Cambio, la variable constante; siempre hay cambio. Siempre
hay oportunidad de cambio, si bien habría que detenerse a
reflexionar cómo queremos que se dé ese cambio. A nivel de
individuos hay cambios; luego, también es seguro que los haya a
nivel de organizaciones. Porque, parafraseando a José Luis Sampedro,
otro mundo es
seguro, y, dentro
de este, otros
sistemas son seguros.
Para empezar acotando,
podríamos hacer una primera clasificación: cambios
espontáneos, y cambios
intencionales.
Son cambios espontáneos aquellos que se producen a lo largo del
tiempo sin conciencia de ellos durante el presente ni hacia el futuro
y, por tanto, solo se tiene constancia de ellos una vez se han
producido, en un instante en que ya no se ha podido intervenir sobre
ellos. Así, los cambios espontáneos están relacionados con el
pasado. En el otro lado, los cambios
intencionales
son aquellos que se esperan producir en un futuro desde la
intervención sobre el presente con la finalidad de lograr algo. Como
es obvio, los cambios espontáneos se producen siempre y, desde la
visión occidental1,
se trata de actuar sobre las circunstancias que en ellos inciden para
provocar cambios intencionales. De manera que el cambio intencional
es siempre una aspiración, un ideal.
A
decir verdad, el cambio intencional responde mucho al paradigma
mecanicista. Sin embargo, este paradigma, abanderado del avance
científico hasta el siglo XX, empezó a ser cuestionado sobre todo a
partir del principio
de incertidumbre
de Heisenberg2
(primer tercio del siglo XX). Pese a su cuestionamiento, el
mecanicismo, en su variante neopositivista, aún tiene mucha vigencia
por varios motivos: desde la reformulación de la ciencia aceptada
principalmente de Popper y por la aplicabilidad de esta en la cada
vez más omnipresente tecnología. De hecho, incluso la psicología
trató de adoptar el paradigma positivista de la mano de los
neoconductistas,
de
gran repercusión en las concepciones pedagógicas hasta la década
de los sesenta -por citar un ejemplo-. Y
que parece resurgir en los últimos años.
Es en esa época cuando
empiezan a tomar cuerpo nuevos modelos explicativos de la realidad.
Aunque para muchos el verdadero cambio se produjo a partir de Freud –
mucho antes-, no se puede hablar de un cambio profundo de paradigma
científico, en todos sus ámbitos (más allá de la terapia médica
y psicológica incluso), hasta mediados del siglo XX, tras la
posguerra de la Segunda Guerra Mundial. A partir de entonces tienen
su auge las teorías humanistas, el existencialismo, entre otros
movimientos intelectuales, y las colonias de principio de siglo se
independizan de las potencias occidentales, como ejemplo de cambio
político trascendental. El Mundo ha cambiado y el hombre no ha
podido o no ha sabido hacer mucho, se cree. Junto con la explosión
demográfica se produce el aumento de las diferencias sociales,
especialmente entre los países desarrollados y el resto, pero
también dentro de los países desarrollados. Donde la creación de
una mayoritaria clase media no evita la exclusión de millones de
personas, que se saben excluidas y que saben que pueden movilizarse;
comienza el auge de la información.
La
ciencia natural ya no puede explicar todo. Las ciencias sociales
comienzan a reivindicar su puesto dentro de las Ciencias3.
Se empieza a aceptar la diversidad de paradigmas (Kuhn, 1975) y se
reconoce una realidad mucho más compleja que la promulgada desde los
presupuestos de la mecánica celeste de Newton.
