No sé si por selección natural o por adaptación de cada individuo, quizá se hayan preguntado si están haciendo lo correcto. Puntualicemos: supongamos que lo correcto es lo que les conviene. ¿Salvarse a ustedes, a su gente, y olvidarse del resto? ¿O, además, salvar el entorno social que les rodea? Entiendo que existe un continuo de casos. ¿En qué caso se identifica usted?
A pesar de que la expresión “entorno social que les rodea” es un pleonasmo, además va en contra de mi criterio. Y lo he hecho a propósito, para que lo comparen con esta otra expresión: “entorno social del que forman parte”. Desde el punto de vista filológico –e incluso matemático– no cabría duda, usted no pertenece al conjunto {entorno de usted}. Usted está fuera. Ahora bien, puede que el problema de esta exposición radique en tomar la palabra “entorno”. Les propongo que reinterpreten la palabra a su antojo o que elijan otra. En todo caso, dudo de que haya siquiera alguien de ustedes que acepte estar fuera de su entorno. Todos formamos parte de un entorno.
Una de las cuestiones de cada cual es determinar la distancia e influencia de ese entorno: “¿Me atañe lo que suceda en China?”, “¿me identifico con la última canción del cantante de moda?, “¿me intereso de verdad por lo que estudia mi hija?”, etcétera. Consideren primero su entorno íntimo, el suyo propio, el de sus pensamientos, con sus vivencias y sus anhelos. Trasciendan su ego y repasen los lazos con su familia, o tal vez con sus mejores amigos. Sigan con sus conocidos del pueblo, del barrio, del trabajo... –en cualquier momento pueden ir incluyendo a alguien de las redes sociales virtuales, como a ustedes les parezca–. Piensen a continuación en las personas con las que tuvieron o tienen un trato menor, aunque sea como viandantes. Poco a poco se habrán ido alejando de su yo, o, mejor dicho, habrán ido cavilando hasta dónde abarca su yo. ¿Han llegado ya a los confines del Planeta? Es posible que no hayan tenido que irse muy lejos ni conmoverse con la sonrisa de un niño en Abisinia para sentir empatía por cualquier ser humano medianamente bueno.
Este último calificativo, “bueno”, por ser discutible desde la Ética, nos induce a pensar en otra cuestión: cada cual valora si ese entorno le hace vivir mejor o le hace vivir peor –y ahora sí, ya delimitamos estos “mejor-peor” a la subjetividad de cada cual–.
A estas dos cuestiones habríamos de añadir el plazo que cada cual estime para saber cuándo le afectará un evento del entorno. Así, tendríamos una aproximación simplista, pero harto compleja para establecer cuál es el entorno que importa a cada cual. He tratado de representarlo en una gráfica. Nótese que he señalado las inversas de la distancia emocional y del tiempo; lo he mostrado de esa forma para señalar que la “influencia” o “afección” es “mayor” si se percibe cercanía emocional y se intuye que es a corto plazo. En la gráfica he señalado dos ejemplos:
El evento A hace referencia a una situación, hecho o información que un individuo valora que “le puede hacer vivir mejor”, pero no le influye demasiado emocionalmente y es a largo plazo (vuelvo a recalcar que he señalado las inversas de distancia emocional y tiempo). En este caso podemos pensar, por ejemplo, en la subida del precio del trigo en el mercado de futuros... o quizá no –insisto en que hasta ahora estoy invitando a reflexionar a cada lector desde su subjetividad; les invito a que piense cada uno de ustedes en un ejemplo–.
El evento B representa algo del entorno que un individuo valora que “le puede hacer vivir peor”. En este caso parece influirle emocionalmente más que en el caso A y además sospecha que le puede afectar a más corto plazo. Piensen por ejemplo en un viejo amigo que aparece después de varios años para pedirles ayuda y ustedes temen dársela porque siempre han creído que era un bala –vuelvo a insistir en la subjetividad del lector–.
Todo esto parece que es así.
Ahora bien, ¿han parado a preguntarse cuántas veces se han equivocado fatalmente? Les invito a reflexionar sobre la época que hemos dejado atrás antes de la llamada crisis y sobre el futuro que se nos presenta: básicamente piensen en las garantías laborales, educativas, sanitarias, judiciales... y, por qué no, incluso en la libertad de expresión que tuvimos hasta entonces. Valórenlo en los últimos cuatro años y traten de imaginarlo para los diez años siguientes.
Si lo han hecho, puede que aún estén luchando por su entorno, con ustedes incluidos. O, por el contrario, puede que hayan tirado la toalla al grito de “¡sálvese quien pueda!”. Puede que confíen en su poder competitivo, en su esfuerzo como principal garante de su bienestar, por encima del de otros, y puede que estén tomando posiciones. Pero, recuerden, en una competición solo ganan unos pocos y, quizá más importante, puede que usted y los suyos se hayan salvado, pero es posible que para entonces estén en una sociedad que ya no sonría.
Suerte.