Fuente |
He aquí la estructura congénita que se le supone al hombre por ser hombre: dos piernas con sendos pies, dos brazos con sendas manos, un tronco y una cabeza... Efectivamente, no me estaba refiriendo a esta, sino a... No sé cómo referirme a ella. ¿Debo hablar de mente (1)?, ¿de alma? Un convencionalismo, lo denominaré capacidad intrínseca. Pero, entonces, «¿una capacidad, es decir, algo que puede ser pero que aún no es, lo llamas estructura?», objetará alguien. Bien, digamos que es una estructura básica o algo de donde partir o donde construir. Sirva la comparación siguiente: esa estructura se asemejaría a los cimientos sobre los que se edificaría una casa. Para algunos esa estructura (profunda, según Chomsky) se compone de materia (punto de vista físico, químico, biológico o simplemente fisiológico); para otros, de espíritu (punto de vista filosófico); para otros, de energía mística (punto de vista místico); etcétera. En cuanto a mí, no lo sé, por lo que, a fuer de ser diplomático, mantendré la verosimilitud de todos los citados puntos de vista. Pues lo que ciertamente me importa es conocer de qué se compone esa casa. Que, por otra parte, tampoco sé si apellidarla como del lenguaje o como del pensamiento.
Me serviré del modelo físico apuntado por Einstein: energía como masa o masa como energía, dos manifestaciones de la misma cosa. Este hecho irrefutable a modo de manifestación ambivalente lo es en Física, empero en Lingüística no todos se ponen de acuerdo en la equivalencia entre pensamiento y lenguaje. Quienes se dedican a la Inteligencia Artificial no suponen equivalencia, sino plena equiparación; de otra forma, no tendría sentido su trabajo. Sin embargo, también hay detractores de esta disciplina: no tanto por sus resultados más o menos éticos, sino, más bien, por el escepticismo que les plantea: «Parece ser una creencia muy extendida la de que “cualquier cosa es un computador digital”. Mi intención (...) es tratar de demostrar por qué, y quizá cómo, esto no tiene que ser así necesariamente» (R. Penrose: La nueva mente del emperador. Barcelona. Grijalbo, 1996, p. 48).
Esto me lleva a diferenciar —por supuesto— lo que es un lenguaje formal, como lo es el computacional, del lenguaje propiamente humano o lenguaje humano: el lenguaje formal (matemático, lógico o de ordenadores) no es más que una herramienta para el análisis de los razonamientos de la mente (humana, desde luego, y si es que existe el ente llamado mente). Este lenguaje formal es tan estructurado, que es cerrado; es decir, no permite ambigüedad (2), por ejemplo. Esta ventaja de estructuración ideal sería interesante que se diera a veces en el lenguaje humano —para no sacar las cosas de contexto, por ejemplo—, pero nuestra especie también ha inventado mecanismos que contribuyen al buen entendimiento, sin ser perfecto. Precisamente de esta imperfección deviene la riqueza de nuestro lenguaje: de su abertura. El lenguaje goza de tanta ansia de crecimiento como el pensamiento o, como expresó Wittgenstein en su faceta epistemológica, los límites de mi lenguaje son los límites de mi conocimiento. Para facilitar mi tarea expositiva, convendré en que el lenguaje es manifestación (sin el determinante “la”) del pensamiento —casi vale el modelo físico, si bien debo dejar claro que energía y materia son dos manifestaciones de un mismo hecho, mientras que lenguaje es manifestación de pensamiento, mas no viceversa; o, al menos, no hay forma clara de apreciarlo—.
Así, aceptando que el lenguaje se desarrolla con el pensamiento, propongo referirme a la casa del lenguaje o la casa del pensamiento de manera indistinta con la denominación de casa.
¡Ah!, sí: ¿de qué se compone la casa? De relaciones. Pero no de simples relaciones. Si he ilustrado al lenguaje con este modelo constructivo, lo he hecho porque efectivamente el lenguaje supone un proceso de crecimiento. Aunque me quedaría corto si solo apuntara el crecimiento cuantitativo, ya que el proceso también es cualitativo. Nuestra casa, como el buen vino, gana con la edad —en general—. Las relaciones aumentan en número y en complejidad, en la medida de cada uno (3) o, más bien, en función de otro don: nuestra capacidad de aprendizaje. Nuestra casa es una (o muchas) interpretación de la realidad. ¿Qué realidad? Nuestra realidad, esa que podemos intercambiar con otros para enriquecernos o, mejor expresado, desarrollarnos. Los animales no son capaces de intercambiar su realidad, son egocéntricos de por vida —suponiendo que tuvieran desarrollado su concepto de yo—; porque no cuentan con esa capacidad intrínseca a nuestra especie. Entonces, en ese vaivén de realidades, se definen las relaciones. Sin prisa, pero sin pausa: ladrillo a ladrillo, estructura y forma... Esto es importante pues la casa la hace uno mismo, con ayuda (ideas, porque nunca faltan ingenieros), pero uno mismo. De forma que siempre construimos sobre lo ya construido; no podemos empezar la casa por el tejado.
Nuestra casa comienza en un triste solar con un poco de mortero (gorjeos, balbuceos), uno o dos ladrillos (“mamá”, “papá”) y, poco a poco, una hilera de ladrillos (holofrases, agrupación de dos o tres palabras). Hasta entonces otros humanos nos han hablado, nos han sonreído, nos han cantado o nos han hecho cucamonas. De alguna forma nos han procurado unos modelos donde fijarnos, pues nuestro cometido es edificar una vivienda, no una escultura amorfa sin sentido. Justo eso: sentido, significado. Para nosotros, para los demás. Maravillosamente, la incipiente casa va asemejándose a las de alrededor y a las de nuestros modelos. Lo que no parece obvio es aseverar si las reglas o las normas de edificación también nos las han transmitido otros. De ello se ocupa la Gramática Generativa, creo —diletante—.
