Para quienes jamás hubieran oído hablar de esto, es posible que ya en la introducción hubieran hecho una asociación de ideas. No van desencaminados, pero no es del todo así: El
apellido “asociativo” hace mención a la relación que establece
el sujeto entre el estímulo que recibe y la respuesta que emite.
Esta relación o asociación es lo que el sujeto aprende.
Este
mecanismo de aprendizaje es uno de los postulados de las Teorías
conductistas. Las cuales se fundamentan en el positivismo filosófico
y científico de principios del siglo XX. Según el cual, el
conocimiento de la realidad proviene de la percepción –o de la
experiencia, en continuidad con Aristóteles-, lo que lleva a
aceptar solo lo que se puede observar y mensurar. Esto trae como
consecuencia que la Psicología, "para ser científica", deba arrogarse
a aquello que se puede observar y medir: la conducta; con lo que se
soslayan otras áreas de nuestra psique como la conciencia. Algunos
de los grandes impulsores fueron: Pavlov, descubridor del proceso del
reflejo condicionado; Thorndike, que formuló la ley
del efecto;
Skinner, máximo representante del condicionamiento operante, según
el cual el sujeto modifica la frecuencia de una conducta en virtud
del refuerzo obtenido.
Es
por ello también por lo que en muchos textos abunda la casi
equiparación entre las Teorías Conductuales y las Teorías del
Aprendizaje.
Las
leyes del aprendizaje asociativo inician su mayor auge tras acabar la
II Guerra Mundial, y, unidas al pragmatismo estadounidense, empezarán
a adquirir gran relevancia en su aplicación a la enseñanza, casi
simultáneamente a la formación del telón de acero. Constituirán
la base científica del modelo educacional occidental y reforzarán
el modelo de trabajo taylorista de producción en serie. En el que
priman los productos sobre los procesos, pues el producto, el
resultado es netamente observable. Además, la observación ha de ser
realizada en un ambiente específico –el laboratorio científico-,
y, como apunta González Cabanach (2002, p.42):
«...
la investigación debería identificar leyes generales del
aprendizaje aplicables a todas, o a casi todas, las situaciones».
Se
alcanza la máxima expresión de este modelo con la llamada enseñanza
programada,
propuesta por Skinner. Según Iyanga Pendi (1996, p.158-162),
«...
[Skinner comprueba que] el proceso del aprendizaje es más seguro y
eficiente cuando se procura encauzar a los escolares hacia la
conquista de respuestas correctas, evitando cualquier posibilidad de
error, por pequeño que sea; porque la gran fuerza instructiva de la
enseñanza programada es el aprendizaje sin errores. [...]
La
teoría de Skinner se apoya sobre la recompensa del sujeto autor de
una buena respuesta.
Para
Skinner, toda materia de enseñanza puede ser dividida en un gran
número de pequeñas unidades graduadas, y esta graduación deberá
ser determinada después de la reacción adoptada por un grupo-tipo
de alumnos o un programa experimental».
El
mismo autor enumera algunas puntualizaciones del mismo Skinner, como
la siguiente:
«La
máquina [de la enseñanza programada], como buen tutor privado,
refuerza al estudiante ante toda respuesta correcta, para formar su
comportamiento más eficiente y mantenerlo fuerte, como sosteniendo
el interés del estudiante».
Se
trata, pues, de un modelo mecanicista, que si bien no recurre
exclusivamente al aprendizaje memorístico, éste subyace en la idea
de sostenimiento del
interés del estudiante,
pues se basa en el recuerdo de respuestas reforzadas. La evaluación
se basa en los resultados en términos de frecuencias correctas y no
de los procesos mentales que han entrañado esas respuestas. Aunque
Iyanga Pendi lo describe como un ejemplo de sistema
de individualización de la enseñanza mediante grupos heterogéneos,
creemos que efectivamente se basa en un sistema de individualización,
pero no presta atención al grupo y no estimula el intercambio social
entre iguales. Las diferencias individuales son abordadas individuo a
individuo por parte del profesor, quien, mediante una batería de
tests evalúa inicialmente a cada alumno y elabora una secuencia de
objetivos y contenidos operativos personalizados. Como dice Mayer (en
González Cabanach (2002, p.45)),
«Esta
visión del aprendizaje no deja mucho espacio para incrementar la
eficacia del aprendizaje académico de los estudiantes. De acuerdo
con esta perspectiva, los mecanismos para aprender son innatos y no
están sujetos al control consciente. Por tanto, no tiene sentido
enseñar a los estudiantes a ser aprendices más eficaces o hablar
sobre estrategias de aprendizaje».
Pero,
pese a esto y pese al papel director del profesor según este modelo,
el mismo autor añade:
«Aunque
al movimiento conductista [...] no le ha ido bien en la segunda mitad
del siglo XX [a partir de los años sesenta], sus influencias pueden
apreciarse en las teorías modernas del aprendizaje y la
instrucción».
Efectivamente,
y no hay más que ver la definición que dimos de aprendizaje para
comprenderlo. En cierto sentido cabría preguntarse sobre la
programación que sugiere el Currículum oficial en cualquier Sistema
Educativo y si, de alguna manera, no presupone cierto control por
parte de un “Gran Profesor del Sistema”, llamado Gobierno
.
González-Pienda,
J. A.; González Cabanach,
R.; Núñez Pérez, J.
C. y Valle Arias, A.
(coords.) (2002): Manual de psicología de la educación. Madrid,
Pirámide
Iyanga
Pendi, A. (1996): La Educación Contemporánea. Valencia,
NAU