31 de enero de 2015

¿Más inteligente que qué?

Nunca habría hallado esa sublime sensación si no hubiera seguido la senda de la destrucción. Tan típicamente humana. Ni ñoñerías ni ética de las narices. El placer de hallarse en la cúspide. Ahora que por fin había demostrado que era el más poderoso. Ahora que nadie le creería. Y ese fue el tremendo error, pues estaba solo.

Alegoría de la inteligencia. Cesare Dandini

«Sintió escalofríos al otear la desolación, con esa certeza absoluta de creerse el ser más inteligente sobre la faz de la tierra. Su capacidad para comprender el final, para vaticinarlo, para provocarlo, para pergeñarlo durante años... Para ser dueño y señor del Mundo. Ciento cuarenta mil años habían bastado para proclamar al ser humano como el súmmum de la creación y desde la cumbre de la depredación por fin se despojó de la afectividad.

Suyos eran todos los recursos. Todas las riquezas naturales y la obra cultural de siglos. Todo era suyo. Y de nadie más. Podía hacer y deshacer, pulsar un botón y disponer de cuanto quisiera, incluso crear especies nuevas. Tantos esclavos como quisiera. Todo a su servicio. Hasta el tiempo. Clones incubados, tejidos y órganos para una eternidad sin tropiezos. Todos los sistemas de regeneración orgánica que su autodenominado cerebro de Boltzmann era capaz de crear, cuantas veces fuera necesario...»

Todo tan improbable, todo tan falaz, como la más potente de todas las inteligencias, múltiples, cristalinas o como cojones quisieron llamar durante años a esa capacidad, virtud o lo que fuera que etiquetaba a un individuo para compararlo con otros de la misma especie. Mientras, miles de otras especies habían continuado existiendo durante millones de años, sobreviviendo a ese ser tan narcisista que crecía en número aniquilando los recursos y se erigía sobre montañas de cadáveres a los que consideró inferiores, siendo tan humanos como él.

Ahora el desprecio toma nuevas formas, y cobra víctimas como siempre: como pretenden que sea la sociedad del conocimiento (y se queda en la sociedad de la información –o desinformación–), los grupos poderosos tratan de fijar unos estándares y, si no, unos patrones, mediante los que filtrar “quién vale de quién no vale”. Desde la mera opinión hasta el voto: “como no lee, es un borrego y vota dejándose llevar por los sentimientos o por los sesgos cognitivos”. Pasando por la procedencia de las familias, pues aún se puede escuchar alguna vez: “¡Es que 'cuidao' con los Sánchez! No se puede hacer carrera de ellos”, comentan algunos profesores de la enseñanza obligatoria y aun de la Educación Infantil. Tremendo. Personas que son señaladas desde que interaccionan con los demás. Porque, ojo, ¿dónde quedó lo de “un hombre, un voto”?, ¿dónde olvidamos que la educación es un derecho fundamental para, entre otras cosas, garantizar el acceso a la cultura de todas las personas?

No seré yo quien recomiende no leer, no estudiar, no esforzarse por ser mejores, cada uno. Contad conmigo para animar a las personas a que saquen lo mejor de sí mismas, a que lo compartan, a que cooperen para hacer un entorno mejor... Pero no contéis conmigo para desdeñar a quien no conocéis. Si sois tan inteligentes, no contéis conmigo, yo no lo soy.


19 de enero de 2015

Frenando una epididimitis crónica... ¡Ohhhhhmmmmm!

La inflamación del epidídimo le torturaba cada mes, durante tres o cuatro días. Sabía que era del epidídimo desde hacía dos semanas. Después de dos años con dolores cada vez más frecuentes, se había estado temiendo lo peor. Pero, desde su última cita con el urólogo, empezó a ver más luz al final del túnel. Y nunca mejor dicho.



En cierta forma fue un alivio descubrir que funcionaban los antibióticos. Y, hasta cierto punto, que había dolor; no se podía excluir la posibilidad de que fuera un tumor, pero era improbable.

No recordaba cuándo fue la primera vez que sintió el dolor, pero no puede olvidar la primera vez que fue a urgencias, con el testículo del tamaño de una ciruela, con fiebre alta... Casi hubiera deseado que se lo arrancaran. El médico le torturó aún más en la exploración: "Tiene una masa, pero no podemos descartar que sea una torsión del testículo. Vaya ahora mismo al hospital". En el hospital descartaron la torsión y apostaron por la infección: le administraron antibióticos.

Durante una semana estuvo a base de ibuprofeno (antiinflamatorio no esteroideo) y ciprofloxacino (antibiótico de amplio espectro), y durante una semana más, con el antibiótico. Remitieron la hinchazón y el dolor.

Pero el problema seguía ahí y los síntomas continuaron apareciendo.

