“Es
más lo que nos une que lo que nos separa”, se suele escuchar
cuando se trata de acercar posturas. Sin embargo, recurriendo al
álgebra de conjuntos, encontramos que también puede unirse “lo
que separa”, o, más bien, lo que no es común. Lo que se denomina
diferencia simétrica, expresado así: A
Δ B = (A – B) ∪ (B – A). Vamos a ver si lo podemos retratar de
alguna forma con un texto.
Donde
se encuentra la tierra con el mar, rompiendo olas contra rocas,
apenas hace unos años vivía un viejo marinero de barba blanca, ojos
teñidos de horizonte y piel surcada. Para sí guardaba historias de
viejo lobo de mar, que más bien se referían a medio siglo de pesca
de bajura. Vivía solo, si no fuera por el único guardián de su
casa: un terranova la mitad de viejo que él en edad, vitalmente aún
más cascado. Paseando eran dos, pero recordando sus peripecias, las
tormentas y las idas y venidas en la mar bravía, solo estaba el
viejo pescador. Abandonado a su memoria, zarandeado por el cierzo y
el mistral, agitado por la tramontana y mecido por poniente. Aún no
se sabía vencido por las procelosas aguas de la vida, que como un
océano le habían criado entre criaturas variopintas, humanas las
menos. Menos en cantidad pero de mayor intensidad: de risas y llantos
sus reencuentros, de sonrisas y sollozos sus encuentros, de misterio
sus anhelos y de dolor las pérdidas.
La
perdió hace décadas, cuando ella descubrió que las esperas eran
desesperantes, ella que le quiso tanto, pese a sus sueños perdidos.
Los sueños de ambos, diluidos en espuma de mares que jamás surcaron
juntos, alejados en sus tareas como cercanos estaban sus corazones.
Y
seguían estándolo, al menos el de él, sin saber qué fue de ella,
mientras manoseaba su última carta, con matasellos de la capital.
Una carta que terminaba con un lacónico “adiós”. Un hasta
siempre y no un hasta nunca, como él solía pensar. Era su más
preciado objeto; ni su paquebote ni sus redes ni cualquier otro de
sus aparejos podían competir con el preciado pedazo de papel que
guardaba en una oxidada caja de anzuelo atunero. Era la caja de su
secreto, del amor que nunca quiso ser, del que complementaba al de su
esposa, fallecida hacía tres años. Eran dos recuerdos, dos pérdidas
materiales, pero lo inmaterial siempre queda y sigue siendo.
Su
esposa, el amor de su vida, finalizó la suya sin saber de aquel
secreto, que, como dice el vulgo, uno de los más profundos era
siendo del corazón. O así creyó el viejo marinero que así había
sido o, al menos, por las noticias que no llegaron. Pues uno no sabe
si lo que oculta le es ocultado en el saber de quien sabe que le es
ocultado. Pero la porfía no es menester cuando los hechos son,
cuando las décadas de amor anulan cualquier misterio que cada
persona tiene, por ser persona única, aunque su vida sea en pareja.
Y así fue en dos tercios de sus vidas, un amor, una amistad y un
sinfín de confesiones que compartieron en el crisol de sus pasiones,
de sus vivencias juntos, felizmente casados. De su esposa era lo
vivido, de ella, lo soñado, y de ambas, una pena de soledad. Una
soledad para la que nunca se había preparado ni en las semanas de
alta mar.
Cansado
de recordar, decidió el pescador marchar al pueblo, alejarse de la
soledad y tratar de recuperar su infancia en la población que le vio
crecer antes de hacerse a la mar. Empero, encontrándose ocupado en
hacerse el equipaje, puede que por azar o quizá por el destino,
quiso su mano encontrar una foto de su esposa, que nunca antes había
visto. Y detrás de la foto un marco y, pegada al marco, una flor,
marchita, seca, pero aún de vivo color. Entre sus pétalos y el
marco, cuando él la desprendió, pudo leer una frase con letra
desconocida. Antes de comprender su sentido, se preguntó por su
origen, por su autoría, ya que nadie en su casa estuvo, ni hijos ni
criada. ¿Quién pudiera haberla escrito? Aunque algún calamar había
pescado en sus años de brega en el azul, no era experto en tintas ni
en formas. No era calígrafo tampoco, ni astuto. Pero era claro el
fondo y oscura la tinta; no había duda, pero sí la había en su
sentido. ¿Quién podía haber escrito “te amo” entre una flor y
una foto? ¿Quién, si no era su letra y jamás vio aquel retrato?
Lejos
de medrar más, no pudo sino sonreír, creyendo que su esposa también
se llevó un secreto. Empezó a reflexionar: «¡Oh!, mi dulce amada.
¡Cuánta razón tenías cuando, aún viva, me explicabas que el amor
no es uno, que el amor es mucho, que no es lo que se ve sino lo que
siente y que jamás se puede abarcar! Comprendo cuánto me amaste,
comprendo mas no importa, pues lo sincero es eterno y siempre fui
consciente de ello. Me enseñaste la bondad y me ocultaste cuanto
creíste que me habría hecho mal. Siempre supe que tenías amor de
sobra, nunca pudimos compartirlo con un hijo, aunque quizá le
hubiéramos dado todo, pero ahora estoy seguro de que fuimos dos
amores repartidos por el viento: tú por tu lado, yo por el mío y
juntos nos mezclamos. Me hace gracia nuestra ignorancia, ésa que nos
mantuvo unidos y ahora nos fusiona sin confusión, sin prisas, en un
soñar alcanzado, el de haberte conocido. Gracias por decírmelo,
sabías que lo encontraría».
Uffff ! me vuelve loca, es precioso....
ResponderEliminarMe encanta este tipo de lecturas, cortas pero muy concisas. Espero más entradas como esta, ya que el mundo acuático nos fascina por el misterio, encanto y belleza que reflejan. Saludos.
ResponderEliminarEstoy escuchando un programa en la cadena Ser que hablan de poliamor. Lo he pasado tan mal por dejar una relación... Tuve que elegír y aun sigo echando de menos a aquella persona. Si hubiera sido posible no tener que elegir..... Me siento tan identificada con el viejo pescador....
ResponderEliminarMe ha gustado muchísimo como lo has escrito y me parece acertadisimo el gráfico .
Enhorabuena!
Yo que piqué en la noticia pensando que me iría a encontrar con la explicación lógica de CONJUNTOS de algebra lineal y matemáticas discretas y así recordar los años de universidad cuando cursaba dicha materia, me encuentra con un relato tremendamente lógico de nuestro paso por esta vida que si lo englobamos, todos podremos identificarnos con el, que gran articulo, he tenido que apagar la TV para poder concentrarme y captar mejor las vivencias del pescador solitario, lecciones de la vida....
ResponderEliminaresperaba algún tipo de aventura lógica formada por ecuaciones, identidades y simbología matemática. Irracional.
ResponderEliminarMe parece tan bueno el primer párrafo... El autor podrá desmentirlo, pero parece imitar el ritmo de las primeras líneas del Quijote. Coincido con otro comentario, quiero más entradas como esta: precisa, concisa y bella, añado.
ResponderEliminarMuchas gracias y felicidades. Es muy bueno.
Dos veces lo he leído. Una, engañado, buscando aquella lógica;otra con la que tiene.
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