Si me preguntarais acerca de
Literatura, no sabría deciros mucho. Pues, lo que es peor, nada sé.
Quizá que sea uno de los artes clásicos. Pero más allá del arte,
¿por qué hablamos de Literatura? Me pregunto si acaso sin ser arte
podemos hablar de Literatura, puesto que hay pintura, escultura o
cine aunque no haya obras maestras. Supongo que también habrá
literatura que no sea arte. No lo sé. Empero, ¿puede haber catarsis
aunque no haya arte?
Con esta entrada pretendo mostrar más
inquietudes –canalizarlas si cabe- mediante esta acción consciente
y voluntaria que es escribir. Quizá no sea Literatura, porque dudo
que alcance la calidad de arte, pero en ello estoy.
Lo hago porque no puedo limitarme a lo
de siempre, porque necesito escapar de lo asumido, de lo automático,
para componer o recomponer mis pensamientos en este caso.
Utilizo el lenguaje, pero en su
restricción escrita. Sé que es pobre, pero es necesario cuando no
se domina el arte de la retórica oral. Qué bello sería que toda
esta reflexión pudiera salir de mi boca sin la menor planificación.
¡El control consciente!
Me encanta el lenguaje porque permite
comunicarnos, pero aún me gusta más que se pueda jugar con él. A
nuestro antojo, cuando queramos... casi. Al menos para escribir. Si
el aprendizaje dura toda la vida, ¿por qué no habría de permanecer
en nosotros esa función lúdica del lenguaje?
Desgraciadamente, apenas hace dos
décadas en que he empezado a comprender que el lenguaje no sólo es
lo gramatical. Antes al contrario, lo gramatical parece ser la parte
más exigua. El lenguaje es sonoro y visual, no se reduce a cadenas
de símbolos, no somos simples máquinas; somos capaces de saludar
con múltiples estados de ánimo, por ejemplo. Por eso digo que el
lenguaje escrito es un lenguaje restringido, pobre. ¿Qué gracia
tiene leer un cuento sin entonarlo?
Como docente necesito aprender a
contar cosas. No sólo a reflexionar, no sólo a transmitir, no sólo
a guiar con leves comentarios. Debo saber cómo seducir con la
voz –no, no me estoy refiriendo a bellas señoritas, que puede que
también-.
El paradigma es el teatro. Ese género,
o como quieran llamarlo, en que el texto cobra vida en la escena, sin
la cual el texto no es teatro. No creo que sea suficiente con evocar,
con narrar sin más; el alumno necesita meterse entre bastidores.
¿Cómo va a hacerlo si sólo le imponemos un guión? Creo que debo
darle parte de mi vida, poner toda la carne en el asador para que al
menos prenda el fuego de la ilusión, del deseo de conocer cada vez
más.
No, no basta con el texto.
El texto puede ser manifestación o
garantía de que nosotros, docentes, sabemos, que le podemos ayudar a
aprender. Pero el resto depende de él. Y el resto es mucho, la
mayoría.
En suma, me resulta fácil hacer esta
corta reflexión, pero me cuesta horrores entrar en lo anecdótico y
salir con éxito. Lo anecdótico, que es lo que engancha a nuestro
interlocutor, lo que tira del resto al que aludía. En esas migajas
es donde entra en juego la literatura, especialmente el cuento.
¡Menudas migajas!
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