23 de septiembre de 2015

Pontificar no es de sabios


Si nadie posee la verdad absoluta, parece irrelevante abominar de cualquier idea, por disparatada que sea. Pero existen límites. Uno de ellos es la vida de una persona (o colectivo de personas): no es lícito exponer su vida a las diarreas mentales de un gurú antivacunas, por ejemplo. Y otro límite es la salud (tómese definición OMS): tampoco es lícito someter a una sociedad privándola del acceso al conocimiento y vendiéndole monsergas (sean políticas, comerciales o religiosas). El problema es que el conocimiento no llega a todas partes ni llega por igual.




Obviamente, no es un post el vehículo adecuado para promover un sesudo análisis, pero sí espero generar un debate suficiente sobre esta cuestión: ¿Existe una ciencia de la divulgación del conocimiento?

Y, para centrarlo un poco, me voy a referir a la divulgación básica, la que podría llegar a mayor número de personas: con suficiente comprensión, que generase motivación para aprender más, que fomentase el pensamiento crítico y que promoviera una sociedad mejor. Condiciones que considero cuatro pilares fundamentales sobre los que apoyarme en esta discusión. Por tanto, estoy descartando las comunicaciones científicas en publicaciones de prestigio, los tratados y, en general, todas aquellas acciones comunicativas cuyo destinatario queda reducido a la comunidad científica (conferencias magistrales, simposios, etc.). Adviértase aquí un escollo importante para la divulgación del conocimiento: La dificultad y el consiguiente esfuerzo que entraña la profundización en cualquier materia.

No hace falta esforzarse demasiado para seguir una narración. A no ser que nos perdamos en la incomprensión de términos clave. No suele haber términos clave en las historias cotidianas y, si los hay, resultan comprensibles sin demasiado esfuerzo. Ahora bien, la casi ausencia de esfuerzo no implica dejadez ni incorrección. A ver si ayuda a explicarlo el siguiente ejemplo: en general, caminar no supone un gran esfuerzo, pero hay quien camina con dejadez e incorrección poniendo en peligro su integridad y la de quienes se cruzan en su camino (si queréis, podéis cambiar el ejemplo por conducir un turismo).

Como veis, hasta ahora no he sacado la palabra “rigor”.

Tampoco me he referido a la divulgación científica, sino a la del conocimiento. Adrede, para oponer conocimiento a creencias, y sin meterme en el jardín epistemológico. Porque –fijaos– me pregunto por una posible ciencia de la divulgación y en la discusión es posible que aparezcan:

  • Quienes defienden aún el principio de verificación frente al de falsación.
  • Quienes plantean el problema entre pensamiento analítico y sintético así como el del reduccionismo de los dominios y métodos de cada disciplina científica.
  • Quienes advierten de una dicotomía entre lenguaje teórico y lenguaje observacional.
  • Quienes presentan el debate sobre la acumulación de conocimiento científico referido a lo objetivo o absoluto en contraposición a quienes defienden una interpretación de la naturaleza condicionada a valoraciones de las teorías científicas en cada momento de la Historia.
  • Quienes se cuestionan la relación entre el avance científico y la cultura (la economía, el arte, las costumbres...).
[Así que, ¿es la divulgación una ciencia? Llegados a este punto, aluvión de síes y noes. Pero no contestéis todavía y permitidme continuar con la argumentación]

Por consiguiente, para no entrar en colisión entre ciencia natural y ciencia social (“del espíritu”, Geisteswissenschaften) –ni con ciencias formales–, podría dar cabida a cualquier definición de ciencia con tal de que algún lector pudiera defender la divulgación como una ciencia. Pero –ojo– aquí viene el meollo del post:

a) Si la divulgación es ciencia, ¿por qué la ciencia básica parece calar menos que las chifladuras o malas artes de quienes venden “el nuevo traje del emperador”?

b) Si la divulgación no es ciencia, ¿por qué contar con ella para divulgar ciencia sin hacer autocrítica científica y sin asumir los principios no científicos de la divulgación?

Para empezar, es discutible que la ciencia básica cale menos que las pseudociencias. Estos son los resultados obtenidos buscando en Google algunas palabrejas (magufas en amarillo):


Cuántica
Física cuántica
Mecánica cuántica
Medicina cuántica
Medicina
Homeopatía
Acupuntura
1.040.000
920.000
598.000
509.000
227.000.000
3.320.000
8.800.000

