12 de febrero de 2013

Sociedad, educación, escuela y matemáticas


Respetando el orden, cualidad de algunos objetos matemáticos, comenzaré por la primera de las palabras del título: sociedad. Para ello creo interesante introducir el punto de vista de un buen amigo a propósito de la rimbombante expresión de “alianza de civilizaciones”. Según mi amigo, esto es una utopía en toda regla; no le cabe ninguna duda de que las diferencias existentes entre la sociedad occidental, la nuestra, y el resto, menos desarrolladas, no están sólo en sus gobernantes, sino en la cultura, en la forma en que se establecen las relaciones de las personas que las forman. Dicho de otro modo, según él, se trata de diferencias eminentemente estructurales. Concretando en el Islam, él considera imposible que llegue a constituirse una Democracia Árabe, ya que sus preceptos religiosos serían incompatibles con muchas de los derechos amparados en cualquiera de las cartas magnas de cualquier Democracia Occidental. Pero, en esencia, sería imposible porque, en el fondo, aquellos ciudadanos están conformes con ese tipo de relaciones -siempre según mi amigo-.

Llegados a este punto, suelo sacar mi vena educativa y, en lo que respecta a este humilde post, me toca reunir la visión que tengo de la educación con la de la sociedad. Como educador, no puedo evitar reconocer que soy optimista. Dicho de otro modo, considero que el optimismo es inherente a nuestra labor docente y, en este sentido, suelo replicar a mi amigo con que las estructuras también pueden ser modificadas e incluso mejoradas. En suma, vengo a decirle que muchos de los problemas que aquejan a esas sociedades subdesarrolladas vienen de su falta de conocimiento. Con lo que ya le estoy dando al menos una solución: la educación. En seguida él trata de sacarme los colores invocando al misionerismo. Claro, me cuesta hacerle comprender que la educación no es un compendio de dogmas, sino que es algo más complejo: quizá algo que tenga que ver más con procesos que con puntos de partida o llegada. Por una razón por lo menos: la Educación es cosa de todos, pero no está tan claro eso de que haya de ser la misma para todos.

Yo, desde luego, sí creo que ha de proporcionar igualdad de oportunidades para todas las personas. Pero, ¿no creéis que es ir demasiado lejos suponer que la educación ha de ser igual para todos? ¿Igual en qué?
Para empezar: porque no hay nadie exactamente igual a otra persona, ni siquiera esa persona unos instantes antes o después es igual a sí. Además, ¿acaso somos una especie de panal de abejas en que todos trabajamos a una? No estoy tan seguro.
Pongamos que nos diferenciemos de otros seres vivos en la memoria, la inteligencia y la voluntad. En ese caso, nos encontramos con algunos animales que apuntan maneras: algunos que tienen memoria e inteligencia, no como la nuestra o, al menos y hasta el momento, no de manera tan palpable. Pero nunca hemos encontrado a ningún ser diferente al hombre que posea voluntad. No me refiero sólo a voluntad como determinación hacia el esfuerzo, sino, en un sentido más amplio, a la capacidad que nos mueve a hacer o no cualquier cosa. Capacidad individual que mueve a cada individuo, aunque suene redundante.
Por tanto, considero que éste es uno de los aspectos en que debe incidir la educación: en el desarrollo de la voluntad del individuo, pero sin olvidar que ese individuo no está solo. Que necesita y le necesitan. Por eso, otro de los aspectos fundamentales a incidir es el de favorecer la relación entre individuos. Ya hemos llegado al tercer término del título: la escuela, el epicentro de la educación. La educación para el individuo y la educación del individuo en relación con su medio.

Aquí es donde encuentro cierto acuerdo con mi amigo: no me parece adecuada la expresión “alianza de civilizaciones”; me parecería más acertado algo así como “convivencia entre las personas”, porque las civilizaciones están organizadas por los poderosos pero están formadas por los hombres. Humanos que tienen voluntad, en demasiadas ocasiones secuestrada por el poder que les niega el conocimiento, la verdad. Y, a cambio, les ofrece los dogmas, el fanatismo.

Quizá sea algo propio de nuestra naturaleza humana aplastar y someter al prójimo. O quizá no. También está la Ética, algo que nada tiene que ver con los chimpancés, que sepamos. Desde la Ética arranca nuestra labor. En un papel fundamental y privilegiado, el del compromiso con nuestra sociedad y con cada una de las personas que la componen. Sin compromiso puede haber educación, pero no educador; la educación la proveerán otros. Un educador (maestro, profesor, docente...) debe aceptar el compromiso con la mejora de su entorno. Entorno social y físico, pero basta con reducirlo al antropocentrismo, pues todo redunda en el hombre: la aniquilación de los recursos también deviene en perjuicio para el hombre, e.g..

En consecuencia, somos responsables de que nuestros conciudadanos (niños y adultos) accedan a los contenidos del conocimiento para que mejoren como personas y mejoren sus relaciones interpersonales. En suma, somos responsables de ponerles los medios para que aprendan y así logren elaborar juicios críticos. Porque sólo siendo ciudadanos críticos podrán ejercer como verdaderos ciudadanos: individuos libres en el ejercicio de su voluntad.

El quid muchas veces está en la elección de los contenidos, de los conocimientos. Ya que, ante una existencia limitada debemos elegir por qué camino podremos acercarnos a descubrir la realidad para vivir mejor (como lo que muchas veces se ha llamado felicidad).

Pues bien, hay varios caminos, pero, como colofón a esta entrada, he de destacar a la Matemática. Precisamente porque reúne las dos cualidades reseñadas:
  • Para el individuo, porque la estructura que confiere la Matemática a nuestro pensamiento facilita el aprendizaje.

  • Del individuo en relación con su medio, como lenguaje común, sin ambigüedades.


3 comentarios:

  1. Las matemáticas si que suponen una alianza de civilizaciones pues son un lenguaje universal.

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  2. Las matemáticas si que suponen una alianza de civilizaciones pues son un lenguaje universal.

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  3. A eso se le llama realismo.

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