San Agustín (Fuente) |
El asunto se complica cuando no se trata únicamente de referir un suceso, sino de desarrollar un argumento. Así se trate de pasajes literarios o así aborde un sesudo análisis político. Siempre se destapa alguno de estos plagios. Con suerte, algunos son reconocidos y otros, la mayoría de las veces, acaban en litigio entre autores y plagiadores. Es decir, estamos extendiendo la idea de plagio a ámbitos muchos más amplios que el periodismo: desde las creencias más básicas hasta la erudición más elaborada.
El caso es que, llegue a litigarse o no, existe un método que suele ser efectivo: consiste en liar todo, en embadurnar los argumentos con sofismas y proposiciones ambiguas. De esta manera, cuanto mayor es el número de miembros que simpatizan con la organización o el individuo que defiende tales argumentos, mayor será el apoyo que tendrá, sean propios o no esos argumentos. Incluso si no se ajustan a la verdad.
Vayamos con un simple ejemplo: tengo amigos católicos que cuestionan algunos preceptos de la Iglesia y a la mismísima Iglesia como institución. Sin embargo, más allá de las creencias, reconocen que existe algún poso en su interior que les lleva a seguir considerándose cristianos (no todos dicen considerarse católicos). Para lo cual aducen que Jesús fue un personaje histórico (y yo no soy quién para negarlo) y que, independientemente del rollo trinitario (si es hijo de Dios, o es Dios mismo, o…), creen en Él y en sus enseñanzas, y entonces recalcan el valor altruista del amor. Ya sabéis: amor al prójimo, puesto que «Dios es amor». Y yo, que les tengo por buenas personas, no dudo de ello. Ahora bien, no hace falta ser cristiano para seguir este mandamiento. De hecho, aquí tenéis una breve aproximación a esta norma (moral, aunque suene redundante), que viene datada al menos varios siglos antes de Jesús y que suele conocerse como regla de oro.
Sí, bueno: además, está el rollo ese de la cultura.
Plagio o no, será cuestión de cada cual,
sin menoscabo de la propiedad intelectual.
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