De
tal manera que podríamos referirnos al cambio intencional desde el
punto de vista de una actitud, una predisposición en una determinada
dirección, idealizada quizás, y no sin escepticismo. Siempre nos queda
una incertidumbre. Por poner un ejemplo: cuando tratamos de medir la
longitud de un coche, podemos cometer dos tipos de errores: si
medimos con una regla escolar, cometeremos un error de tipo
sistemático, que podríamos haber enmendado al medir con una cinta
métrica; pero, incluso midiendo con la cinta métrica, cometeremos
un error de tipo aleatorio, pues, al fin y al cabo, la escala de la
cinta está limitada a milímetros (nuestro error aleatorio absoluto
será de ±
1 mm; “existe vida por debajo del milímetro”). Es decir, nuestra
intención de medir la podemos llevar a cabo, pero somos conscientes
de nuestras limitaciones, no determinamos exactamente la realidad,
sino que nos aproximamos a ella.
De
forma análoga, un cambio intencional, un cambio que nos propongamos,
tendrá una finalidad, pero, aunque no cometamos errores de tipo
sistemático (que los cometeremos), es inevitable que la consecución
de esa finalidad no solo dependa de nuestra intención. Si en el
burdo ejemplo de la medida de longitud, nuestra limitación la
restringimos a un solo parámetro, ¡cuán difícil sería cuando nos
referimos a cambiar una organización, donde es posible que ni
conozcamos todos los parámetros!:
«A
la luz de todas estas calamidades no intencionadas, me pregunto si
efectivamente estamos algo más cerca del control consciente de la
evolución cultural que nuestros antepasados de los albores de la
Edad de Piedra. Como ellos, no paramos de tomar decisiones; pero,
¿somos conscientes de que estamos determinando las grandes
transformaciones necesarias para la supervivencia de nuestra
especie?».4
La casa por el tejado |
¿Intencionalidad?, ¿por qué nos planteamos tal o cual finalidad?. Tenemos que
encontrar unos motivos que nos impulsen a un cambio intencional.
Podríamos reducir los motivos a dos grandes clases: de mejora de la
realidad, de adaptación a nuevas realidades previstas o sospechadas.
Otros motivos estarían dentro de estas dos clases, incluyendo los motivos espurios -¡ojo!-: los promovidos desde el capricho injustificado y no
compartido de una sola persona en una organización, por ejemplo.
Para
acabar de acotar, habríamos de diferenciar los cambios atendiendo a
otro criterio: el de su reversibilidad. Así, se distingue entre
evolución
y revolución.
En nuestra humilde opinión, la evolución siempre es más pacífica
que la revolución porque
permite cierta vuelta atrás. Aunque, si seguimos el Segundo
Principio de la Termodinámica, hasta ahora infalible en Física, no existen
cambios totalmente reversibles. Pero -¡atención!- la revolución funciona
como un tornillo al que giramos hasta atorarse, sin vuelta atrás en
ningún caso. De cualquier forma, nunca volveríamos al punto de partida. Con lo cual, quizá sea interesante reflexionar sobre las consecuencias sin renunciar a nuestro poder sobre los cambios. El cambio gradual o cuantitativo también deviene en un cambio cualitativo, pensemos sobre eso.
Teniendo en cuenta la velocidad del cambio, considerando que somos seres sociales y que el determinismo no nos afecta tanto como pretenden, hemos de plantarnos y negarles sus argumentos. Porque sí se puede según nuestros criterios, porque tenemos criterio. Llega el momento de tomar las riendas: si queremos decidir sobre nuestro futuro, podemos seguir evolucionando, pero la evolución pasa por nosotros. Porque nosotros, el pueblo, la sociedad civil, podemos decidir nuestros cambios y nos toca hacerlo. No permitamos la involución, porque nosotros somos el sistema.
1
En la tradición de la filosofía oriental
se da más un fundamento contemplativo que explicativo.
2
Viene a decir algo así: “es
fundamentalmente imposible efectuar mediciones simultáneas de la
posición y velocidad de una partícula con precisión infinita”.
3
Sin someterse al clásico método
científico que incluso trató de adoptar Comte para la sociología
4
Harris
(1995, p. 453). Hace referencia a las consecuencias no predichas en
los avances tecnológicos, por ejemplo (como el tráfico, la
contaminación y el estrés causados por la producción de coches en
serie, quizás)
Simplemente genial! Nunca había visto argumentos tan claros. Felicidades por el post.
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