10 de diciembre de 2013

El enemigo duerme con usted

El terror de sentir su aliento amenazante porque cree que eres suya. El hedor nauseabundo de su voz, el gesto vigilante, su fiscalidad en cada paso que das... Te engatusa llamándolo amor verdadero, pero te posee, te anula. Cuando por fin consigues reaccionar, puede ser demasiado tarde. Los hijos de puta no perdonan.



Tantos años huyendo y esperando y ahora el enemigo estaba en mi casa.
Huyendo de mi infancia: de las palizas que papá daba a mamá. Esperando el amor que nunca tuve; el amor verdadero. Pero, cuando al fin creí haberlo encontrado, descubrí que mi marido emulaba a mi padre. No; le superaba.
Tuve que huir de mi sueño frustrado.
Lo hice en la noche, mientras la bestia dormía. Aún recuerdo sus feroces ronquidos, mi nudo en el estómago,... ¡Maldita oscuridad! ¿Dónde estaba mi ropa? Sí, ya la encontré. El temblor de mis manos dificultaba abrocharme los botones. ¡Por fin!, ya estaba lista. Sigilosamente me aproximé a la puerta de la habitación, la entorné y salí. Ya podía correr. ¡Ya podía correr!; había parado de roncar y le oí cómo me llamaba una vez... No quise escuchar más. “¡Corre, corre!”, me dije. Fue la última vez que oí su voz.
Carlos había sido mi vida durante más de seis años; mi muerte durante tres años más. Pero esto ya no será así desde que lo dejé. De esto hace una semana y aún temo por mi vida: apenas duermo, y, cuando duermo, tengo pesadillas. Pesadillas terribles que continúan estando despierta. Sueño que papá y Carlos se sonríen, que me cogen a la sillita  de la reina y me mecen suavemente, que empiezan a reírse de mí porque lloro sin parar... ¡Es espantoso! Pero es un sueño, una simple pesadilla. Nunca más volveré a sufrir. Voy a vivir, soy libre, ¡condenadamente libre!
Me siento obligada a elegir cómo vivir. Lo necesito, me lo merezco, ya he soportado demasiado.
Hoy dejaré el país. Ya tengo todo preparado para nacer. No existe el pasado.

Esa mañana Raquel estaba especialmente nerviosa: Su diario yacía en el fondo de su bolsa de viaje, repleta de ropa desordenada; ella vestía vaqueros, blusa blanca y cazadora de cuero. No estaba para chorradas.

Desayunó apresuradamente, pagó la cuenta del hotel y cogió un taxi para ir al aeropuerto. Cuando llegó, se dirigió hacia los mostradores de facturación. Pero unos metros antes de llegar a un mostrador se detuvo. Había olvidado algo: “¿El diario? No, estaba en la bolsa. ¿El pasaporte? No, lo tenía en la cartera... ¿Qué?”. Siguió caminando hasta sentarse en un banco, sacó el teléfono móvil e hizo una llamada: “¡Carlos, que te den por culo!”, recogió un contestador.