Dudo que alguien se atreva a concluir algo claro a partir de este simple ejemplo (por cierto, la palabra “física” dio 176.000.000, y la palabra “química”, 89.800.000 resultados, pero téngase en cuenta que medicina cuántica, medicinas alternativas, así como educación física o condición física se hallan en los resultados de esas búsquedas). El ranking de revistas mensuales más leídas, según el último EGM (Año móvil octubre de 2014 a mayo de 2015, documento descargable en pdf), lo sigue encabezando Muy Interesante después de varios lustros. Al igual que Pronto el ranking de revistas semanales –¡vaya!–. Pero, con todo, no son datos concluyentes, pues echad una ojeada a las parrillas televisivas y apreciaréis la cantidad de programas divulgativos y sus cuotas de pantalla –¡otro fiasco!–. Y en radio... Nada, que la divulgación del conocimiento no tiene buena acogida en los medios. Ahora bien, es una minoría de personas quienes dudan de que nuestra sociedad occidental deba su avance al auge del conocimiento. Porque, como escribe el científico del CSIC Pere Puigdomènech, es probable que «los ciudadanos confíen en el método que hemos desarrollado para tener respuestas de confianza» (refiriéndose a la ciencia). Es probable que ese sea el principal agente divulgador: la eficacia de la ciencia para resolver problemas y facilitarnos la vida. Pero me parece igualmente destacable valorar el principal canal de comunicación del conocimiento... hasta ahora: la educación formal, la escuela.

No obstante, aunque la mayoría confiamos en la ciencia (y en el conocimiento en general) y en sus instituciones, ya sea por nuestra educación, ya sea por la constatación de sus explicaciones o de sus soluciones a nuestros problemas, a pesar de eso, no somos infalibles. Y el conocimiento tampoco. Quién sabe si por desesperación, por simple vagancia o por qué, alguna vez caemos en cantos de sirena: como referí, véase la ingente cantidad de resultados en Google de medicina cuántica; véase el auge de los partidos fascistas en Europa; véase el comercio despiadado de milagros cosméticos y alimenticios; etcétera.

Voy a recurrir de nuevo al ejemplo del viandante (o del conductor) que se desplazaba atolondradamente, con dejadez e incorrección, voy a añadir a quienes redactan con faltas de ortografía y voy a introducir el término rigor. ¿Se puede hablar de falta de rigor en esos casos? No necesariamente, y, aunque no seré yo (léase a Gabo en “Botella al mar para el dios de las palabras”) quien defienda a quienes las cometen, podría soslayarse: Escribir “reiqui” para describir correctamente el efecto Casimir, escribir “los porques” que explican acertadamente el conflicto de Siria o escribir que “habían doscientos Mossos d'Esquadra” en la crónica relámpago de una manifestación, por poner unos ejemplos. Y, sin embargo, no tiene disculpa: Hablar de memoria del agua, ubicar a Picasso en el Barroco o afirmar que la luz del Sol tarda un año-luz en llegar a la Tierra. En unos casos la dejadez o la incorrección no da lugar una falta de rigor sobre el contenido que se expone, en otros casos, sí.

Ahora pensad en la esencia de estos últimos ejemplos: unas formas correctas no implican un contenido riguroso. Pero, desgraciadamente, hay quienes son capaces de deslumbrar con una retórica o con una campaña de imagen impecable lanzando un discurso vacío e incluso tergiversado. Ojo porque pueden dominar más la comunicación que el conocimiento como tal. O, volviendo al meollo del post, quizá dominan un conocimiento de la comunicación (o de la divulgación) vetado al resto de los mortales.

Imagino lo que estáis pensando: “Esos charlatanes no tienen escrúpulos” (honradez, ética), “se aprovechan de las debilidades de los demás” (sin esfuerzo), “son vendedores sin servicio postventa” (beneficio propio con perjuicio para los demás), etcétera. Todo eso es cierto, y, entonces merece la pena pensar lo siguiente: Quizá no sea tan descabellado recurrir al conocimiento disponible sobre comunicación (sea ciencia o no) para abordar con mayor éxito una campaña de divulgación de conocimiento. Puesto que, al fin y al cabo, ese conocimiento será riguroso, aunque sea divulgación básica, que es de lo que trataba de defender con este post, y sin ánimo de pontificar, que no es de sabios (y aunque yo no lo sea).





4 comentarios:

  1. "Quizá no sea tan descabellado recurrir al conocimiento disponible sobre comunicación (sea ciencia o no) para abordar con mayor éxito una campaña de divulgación de conocimiento."

    De descabellado nada, yo creo que es el camino que tenemos que seguir.
    Y fijarnos en las cosas que "funcionan" que muchas veces se instrumentalizan, y usarlas para el bien social.

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    1. Por supuesto que no queda más remedio que recurrir al conocimiento que tengamos, que, distinguiéndolo de creencias (Ortega), no es "el a mí me funciona", sino el que mejor funciona. Pero veía necesario llamar la atención de que la ciencia puede recurrir a cosas que no son ciencia... de momento.
      Gracias por el comentario.

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  2. El conocimiento os hara libres. Los temas divulgativos, sin mas, no tienen demasiado apoyo. Si tuvieran un fin economico, seria otra cosa...

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    1. Cierto que no tienen demasiado apoyo. Nunca lo han tenido tanto como ahora, por cierto. No tengo claro si el conocimiento debe ir necesariamente de la mano de cuestiones económicas, estricto sensu (solo pecuniarias, no).
      Gracias por comentar.

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