27 de marzo de 2015

Investigar en la escuela

¿Cómo era aquello que se decía en España según Unamuno? ¿“Que inventen otros”? Realmente, no creemos que solo sea patrimonio de nuestro país y tampoco creemos que tengamos un gen especial que nos limite nuestra capacidad indagadora. Más bien, creemos que, en general, a todos nos cuesta admitir un terremoto bajo nuestros constructos mentales. Se oye a menudo: “a mí me lo enseñaron así”, como si todo fuera inalterable y no pudiera mejorarse. Pero no solo en la escuela.


En nuestro quehacer diario necesitamos de algunas certezas que nos permitan desarrollar automatismos para poder andar, hablar, etc. La cuestión es si la educación es un automatismo.

Para quien confía en nuestra inmensa capacidad adaptativa es fácil que la educación sea un estímulo más y que, aunque haya unos estímulos mejores que otros, es el alumno quien acaba por salir adelante. Luego, ¿para qué buscar estímulos mejores?; el que tiene suficiente adaptabilidad, medido en términos de inteligencia, saldrá adelante... Como la selección natural, cuestión de aritmética y grandes números.

En los círculos de poder se trabaja para investigar cómo mantener el poder, pero la gente fuera de ese círculo investiga viviendo, en su día a día. Quienes tienen la posibilidad, porque tienen el poder, de explorar y descubrir una sociedad mejor, no lo hacen. Para ser justos, lo que hacen los poderosos es lo siguiente: preguntar cuánto cuesta, preguntar cuánto ganan, antes de mover un dedo. Las investigaciones son costosas, según ellos.
Por supuesto que es gravoso desviar la producción hacia otro sitio. Si se para la cadena, la gente tiene tiempo y ese tiempo lo puede emplear para cuestionarse, entre otras cosas, por qué están ahí.

En resumen, parece que no interesa investigar si no es para perpetuar el dominio.
Ya, pero, entonces, ¿por qué el valor que se da a la innovación? Porque vende, porque se nominalizan fenómenos que nadan tienen que ver con la investigación y se destacan las investigaciones que acarrean notorias ventajas para unos pocos. Y vende porque, afortunadamente, también ha habido investigación en muchas áreas del saber que ha mejorado la vida de mucha gente. Desgraciadamente, en demasiadas ocasiones llega a compararse una investigación de mercado con investigaciones que dieron lugar al descubrimiento de las vacunas o de la penicilina.

Como en muchas otras cosas, la diferencia está en los fines.

Cuando nos venden la moto de que hay que aplicar el método científico, no nos aclaran cuál es el verdadero cometido de lo que se quiere investigar. Y en la escuela también: ya sea el profesor, ya sean los alumnos.

Suena bien lo de investigar. Ahora bien, ¿investigar para llegar a las conclusiones de partida, a los postulados? ¿Para reafirmar lo que ya sabíamos, no para crear?
Pongámonos en la mente de alguien que defiende la educación “de toda la vida” o “como Dios manda”: Con argumentar que los avances de un grupo de alumnos no tienen suficiente soporte empírico, nos basta para poner en tela de juicio la “pintoresca” intervención de un profesor en su aula, cuando, en realidad, esa intervención tiene un porqué que no comparte esta persona, por, en algunos casos, marcar la línea de poder (que no de autoridad).

Por eso nos seduce el término de investigación-acción, porque nos cuestionamos muchas cosas, pero solo unos pocos tienen la valentía de llevarlo a la práctica.

Es posible que para que fuera más efectiva esta investigación fuera recomendable completar ese término con el siguiente esquema:


Obvio, ¿verdad? La investigación aislada no sirve de nada en un sistema de conocimiento, porque el conocimiento sólo es conocimiento si es compartido. Por tanto, se hace necesario el intercambio de información. Quizá entonces la Administración asuma mejor nuestras innovaciones, si trabajamos en equipo.