4 de julio de 2015

¿Ñoñerías? ¡Qué va!

No sabría definir amor, pero lo intuyo en la mirada de quien lo padece o de quien lo desprende, que suele ser la misma persona. No me importa reconocer que es una creencia bastante asentada en mí; no tengo argumentos para defender una intuición. Tampoco me los planteo.


H. Pestalozzi, por A. Anker

Existen diversas observaciones sobre la necesidad afectiva de las personas, especialmente de los niños (Célebres son las observaciones de J. Bowlby sobre niños hospitalizados tras la II Guerra Mundial y su cuestionada teoría del apego. Aquí podéis ver una muestra del famoso documental 'A Two-Year Old Goes to the Hospital', sobre la conducta que muestra una niña separada de sus padres en un hospital). Se trata de observaciones que no entran en los condicionantes neurológicos, pero la neurociencia parece estar llegando a conclusiones similares acerca de la necesidad de amar y ser amado (Os recomiendo esta charla de José Ramón Alonso: 'Neurobiología del amor. ¿Una locura transitoria?').

Durante algunos años en contacto con alumnos y familias, he ido observando diversas situaciones personales. Todo lo que puedo aportar de ese periplo son intuiciones y no deben tenerse por más, pero quiero aprovechar este medio para compartir algunas ideas personales en referencia a la crianza. Admito que muchas se han ido consolidando. No obstante, otras son fruto de matizaciones que introduce la experiencia y otras son totalmente novedosas para mí.

Lo más fácil sería comenzar con uno de los manidos debates en torno a la educación: sobreprotección versus desprotección, pasando por todo el continuo. Pero navego por una dudosa conclusión inserta en esta pregunta: ¿sirve de algo analizar el desarrollo de una sola persona sin tener en consideración el grupo (o los grupos de personas) con los que se relaciona? Me explico con un ejemplo: transmites el cariño por los demás, el respeto, el cuidado por el entorno social y también físico, pero llega un momento en que tu hijo empieza a ser más influido por el grupo de amigos, como es natural (¿o social?); por lo que sea, entre sus amigos empiezan a generarse conductas destructivas hacia el entorno, que además van siendo cada vez más jaleadas; tú hijo te lo cuenta al principio y vas intentando contrarrestarlo como buenamente sabes; pero al cabo de un tiempo no puedes seguir negándolo y sabes que tu hijo también se ha mofado de otro niño o ha tirado los envoltorios de las patatas fritas al suelo. Tu estilo educativo no funciona exactamente igual para tu hijo adolescente que cuando empezaba la Primaria, ni tú eres exactamente la misma persona. Reducirlo a un estudio de casos me parece insuficiente, pero hacer generalizaciones sobre la influencia de los primeros años para la superación de las adversidades del ejemplo puede resultar asimismo pretencioso.

Una vez más, los estudios sobre la naturaleza humana me resultan simples bosquejos. Y debo reconocer que prefiero que siga siendo así (por motivos que no vienen al caso*). Por eso, en lugar de escribir a partir de la bibliografía existente, me vais a permitir que os cuente cómo lo veo.

Quizá alguien sepa, pero dudo que se pueda medir el amor, a no ser que se defina una variable como tal, pero sospecho que tal variable solo acabe siendo una componente del indefinible amor. Y ya puestos a hablar de componentes del amor, voy a proponeros uno que doy por indispensable: la sinceridad. Para mí es esa cosa que sale de dentro que impulsa a amar sin necesidad de llamarlo de ninguna forma. Creo que el amor aparece porque sí, sin darle más vueltas. He visto a niños amados que amaban sin dar besos y sin que sus padres escenificaran una película cada vez que les achuchaban o incluso sin ser achuchados en público; y lo contrario: niños repelentes amarrados a la mano de padres empalagosos. He visto a parejas que se deshacían en besitos y expresiones cariñosas, pero que luego eran incapaces de compartir intereses; y lo contrario, parejas que apenas se miraban, pero que llenaban tardes y noches disertando sobre lo divino y lo humano. En ningún caso sabría decir quiénes se amaban más, ni entre padres e hijos, ni entre los miembros de esas parejas. Ni me importaba. Pero sí sé con quién me sentía más a gusto en cada caso.

Eso nos introduce –siempre a mi entender– en otro componente indispensable: la muestra de cariño. Para mí, el cariño es diferente de su manifestación; en ocasiones todos reconocemos el cariño, otras veces nos dan gato por liebre.

Cada cual hallará mil y un componentes del amor, y, a su vez, en virtud de experiencias vividas, de situaciones, de personas encontradas y de un sinfín de variables, tendremos cosas más o menos claras, pero dudo que escape de una mera intuición. ¡Ah!, pero eso sí, una intuición profunda.

En fin, amémonos los unos a los otros. ¿Qué más se puede pedir?



* Al menos de momento, mientras la ética no vaya de la mano de quienes tienen el poder.





2 comentarios:

  1. Empieza fatal, "No sé definir amor", pero viendo el link a la wiki, no me extraña. Pero me ha gustado el post. No peca de ingenuo (no, no es nada ñoño) y aporta elementos de reflexión muy interesantes sobre el amor, lo que quiera que sea.

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  2. No es momento para la desesperanza. No es momento para la autocompasión, ni para la furia. El amor por los que nos rodea es el amor por nosotros mismos, yo lo veo así de simple. No puedo entender a quien dice amar y no lo practica. Tantas veces amas como veces vives y se vive constantemente. Lo contrario de amar es estar muerto. Desgraciadamente hay quien prefiere seguir siendo un zombi.
    Muchas gracias por la reflexión tan sincera y tan bien desarrollada.
    Un beso
    Sheila

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