran, pero aprender depende de los estímulos disponibles.
Nótese
que hay estímulos que pueden ser fruto de nuestros propios
pensamientos. Si hemos sido capaces de reflexionar, el fruto de esa
reflexión, por simple que sea, también será un estímulo sobre el
que podremos aprender. Volviendo sobre los ejemplos anteriores: si al
cabo de los años no hemos encontrado al príncipe azul, podremos
aprender que la vida es maravillosa sin príncipes azules o, si no,
que nuestra vida emocional es un desastre; si a pesar de no haber
visto un soporte escrito en la primera infancia, nos preguntamos cómo
el hombre blanco saca un cacharro del bolsillo, lo golpea y lo
acaricia con el dedo, puede que algún día manejemos también un
smartphone para leer y escribir mensajes, o grandes textos; si hemos
sobrevivido tejiendo alfombras desde los cuatro años, llegará un
momento en que elijamos explotar a otros o bien levantarnos contra
los explotadores.
Pues
bien, aunque aprendemos por nuestra cuenta (“Nadie puede aprender
por mí, como nadie puede alimentarse por mí”, trivial),
dependemos de nuestro entorno social, cultural... Quienes tenemos
la suerte de habernos desarrollado en un entorno mejor, lo hemos
tenido más fácil para haber vivido mejor. Pero quien no ha tenido
esa suerte, lo ha tenido crudo y es muy probable que siga teniéndolo
muy crudo. Esta evidencia se da de bruces una y otra vez con la
Declaración Universal de Derechos Humanos (como tantas y tantas
miserias humanas). El comienzo de su artículo 26 es crucial: “Toda
persona tiene derecho a la educación”. Con la laxa exposición que
he hecho sobre el aprendizaje y esta simple frase debería bastar
para comprender el porqué de la educación formal (su
obligatoriedad, su organización sistemática, la garantía de unos
contenidos de aprendizaje mínimos...): la educación formal
contribuye a garantizar el acceso a la cultura de cualquier persona,
especialmente de los más desfavorecidos.
Sin
embargo, la mayoría de ustedes habrán caído en la cuenta de que el
aprendizaje se produce a lo largo de toda la vida. Donde es posible,
acudiremos de nuevo a la educación formal, pero si no, quizá
podamos acudir a la educación no formal y a la informal. Detrás de
las cuales, como en la educación formal o reglada, hay personas
preocupadas y ocupadas en que disfrutemos mejor de este mundo. Gris
para la mayoría, pero al que aún confiamos mejorar algunos porque
es el único que habitamos, aunque jamás llegue a ser uno de los
mundos de Yupi.
Vaya por
los educadores y los divulgadores el homenaje de este humilde post,
con este regalo de la UNESCO.
Portada de El Correo de la UNESCO por su trigésimo aniversario |
NOTAS:
- Tomado del propio texto:
“68 páginas [formato .pdf] de historietas ilustradas en las que se relatan las aventuras y viajes de un muchacho, un muchacho cualquiera, como hay tantos, que recorre el mundo para conocer directamente las múltiples actividades de la UNESCO”.
“Las historietas ilustradas que forman este número han sido concebidas y realizadas en su totalidad por un biólogo francés de 28 años, Jean-Marie Clément, investigador en materia de genética molecular. Le ha ayudado en esta tarea su mujer, Safoura Asfia, especialista en genética y miembro de la Delegación Permanente de Irán en la UNESCO”.
- Verán que muchas cosas han cambiado desde 1976 (el avance espectacular en genética molecular o el régimen de Irán), pero la situación de millones de personas sigue siendo desesperante. Eso no ha cambiado y debemos seguir haciendo por que empiecen a disfrutar una vida digna, al menos digna.
pues a mi la película de full monty no me gustó
ResponderEliminares más, me pareció un truñaco
ResponderEliminarpues yo tengo una prima que vive en Coimbra
ResponderEliminarPues el amigo de un primo segundo mío, estuvo pensando en ir allí.
EliminarPues a mi me ha encantado el post. Y el cómic de la Unesco me parece una gran aportación historiografica
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