Durante
muchos años me he doblegado al "porque sí" o al "porque
no", sin más
explicaciones para "respetar" las
creencias de otras personas. ¿Por qué? Porque sí. En mi respeto
por las personas, he ido forjándome un argumento que me lleva a
"respetar" esas creencias:
básicamente, me he ido
proponiendo valorar casi cualquier creencia como una especie de
terapia
placebo, y, por tanto, que funciona para paliar cierto grado
de ansiedad. Ansiedad ante el
sufrimiento, la incertidumbre, y ante
la vida misma, con todas sus preguntas. O sea que, hasta cierto
punto, valoro las creencias como un modo de llevar la vida de forma
más sencilla. Y, de hecho,
también tengo mis creencias. Pero son
personales, quizá compartidas, con unos matices u otros,
pero mías,
y que, como mucho, a veces (como esta), trato de comunicar, para
compartir, para
cerciorarme, quizás, que no estoy solo.
Pero
la religión, cualquier religión, va más allá. No sólo es que
trate de trascender al
individuo hacia algo sobrehumano, sino que
trata de trascenderle hacia un colectivo. La religión
trata de
aglutinar una serie de creencias como conjunto y para un colectivo de
personas. Y esa es su
fuerza.
Imaginen
que un millón de personas se comunicaran los sueños de la noche
pasada y
llegaran a un acuerdo sobre la existencia de un conjunto de
elementos comunes. ¿Se atrevería
alguien de ustedes a ponerles en
duda esa existencia? Supongan que en algún momento de sus
sueños
todos han soñado con la presencia de un meteorito que lleva a la
extinción de la Humanidad.
Es
mucha casualidad, ¿verdad? En ese caso, detengámonos en un caso
curioso y mucho más
cercano: ¿Se han preguntado alguna vez por qué
los bebés en torno a los tres meses empiezan a
devolver la sonrisa
a su madre y no a un ramo de flores? En parte, se sospecha
(científicamente) que
se debe a la capacidad que tenemos de
reconocer la expresión facial (humana) desde pequeñitos,
una
capacidad evolutiva, que nos lleva a asociar cualquier cosa a nuestra
imagen y semejanza.
Tendemos a reconocernos, a humanizar o a tratar
de comprender nuestra realidad desde nuestro
antropocentrismo. ¿Se
explica así por qué solemos ver caras (humanas, generalmente) en
unas
manchas de humedad en la pared? Se puede comprender así por
qué muchas personas comparten
esa visión. Pero, ¿hemos de
respetarlo? Y, más aún, ¿hemos de respetarlo porque sí? (...)
Creo que somos muchos los que hemos vivido ese "proceso de agnosticismo" ya de pequeños. A mi me gustaba mucho la religión, pero tenía el vicio de hacerme preguntas. Mi primera duda surgió con la Santísima Trinidad, no lo entendía. Y cuando se lo dije al cura, contestó que no había que entenderlo, sólo creerlo. Ahí empezó mi proceso. Y la Biblia, que me sigue encantando, quedó relegada al género de relatos históricos.
ResponderEliminarHola, Juana. Creo que en lo que comentas sobre el cura está parte de la clave: ese "solo creerlo" es una invitación a no formularse preguntas. Y en mi humilde opinión, no cuestionarse nada es estar casi muerto, o en otras voluntades ajenas a la nuestra, que es lo más próximo a no estar vivo.
ResponderEliminarGracias por comentar.
Un saludo.