Fue el urólogo quien determinó el diagnóstico: orquiepididimitis, o bien, epididimitis, simplemente. La ecografía de escroto mostraba la masa o el quiste o el absceso, la analítica de sangre y orina mostraban valores normales, también dio negativo el cultivo para tuberculosis y los marcadores tumorales presentaban concentraciones bajas. La próstata tenía un tamaño dentro de lo normal. El paciente no había tenido prácticas sexuales de riesgo y su pareja nunca presentó síntomas de infección de las vías urinarias.

Pero había un dato anómalo: la flujometría daba un caudal de orina por debajo de la media. Además, por cuestiones administrativas, el urólogo no contaba con todo el historial médico del paciente, quien le informó que fue operado trece años atrás de una estenosis en la uretra. "¡Eso lo cambia todo! No es determinante, pero puede explicarlo", exclamó triunfante el urólogo. En esa misma sesión, el galeno se dispuso a practicar una cistoscopia a la uretra del paciente. Ante la imposibilidad de pasar el catéter óptico, intentó practicar una dilatación, pero tampoco fue posible. Y esta fue la solución: "Quitaremos la estenosis".

Y funcionó.

¿Por qué funcionó?

Ruego que me disculpéis si no utilizo términos específicos ni desarrollos escrupolosamente técnicos, pues solo pretendo mostrar una explicación suficientemente comprensible para cualquiera que no sea experto en urología ni en mecánica de fluidos.

 Aquí tenéis un dibujo del aparato reproductor masculino:



El epidídimo es un tubo fino, largo (seis metros) y rizado, ubicado en la parte superior del testículo. En el epidídimo se maduran y se activan los espermatozoides producidos en el testículo y que ascienden por el conducto deferente hasta incorporarse a la uretra por el conducto eyaculador.

Normalmente, como podéis imaginar, la orina no llega al epidídimo, pero es factible que lleguen gérmenes eventualmente. Cuando estos llegan y no son eliminados, aparece una infección que puede dar lugar a inflamación: se produce la epididimitis.

Son diversos los microorganismos que pueden provocar la infección: en una gran proporción de epididimitis esta es provocada por el gonococo (Neisseria gonorrhoeae) o por la Clamidia (Clamidia trachomatis), pero también son frecuentes los contagios por Escherichia coli (una enterobacteria presente de manera natural en el organismo).

Sea como fuere, el caso es que una vez tras otra el paciente recaía tras el tratamiento antibiótico.

Algo hacía que se reprodujera la infección crónicamente. La hipótesis del urólogo fue:
a) Que la presión de la orina debía aportar energía suficiente para que microorganismos que debían ser eliminados por la uretra accedieran con "suma facilidad" al conducto eyaculador, descendiera por el conducto deferente y se alojara en el epidídimo.
b) Y que, por tanto, si disminuía la presión, evitaría la conducción "fácil" de microorganismos infecciosos hacia el epidídimo. Con lo que se evitaría la cronificación de los síntomas.
c) Como al menos había algo que podía ocasionar ese aumento de presión en la orina, y ese algo era un estrechamiento brusco (estenosis) de la uretra, habría que eliminar el estrechamiento.

Algunos recordaréis algo de hidrodinámica y puede que os resulte útil, especialmente si consideráis que la orina es un fluido real y que un estrechamiento en la uretra causa turbulencias, con consiguientes pérdidas irreversibles de energía. Si no recordáis bien aquellas nociones, podéis imaginar que la uretra funciona como un circuito eléctrico por el que circula corriente eléctrica y en cuya trayectoria se ha colocado una resistencia. Si tampoco tenéis clara la ley de Ohm, recurrid a vuestra experiencia y comprobad cuánto tardáis en llenar un vaso de agua con el grifo poco abierto o muy abierto.



La experiencia del grifo es similar a la flujometría que llevó a cabo el paciente: consiste simplemente en medir la cantidad de volumen que sale en un lapso de tiempo. La tasa de flujo promedio para hombres en la edad del paciente es de 20 ml/s, mientras que las tasas que daba el paciente en sucesivas flujometrías no pasaban de 10 ml/s. Por tanto, sin otra patología aparente, la estenosis o estrechamiento de la uretra debía ser la responsable de una pérdida de tasa de flujo respecto a un varón sano. Y una pérdida de tasa de flujo implica una pérdida de energía por algún tramo de la uretra. Y si la caída de tasa de flujo es importante en relación a otras personas, la pérdida energética podría ser explicada por una singularidad en el tramo. Y, efectivamente, hay una singularidad, en este caso una resistencia al flujo, que es el estrechamiento o estenosis. El torrente proveniente de la vejiga “choca”, se produce un reflujo turbulento (imaginad millones de rebotes de partículas de agua) que crea un embolsamiento e incrementa la presión inmediatamente antes de la estenosis. Con una presión suficiente para crear un flujo desde ese embolsamiento hacia el epidídimo a través del conducto deferente y tras franquear el conducto eyaculador.

