9 de septiembre de 2015

Evaluando, que es gerundio

Quizá tras Bakunin se haya desvirtuado el mito de la anarquía, pero todavía es posible encontrar a quienes confunden libertad con autarquía y creen que la independencia y la autonomía de cada individuo es posible fuera de un grupo social. O puede que seamos nosotros quienes nos equivocamos al asumir que somos seres sociales. Quizá, pero no conocemos a nadie totalmente autosuficiente. Quizá esta creencia fuera una de las razones que nos invitó a dedicarnos a la educación, algo a lo que –creemos- nos dedicamos todos.




Nos dedicamos a ello, pero esto no es el ejército de Pancho Villa. Cada cual tiene sus responsabilidades con sus alumnos, con las familias de estos y con la sociedad en general. La sociedad nos reúne a todos, la misma especie, diferentes individuos, con fines comunes y diversos. Luego hay una parcela común (al menos una) que debemos respetar y cuidar todos los que nos dedicamos profesionalmente a esto. Quizá la dificultad estribe en determinar cuál (o cuáles) es esa parcela común.

Bien, ¿qué es eso de la evaluación? ¿Es un control de lo que se hace en la escuela? Limitándonos a carencias semánticas podemos acordar que es un control, vale. Entonces, los más deseosos de la libertad objetarán: “¡Vaya una Democracia con control!”.

A Santos Guerra le llamaba la atención que “la escuela [fuera] una de las pocas instituciones que [pervivían] independientemente de su éxito”(1). En la actualidad, veinticinco años después, cabría preguntarse lo mismo: ¿Cuál es el éxito de la ESO cuando sigue habiendo casi el mismo índice de fracaso escolar ahora que entonces? “Seamos optimistas”, dirán algunos; “también hay que ver que es mayor el porcentaje de los que no fracasan”. ¡Madre mía! Si nuestro Sistema Educativo cotizara en bolsa, estaríamos en números rojos.

Hasta las grandes multinacionales preguntan a sus consumidores, aparentemente preocupadas por los intereses y necesidades de estos. Nosotros, que perseguimos fines más altruistas, ¿no podemos hacerlo también? Podemos y debemos hacerlo, pero no con meras encuestas, sino también con diálogo. El diálogo es el lugar común donde se vierten todas las informaciones que habrán de ser analizadas para tomar las mejores decisiones para todos. La evaluación ha de ser democrática y consensuada por todos los actores educativos. Todos tenemos acciones en esto. Ahora bien, hay una condición necesaria para que la evaluación entendida así sea también llevada a cabo así: creernos que la educación es responsabilidad de todos, que es parte de nuestra vida, como la economía, la política... Corren tiempos difíciles.

Precisamente por eso.

Cuando nos referimos a que la evaluación es una forma de control, obviamente –y lo advertimos- es una burda simplificación. Evidentemente, puesto que no es un control en el sentido arcaico, en que unos pocos llevan las riendas de lo que se hace y se puede hacer. La evaluación hace referencia a un control por parte de todos, pero no solo un control para decidir sino también para conocer qué está ocurriendo en la escuela: para qué es la escuela, por qué es la escuela, qué es la escuela, qué hace la escuela, cómo se hace, cómo y cuándo se consigue, etc. Compartimos esta visión y por eso también estamos de acuerdo en que todas las personas que pasamos por ella (alumnos, familias, docentes, Administración, y otros) tenemos el derecho y el deber de conocer qué ocurre en ella, porque nosotros somos parte de la escuela. Sin conocer, ¿qué podemos decidir?

Es bonito decirlo, pero sería más útil implementarlo. Ya que, empezando por el aula, rara vez el funcionamiento de esta se inserta en el de todo el centro escolar. Con baja frecuencia y escasa asistencia se percibe la participación de las familias en la escuela. Con excesiva asiduidad los docentes nos remitimos a aspectos concretos de determinados alumnos. Etcétera, etcétera, etcétera. Cada cual en su parcela vital tiene algún momento para reflexionar sobre su trayectoria por este mundo. Sin embargo, tratándose de un proyecto colectivo, la escuela no cuenta con una sola reflexión, sino con varias. Quizá por eso convenga aunar las de todos sus estamentos.

No siempre es el trabajo por el trabajo lo que nos lleva a la consecución de nuestros fines. Si compartimos nuestras interpretaciones, haremos visible lo que está oculto para cualquiera de nosotros aisladamente. Esa es la evaluación que aporta el verdadero valor a la escuela.





(1) Santos Guerra, M. A. (1990): Hacer visible lo cotidiano. Teoría y práctica de la evaluación cualitativa de los Centros escolares. Madrid, Akal.


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