Un fundamento oscuro anda en la mente del ser curioso. Retorcido como un pámpano, el pensamiento anida para ser pisoteado en el lenguaje correcto, pero la abyección trasciende. A no ser que el género de la antifábula degenere en una sardónica visión del mundo que te arroja a las llamas del averno terrenal. Ese donde lo sustancial pierde su naturaleza gris cuando comienzas a darle vueltas, donde el instinto reptiliano se apoya en un rescoldo neuronal más recóndito, el de un vil insecto. Y te mantiene en ascuas.La increíble aventura de Insecto Palo, apellido de Sustancia Negra, la ópera prima de Julián Hernández como novelista (doble novel, por tanto), narra un capítulo en la vida de un vecino de un singular edificio de viviendas. Un edificio tan singular como todos. Y en un contexto de derrumbe tan singular como todos, como siempre, si se quiere. Y poco más se puede añadir.
Bueno, a no ser que el lector interesado pretenda encontrar algún paralelismo con su simplona cotidianidad. Ya sabéis: que te dé por practicar la trepanación gota a gota con un desconocido que te encuentras por el portal, vecino de dos pisos más abajo; que, mientras, se produzca una crisis mundial por el hallazgo de un simpático cuadro que revela un secreto religioso celosamente ocultado durante siglos; que te dé por sintonizar la televisión moldava; o que te hayan surgido cualesquiera ideas que dudo que hayas leído o aún menos te hubiera dado por escribir. Vamos, a no ser que el lector esté dispuesto a entregarse al placer de leer a carcajadas las ocurrencias más sensatas que rara vez habrá leído desde los clásicos. Obviamente, no me refiero a la Biblia.
Ahora bien, como el atento lector descubrirá –como consejo para ganarse el sueño–, «[Lean un poco si quieren, pero] no se pasen de listos ni se enganchen a libros de ficciones engañosas o afectadas simplezas argumentales camufladas de erudición». Lean y, simplemente, disfrútenlo, aunque les haga pensar, que tampoco está mal, ¡coño!