En honor a la verdad, el paciente no volvió a padecer síntomas dolorosos ni inflamación, pero el absceso sigue ahí después de la uretrotomía que le practicaron. Ahora se sigue la evolución de esa masa semestralmente y de momento se sigue descartando la epididimectomía, una intervención que conlleva más riesgo y más complicaciones.


11 de enero de 2015

Hi, I'm a rat

I think I was born not far from here, in this shitty world where you stacked us. Our parents quickly trained us to get by the only way they knew: “Manage by yourself”. Since we were a very hungry lot. I am one of those who survives finding life in the rubble, behind each blade of grass, scarce and full of weeds. Crawling, sniffing, guarding myself against your attacks, just because you see me different, just because you see me as a rat.


We beset death or she besets us until our outcry becomes mute. One, two… four hundred dead’s, two thousand injured. One day, another day, a whistle and its trail in the sky, like the crack of a whip, ripping the air before tearing our bodies apart and melting them in the stench that I am still breathing. Although we are used to it since we are born, the instinct makes me run away from the only environment from where I can breathe, from where I cannot flee. You never wanted to share the land and you keep tightening the noose. You want to exterminate us just because you see us as rats.
Our offspring don’t know anything better. Each generation takes a step back. The noose keeps tightening. We defend ourselves the best we can, the way you allow us.  We fall back, we dig the earth before your arrival, we slip in tunnels, absents from it all. Our eyes have adapted, we have developed the sense of smell extraordinarily and detect your hostile presence. And we react. Blandly. Rats cannot do anything against you.
You have dealt with us. So much that you even deny us from our identity. I doubt now who I am. You press us against the sea, like lemmings. Am I a lemming? You are mistaken if you think we will jump to the sea. Lemmings don’t suicide – it’s a myth – and, moreover, I am not a lemming, since, like you say, I am a rat.
And as a rat you want me dead.



*Convenience translation of this text 'Hola, soy una rata'
by my brother, Ángel Cuesta


4 de enero de 2015

"¿Por qué no somos cucarachas?"

Estábamos jugando con las palabras cuando apareció “cucaracha”. A mi hijo le hacía gracia su sonido y enseguida la asoció a la célebre canción en que este bicho ya no puede caminar. Momento en el cual se desternillaba como si hubiera encontrado un chiste a los cuatro años, su edad. Pero, de repente, paró de reírse y me preguntó: “Papi, ¿por qué no somos cucarachas?”.


Mi respuesta trató de ser cautelosa y poco categórica: “Porque tu mamá y tu papá no son cucarachas, hijo. ¿Te imaginas que nosotros fuéramos cucarachas?”. Admito que fue una respuesta con trampa, en tanto en cuanto incluía implícitamente parte de su pregunta. Sin embargo, surtió efecto: “Sí, me lo imagino: tendríais antenas, tendríais muchas patas y … Papá, ¿las cucarachas vuelan?”. Cuando digo que surtió efecto, me estoy refiriendo a que pude zafarme de una retahíla de porqués, pero no pude zafarme del cinturón de seguridad y comerme a besos a mi hijo hasta que dejamos la autovía.

Ya estaba preparándome para tirar de las vagas nociones sobre nuestra evolución homínida. Entre mi hijo y yo suele datarse desde la aparición del Autralophitecus, un simpático ser que “surgió hace millones de años, mucho después de la extinción de los dinosaurios”, y cuyo “esqueleto fósil” hemos podido contemplar en el Museo Nacional de Ciencias Naturales (Madrid). Y no fue necesario volver a disfrutar del primer capítulo de la serie “Érase una vez... el hombre”.

A decir verdad, no deja de ser una narración. No es ciencia, pero es literatura basada en hechos científicos, que, al fin y al cabo, parece corresponderse más con la realidad que lo narrado por el Génesis, ¿no les parece? 

Podría haberle dicho que somos hombres, hechos a imagen y semejanza de un ser sobrenatural que llaman Dios, que dicen que nos puso en la Tierra. Después de haber puesto a las cucarachas y a otros animales. Pero prefiero que siga haciéndose preguntas hasta que algún día descubra que cucarachas y humanos tuvimos algún ancestro común (supongo que un ser unicelular). Quizá entonces se pregunte si ese ancestro sería a imagen y semejanza del tal Dios. O quizá trate de ir más allá y llegue al origen del Universo. No lo sé.

Además, tampoco somos para tanto los humanos: apenas llevamos unos cientos de miles de años por aquí, mientras que las cucarachas llevan millones de años. No creo que lo preguntara por eso.

Unos días después he averiguado que lo que le preocupaba es que la cucaracha no pueda caminar porque le faltan, porque no tiene, las dos patitas de atrás.