10 de mayo de 2015

Diez millones de moscas


Érase una vez el conjunto de todos los conjuntos. Tal era así, que también tenía a todos los conjuntos infinitos. Diose cuenta de que él también pertenecía a sí mismo y, así, pensando pensando, se dijo: “Pero, entonces, al contenerme a mí mismo, ya hay otro conjunto al que pertenezco, y, por tanto, ya no soy el conjunto de todos los conjuntos”.

Guercino: Et in Arcadia ego

Algunos estamos hasta las narices de recibir mensajes del éxito de los demás. No solo de los consabidos cuñados ni de los pelmazos que aún mantenemos en la categoría de amigos. Por no hablar de los rutilantes “new looks” de famosos y famosetes, vendidos como éxito, pero de dudoso resultado en sonados casos. Y qué decir del coche que lleva tal, de la camisa que lleva cual o del perfume que se echa Pascual. Pero hay un mensaje que parece que suele calar siempre: “Lo que hace, compra o usa la mayoría”. Y no, no es una cuestión de envidia, que a veces se puede caer en ella porque somos humanos –¡qué gilipollez!–. No. ¿Es que no se han parado a pensar que nos importa tres pepinos que un coche, un disco o un libro sea el más vendido?: “Coma mierda; diez millones de moscas no pueden estar equivocadas”.

Sí, desde luego que lo han pensado (ellos y ustedes).

Cuesta conocer a alguien que no diga querer ser normal y, sin embargo, cuesta encontrar a alguien que haya renunciado a su momento de gloria alguna vez. Por supuesto, ante los demás, no ante el espejo. Claro, que hay otras razones. ¿Quién no ha seguido el consejo de pararse a comer en un bar de carretera en el que abundan los camiones? Dicen que se suele comer bien por un precio razonable. Pero llévenlo al extremo: Busquen el restaurante de comida típica de cualquier región y vayan al más frecuentado; si disponen de tiempo, otro día vayan a otro con menos publicidad estática y con menos vehículos en el aparcamiento, pero con aceptable afluencia. Hagan la prueba, muchos de ustedes preferirán el segundo. Porque no hay una relación exacta entre el producto más consumido y el mejor. A veces coincide y a veces no. Incluso podría cuestionarse la existencia de una correlación entre los más consumidos y los mejores (en plural). Piensen en las elecciones legislativas. Por eso existe la venta; cada vendedor muestra su producto como el mejor en algo (algunos vendedores, el mejor en todo) o de los mejores. Y suele destacar ventajas, pero no explícitamente contra la competencia (a veces sí, especialmente en campaña electoral, que califico como permanente, por cierto).

Paradójicamente, solemos dejarnos llevar por eso mensajes de normalidad, de mayoría gaussiana, y, al mismo tiempo, en esa normalidad, nos refugiamos para sacar de vez en cuando lo genuino. Bueno, lo que nos venden como genuino. Que generalmente suele expresarse así: “Cuando yo estuve en”, “cuando yo hice tal”... “YO también”. Eso mola cuando no hay nada que contar. Pero, ¿saben cuál es el problema? Que ahora está de moda ser diferente en algo. ¡Coño! Sí, ahora se lleva ser creativos, innovadores, tener una conversación interesante (bueno, esto siempre es recomendable), practicar un deporte raro, citar a Churchill, a Einstein y al sursuncorda, etcétera. Porque, aunque parezca increíble, queremos ser normales sin pasar inadvertidos. Y así llegamos al súmum del delirio con este mensaje: “No importa que hablen bien de uno, lo importante es que hablen, aunque sea mal”. ¡Toma ya! Y, queridos niños, así es como caemos en la mediocridad de nuevo, pero la sociedad en su conjunto, en esa estupidez infinita a la que dicen que Einstein se refirió –¿lo ven?–, encarnados por los disparates a los que llegan los dirigentes políticos, que ni sus asesores saben ya qué escribirles.

Pero no, nadie querría ser el más anodino. Además, ¿de qué serviría? En esta estrafalaria sociedad de la información sería convocado una suerte de concurso a la persona más anodina. Más tarde o más temprano, créanme. Y, en ese caso, la persona más anodina dejaría de serlo al ganar ese concurso.

Así es, el pez más grande se come al chico. Traten de ser ustedes mismos y cuenten que también leyeron este post.


7 comentarios:

  1. Me lo parece o aquí disparan con bala? Lo digo por los 10millones de votantes del PP

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me lo parece, me lo parece... El colega no ha dado puntada sin hilo porque podía haber puesto 100 millones, 100000 moscas o sólo millones. Pero no. Ha puesto diez millones, cienmil arriba cienmil abajo. Socio sólo tienes que ver la mierda que está sacando eldiario.es y lo poco o nada que se menciona. El Pp es así desde que se fundó. Disfruten lo votado

      Eliminar
    2. No voy a quitaros la razon pero tb vale para el PSOE. Que más da PPSOE. El artículo es una hostia en toda la linea de flotación de esta sociedad arrogante y cobarde al mismo tiempo. Muy inteligente el blogero

      Eliminar
  2. Creo que el primer razonamiento está mal. La colección de todos los conjuntos no es un conjunto porque, de serlo, incluiría a la clase de Russell. Pero resulta que la clase de Russell no es un conjunto, es una clase propia. Demo:
    https://es.wikipedia.org/wiki/Conjunto_universal#Clase_universal

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Exactamente de eso va el post y su ironía con ese epígrafe.
      Magnífico por cierto

      Eliminar
    2. Claro, así es, pues es justo lo que dice al principio. Está explicando la paradoja por la que se desecha el conjunto de todos los conjuntos. Está muy bien traído como inicio del post, con el que me siento muy identificada. Me ha gustado

      Eliminar
  3. No lo restringiria a ningún país desarrollado. He viajado durante años por diferentes ciudades y puedo decir que esa esquizofrenia colectiva es característica del entorno urbanita. Es muy difícil escapar en un ambiente marcado por un motor especialmente diseñado para el consumo de cualquier cosa.
    Un saludo.

    ResponderEliminar

Puedes añadir tu comentario aquí: