A bote pronto el éxito parece que tiene que ver con alcanzar lo que uno se propone. Pero a veces lo que uno se propone tampoco es realmente lo que uno quiere, sino lo que pretenden los demás de uno. El autoengaño forma parte de nuestra quimérica realidad. No solo por motivaciones exógenas, sino también por sueños muy alejados de lo posible. Como el de aquel mecánico que se pasó media vida detrás de la máquina del movimiento perpetuo hasta acabar en la indigencia. Los sueños, ¡ay los sueños! ¿Cómo vivir sin ellos y cómo no vivir con ellos?
No encontraréis en este modesto blog ninguna pista sobre ello. Se me ocurre, quizá, que algunos sueños se cumplen al pellizcarnos y otros, sin embargo, tras haberlos perseguido, acaban siendo humo. Pero supongo que cada cual sabrá qué es lo que sucede en un momento dado.
Pasemos pues a los sueños que nos hacen creer los demás. Aquellos que, por ejemplo, son capaces de hacernos renunciar a esos principios que creíamos grabados a sangre y fuego en nuestro pecho. Que levante la mano el científico que esté dispuesto a publicar un libro alabando la homeopatía por un modélico precio. Sí, no módico. Ofrezcamos un millón de euros a un humilde astrofísico para que estampe su firma en un futuro best seller sobre astrología. Ahora prometamos una vida feliz para un concejal del ayuntamiento de Madrid y su familia por varias generaciones.
Decididamente, no todos tenemos un precio y el éxito depende de cada cual, no de los demás, pues no es más que una valoración.
PD: No he querido referirme a la extorsión ni al miedo. Pero baste con esta frase: “El fin justifica los miedos”.
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