18 de abril de 2014

Parábola balística


Es sencillo criticar sin aportar soluciones. Casi siempre criticamos de esa forma porque no conocemos las soluciones o porque nos es imposible ponerlas en práctica. Sin embargo, hay quienes pueden aportar algo y no lo hacen. Acaban cayendo en la crítica destructiva, la que vende, la que saca las emociones de las entrañas, pero sin aportar nada. Veamos que la trayectoria a seguir es compleja.


Yo pegué un tiro al aire, cayó en la arena”, cantaba Camarón por alegrías. Haríamos bien en prevenirnos de los disparos al aire, al menos por dos razones: porque siempre y cuando no supere la velocidad de escape (la que situaría al proyectil fuera de la órbita terrestre), lo que se lance hacia arriba acaba cayendo; y porque, aunque la fricción contribuye a frenar su velocidad, el objeto lanzado vuelve a tocar suelo casi con la misma velocidad, pero a mayor temperatura.

Cualquiera puede hacer la prueba con una simple piedra, aunque apenas apreciará diferencias entre las condiciones de subida y de bajada (velocidad y temperatura). Sin embargo, tendríamos que distinguir dos tipos de lanzamientos: los que no tienen componente horizontal de los que sí la tienen. En ambos tipos de lanzamiento (sin alcanzar la velocidad de escape), los proyectiles acabarían cayendo. En el caso del lanzamiento vertical, podríamos despreciar la desviación frente a la normal. Pero en el resto de lanzamientos, con alguna desviación hacia la horizontal, la trayectoria de caída describiría una parábola.

En ambos casos hemos de considerar, como casi siempre, dos variables: el espacio y el tiempo. Tanto una como otra de estas variables juegan a nuestro favor para prevenir los daños de la caída: cuanto más fuerte es el impulso, más tiempo tarda en caer el proyectil y más tiempo tenemos para alejarnos (espacio) de su impacto de vuelta o parapetarnos (bloqueando, “poniendo espacio de por medio”). Pero en todo caso, para protegernos hemos de conocer que caerá y, por supuesto, dónde y cuándo caerá. Nos hace falta, pues, información.

Pero el quid está en que el lanzador tenga conocimiento de lo que hace. No siempre es suficiente con que advierta de su lanzamiento ni de su ulterior caída. Es necesario además que conozca cómo se comportará el proyectil en su trayectoria para que al menos sepa a qué atenerse en la caída. Pero también es importante que quiera comunicar su información para advertir a otros, si sabe comunicarla -claro-.

En muchos casos es suficiente con informar de dónde y cuándo caerá, pues a las personas afectadas les suele valer. Pero en algunos otros casos no es tan sencillo que pueda conocer con suficiente precisión las condiciones de caída o siquiera si el proyectil puede encontrar obstáculos en su trayectoria. Entonces el lanzador, si quiere prevenir daños, debe solicitar ayuda a otras expertos: que conozcan la dirección del viento, la existencia de obstáculos, etc. Por tanto, teniendo en cuenta otra vez el espacio y el tiempo, cuando más distancia (espacial y “temporal”) se prevea entre el lanzamiento y la caída, más conocimiento es necesario reunir sobre las condiciones de la trayectoria.

Si esto es así de complejo para una acción aparentemente tan simple, me pregunto lo complicado que puede llegar a ser decidir y tomar una acción de gobierno, especialmente si, como se supone, esta acción no pretende causar daños.

Cuando la crispación política se instala en la sociedad, la ciudadanía recela de los políticos que gobiernan. Es comprensible. Aparte de las lícitas dudas que nos surgen por la imperdonables inmoralidades (e ilegalidades en algunos casos) en que pueden caer las personas que ostentan la responsabilidad de gobierno, podríamos preguntarnos si las decisiones que toman siempre son tan catastróficas como algunos nos hacen creer. Probablemente esos agoreros tengan intereses propios que rara vez casan con los más comunes. Y a la inversa: es probable que haya aduladores con intereses propios, bastante alejados de causas comunes que ellos tratan de santificar cínicamente.

En todo caso, y suponiendo que hubiera expertos que supieran aconsejar a los gobernantes que lanzan decisiones que caerán sobre nuestras cabezas, ¿cuándo y cómo asesoran? Y, si  no lo hacen, ¿por qué negarse a brindar sus esfuerzos o conocimientos para que las decisiones de gobierno fueran las más beneficiosas para todos?

La política es cosa de todos, qué le vamos a hacer.

Diferentes sería si las decisiones hubieran estado tomadas de antemano y no nos encontráramos ante simples lanzamientos, sino ante proyectiles teledirigidos.

¿Ustedes qué creen?


2 comentarios:

  1. Suponiendo que las cosas no fueran teledirigidas... mucho suponer... nos podemo dar por jodidos. Los que saben algo callan como p... Esto es la jungla. Cada vez lo tengo mas claro
    Buen post

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  2. Que se hunda el pais que ya lo levantamos nosotros dijo aquél. La deuda (pelotazo palante) es una de esas balas.

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