Nuestra vida marca el tempo. Las relaciones se van complicando, según Jakobson, en torno a dos ejes: la combinación sintáctica y la selección semántica. Vamos escogiendo nuevos materiales, optando por nuevas técnicas, aprendiendo de otras personas, fijándonos desde una altura mayor en todo lo que abarcan nuestros sentidos. Nuestra casa es única, pero sigue siendo parecida a casas próximas. Este vecindario puede establecer un sistema de signos (¿lengua?) comunes para mejorar el intercambio de realidades. Puedo visitar otras casas porque soy capaz de recordar la mía y evocarla, y también puedo recibir invitados que evocan las suyas. A unos les recibo en la biblioteca y a otros, en la cocina, o en el jardín o en el despacho, dependiendo de nuestra comodidad (¿registro?).
1. Por si la comprensión de este texto fuera oral, valga esta aclaración: la preposición “de” es indisoluble de la forma verbal “hablar de”; “de-mente” no funciona como predicativo.
2. A no ser que esa ambigüedad sea fruto de la autorreferencialidad de un metalenguaje sobre él.
3. O de cada sociedad, en función de la cultura, la economía, el medio físico y el medio social, en suma.
Esto me lleva a diferenciar —por supuesto— lo que es un lenguaje formal, como lo es el computacional, del lenguaje propiamente humano o lenguaje humano: el lenguaje formal (matemático, lógico o de ordenadores) no es más que una herramienta para el análisis de los razonamientos de la mente (humana, desde luego, y si es que existe el ente llamado mente). Este lenguaje formal es tan estructurado, que es cerrado; es decir, no permite ambigüedad (2), por ejemplo. Esta ventaja de estructuración ideal sería interesante que se diera a veces en el lenguaje humano —para no sacar las cosas de contexto, por ejemplo—, pero nuestra especie también ha inventado mecanismos que contribuyen al buen entendimiento, sin ser perfecto. Precisamente de esta imperfección deviene la riqueza de nuestro lenguaje: de su abertura. El lenguaje goza de tanta ansia de crecimiento como el pensamiento o, como expresó Wittgenstein en su faceta epistemológica, los límites de mi lenguaje son los límites de mi conocimiento. Para facilitar mi tarea expositiva, convendré en que el lenguaje es manifestación (sin el determinante “la”) del pensamiento —casi vale el modelo físico, si bien debo dejar claro que energía y materia son dos manifestaciones de un mismo hecho, mientras que lenguaje es manifestación de pensamiento, mas no viceversa; o, al menos, no hay forma clara de apreciarlo—.
Así, aceptando que el lenguaje se desarrolla con el pensamiento, propongo referirme a la casa del lenguaje o la casa del pensamiento de manera indistinta con la denominación de casa.
¡Ah!, sí: ¿de qué se compone la casa? De relaciones. Pero no de simples relaciones. Si he ilustrado al lenguaje con este modelo constructivo, lo he hecho porque efectivamente el lenguaje supone un proceso de crecimiento. Aunque me quedaría corto si solo apuntara el crecimiento cuantitativo, ya que el proceso también es cualitativo. Nuestra casa, como el buen vino, gana con la edad —en general—. Las relaciones aumentan en número y en complejidad, en la medida de cada uno (3) o, más bien, en función de otro don: nuestra capacidad de aprendizaje. Nuestra casa es una (o muchas) interpretación de la realidad. ¿Qué realidad? Nuestra realidad, esa que podemos intercambiar con otros para enriquecernos o, mejor expresado, desarrollarnos. Los animales no son capaces de intercambiar su realidad, son egocéntricos de por vida —suponiendo que tuvieran desarrollado su concepto de yo—; porque no cuentan con esa capacidad intrínseca a nuestra especie. Entonces, en ese vaivén de realidades, se definen las relaciones. Sin prisa, pero sin pausa: ladrillo a ladrillo, estructura y forma... Esto es importante pues la casa la hace uno mismo, con ayuda (ideas, porque nunca faltan ingenieros), pero uno mismo. De forma que siempre construimos sobre lo ya construido; no podemos empezar la casa por el tejado.
Lo que nunca aprenderé es cuándo y cómo se hace el tejado. Pero, además, ¿qué es el tejado?
Intentaré responderlo en esta entrada: Lenguaje sin límites.
Intentaré responderlo en esta entrada: Lenguaje sin límites.
1. Por si la comprensión de este texto fuera oral, valga esta aclaración: la preposición “de” es indisoluble de la forma verbal “hablar de”; “de-mente” no funciona como predicativo.
2. A no ser que esa ambigüedad sea fruto de la autorreferencialidad de un metalenguaje sobre él.
3. O de cada sociedad, en función de la cultura, la economía, el medio físico y el medio social, en suma.
Fantasía y rigor en un artículo de lingüística muy interesante. Espectacular el recorrido metafórico de los cimientos a la conclusión, en el tejado. ¿Qué entendemos por el tejado?
ResponderEliminarSencillamente, FABULOSO. Enhorabuena!
ResponderEliminarMuy interesante y muy bien traído. Buen artículo.
ResponderEliminarYo también me pregunto qué tienen que decir ls académicos de la RAE en como quiere comunicarse la gente por el Twitter, por Whtasapp. ¿Qué más les da? Mientras las personas se entiendan, no importa que tengan faltas de ortografía. Vamos, a mí me da igual. Me ha gustado la comparación con la casa.
ResponderEliminar