9 de febrero de 2014

Que no te desborden los hechos

Se oye, se ve, se comenta... Pero son tantos los casos, que no se puede prestar atención a todo, e incluso te bloqueas: ¿apoyo a la marea verde? ¿me manifiesto contra la reforma de la Ley del Aborto? ¿contra la corrupción? Te dices que no puedes estar en misa y repicando, sigues adelante con tu vida y, poco a poco, palpas que tu vida ya no es la que era. Día a día te preguntas si en algún momento pudiste hacer algo más.

Goebbels, por Harry Mayerovitch (1939)


De una forma o de otra aspiraste a ser una especie de Suiza: neutral, independiente, depositaria de grandes fondos de confianza, hermética, etc.. Merman los derechos y libertades de millones de personas, pero te posicionas así: “No es mi guerra”.

En verdad, no te sientes en una isla, y tampoco has cerrado tus fronteras afectivas, pero tu caparazón solo es permeable hacia ti, pues prefieres no exponerte. Te aplicas aquello de que “quien más expone, más pierde”. Y lo justificas: “mi opinión solo puede contribuir a enrarecer más todo; prefiero no meter la pata”. Crees que metes la pata porque no sabes de política (o eso te dices), y prefieres charlar de temas intrascendentes: de los chismorreos de la prensa rosa, de los chismorreos del fútbol... Pero resulta que empleas buena parte de tu conversación en hablar de la vida de los demás. Aunque, para serte sincero, también los hay que dicen hablar de política y solo hablan de chismorreos.

Pero sabes, y mucho. Sabes que una reforma laboral que merma derechos de los trabajadores atenta contra la calidad de vida y que tarde o temprano te toca a ti (directamente o a través de alguno de tus seres queridos). Conoces a personas que se han enriquecido a costa de hundir a otras personas, incluso sufriste algún episodio en tu centro de trabajo, entre tus amistades e incluso en tu propia familia: trepas, manipuladores y usurpadores, respectivamente. Viviste épocas ruinosas o restrictivas, en que no podías hacer ni manifestarte libremente, pero crees que tu esfuerzo y tu inteligencia te sacaron de aquello y que jamás volverás a caer. Te equivocas en esa creencia, pues ni conoces el futuro ni todas las variables que pueden afectarte. Sin embargo, en fin, prefieres callar.

Para colmo, además, no crees que tu voto sea decisivo, pues piensas (con bastante razón) que la oferta electoral es falaz o que, en todo caso, no te representa. Pero, si no opinas ni tampoco votas, es posible que al menos actúes. Quizá no dispongas de tiempo ni de ganas para participar activamente en el consejo escolar ni en tu comunidad de vecinos ni en las actividades de tu biblioteca municipal ni en el banco de alimentos... Ni para acoger a un niño ni para nada. Pero sigues siendo consumidor y con tu dinero puedes decidir cosas: sobre las condiciones de tus productos financieros, sobre tu cesta de la compra, sobre la educación de tus hijos, sobre los medios de comunicación, sobre tu ocio... Y, en general, puedes intentar ir contra todas las decisiones que desde ampulosas oficinas de “expertos” en marketing y derivados tratan de imponernos. Quizá sean los mismos que tratan de medrar a través de quienes toman decisiones políticas. Quién sabe.