Por fin, se dirigió a facturar. Malas noticias: el vuelo tenía un retraso de tres horas. Paciencia, tocaba relajarse; al fin y al cabo, ¿qué significaban tres horas más? Estoicamente, se volvió a sentar en un banco, resignada, a esperar. Cuando hubo fumado dos cigarros, se acercó al panel de vuelos y comprobó que el retraso superaría las tres horas y media. Volvió al banco y se sentó. Comenzó a rebuscar en la bolsa de viaje hasta hallar su diario. Era mejor estar entretenida. Empezó a escribir:
La espera me desespera. Ya me queda poco tiempo en el pasado, viejo diario. Tú has sido mi consuelo en la vida que dejo atrás. Las despedidas son tristes. Sin embargo, pese al cariño que te he tenido, debo despedirme de ti. Prométeme guardar bien mi infancia, mi matrimonio,... , o,..., mejor: escóndelo todo, pues tú, mi único amigo, nunca has existido.
Para compensarte te haré una descripción optimista de mis tres últimas horas contigo:
Oigo niños riéndose cerca del banco que está enfrente de una de las puertas automáticas: parecen felices. Dicen que los niños siempre son felices. Bueno... Al menos, estos sí lo son. ¿Cuántos hay? Uno, dos, tres. ¡Qué guapos son! ¿Serán hermanos? ¡Qué tonta soy! Siempre pienso que todos los niños que están juntos son hermanos... ¡Sí al menos hubiera tenido un hermanito...! No. Mejor no haberlo tenido. Y  mejor no haber tenido ningún hijo con Carlos. Habría sido condenarlos al sufrimiento. Pero estos niños están alegres, son felices y esa es la vida que me espera, ¿por qué preocuparme? Así se habla, Raquel. Fíjate, diario, esos dos deben de ser sus padres. ¡Qué elegantes! Sin duda, parecen muy responsables. ¡Oh! ¿Te has fijado en el beso tan cariñoso que le ha dado? ¡Ah!, sí, perdona: el marido se ha acercado y le ha dado un beso de lo más sincero en los labios de ella. Definitivamente, están casados y esos pequeñines son sus hijos.
Ahora pasa delante de mí una anciana que empuja lentamente su carro. En él parece llevar... ¡Es un perro! ¡Pobrecito! Ahí encerrado... Deberían construir aviones con espacio libre para los perros, ¿no te parece, diario? Me pregunto si los perros sufrirán mal de amores. Seguramente no, o..., ¿puede que sí? Lo tengo claro: prefiero no haber sido perro; los perros no pueden elegir su vida, YO, SÍ.
Me acercaré a ver el panel de vuelos...
Bueno, esto sigue igual, pero ya sólo falta una hora y media.
Parece que alguien me llama. A ver:  ¡NOOO!
Raquel salió corriendo. Estaba aterrada y no sabía hacia dónde ir. Corrió hacia la cafetería, mas ese no era un buen sitio; poca gente. Con las prisas había dejado el diario abierto sobre el banco intentando despistar al perseguidor: se coló en una cinta portaequipajes, pero este hizo lo mismo. Las azafatas estaban demasiado ocupadas tranquilizando a los pasajeros que se quejaban por el retraso de sus vuelos, y no se percataron.

En el trayecto hacia las pistas de la cinta todo eran maletas, y dos personas saltaban como podían sobre ellas. Raquel veía a su perseguidor demasiado cerca y en el primer hueco saltó de la cinta y se coló por él. El perseguidor la perdió de vista.

Raquel volvió al vestíbulo para recoger su diario: seguía en el banco cual lo dejó; lo metió en la bolsa.

Faltaba media hora para embarcar. Se dirigió hacia los puestos de policía para pasar el control previo al embarque, pero, para su sorpresa, había una larga cola de gente. Apenas hubo avanzado cinco metros, vio a su perseguidor andando desde el otro lado del detector de metales. Este la vio y aceleró sus pasos hacia el control y hacia ella. Raquel no podía exponerse a atravesar la barrera humana: el perseguidor estaba ya en el control y ella estaba a casi cincuenta metros de los policías; tampoco habría servido de nada gritar pidiendo ayuda a la policía, pues no la habrían oído. De forma que prefirió dejar la cola y salir corriendo hacia atrás.

Su camino ahora era hacia los urinarios. Llegó y apresuradamente se encerró tras una puerta individual, y, una vez dentro, se encaramó sobre la taza del retrete.

Habían pasado cuatro minutos. Parecía fuera de peligro y se decidió a salir: bajó de la taza y abrió la puerta individual. Se acercó a los lavabos y empezó a refrescarse la cara. Cuando se miró en el espejo, observó algo que no le cuadraba: estaba en los servicios de caballeros, ya que había urinarios por la pared.

Se acercó bien y se asomó tras la esquina que escondía otros dos urinarios colgantes para ver si había alguien más allí.

Sí lo había: yo, que en ese momento acababa de mear. Me volví y la vi. Le dije lo siguiente: “Cariño, he oído el mensaje y he pensado que te gustaría despedirte de mí en persona”. Ella solo me dijo: “Carlos, ¡nooooooo!”.

Fue bastante limpio.

Como habrán comprobado, he respetado los deseos de Raquel guardando a buen recaudo su querido diario. Y, en efecto, ese es su pasado y, conmigo les doy mi palabra permanecerá oculto para todo el mundo. Excepto para ustedes, queridos lectores. Por favor, sean elegantes como yo, que no he entrado en detalles escabrosos, y no se lo cuenten a nadie. Háganlo por Raquel.




6 comentarios:

  1. Joder qué bueno! Siga escribiendo por favor
    Laura

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  2. Pero que hijoputa!!
    Tremendo relato! Sin respiracion hasta el final

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  3. Meh. Gracias por compartirlo y esas cosas.

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  4. ¡Muy buen giro! ¡Enhorabuena!

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  5. Muy buen relato, me ha entretenido mucho y que buen giro. sigue así.

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  6. Estos relatos, canciones,etc... me ponen la piel de gallina...

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