11 de diciembre de 2012

Contar con palabras, contar algo más




Si me preguntarais acerca de Literatura, no sabría deciros mucho. Pues, lo que es peor, nada sé. Quizá que sea uno de los artes clásicos. Pero más allá del arte, ¿por qué hablamos de Literatura? Me pregunto si acaso sin ser arte podemos hablar de Literatura, puesto que hay pintura, escultura o cine aunque no haya obras maestras. Supongo que también habrá literatura que no sea arte. No lo sé. Empero, ¿puede haber catarsis aunque no haya arte?
Con esta entrada pretendo mostrar más inquietudes –canalizarlas si cabe- mediante esta acción consciente y voluntaria que es escribir. Quizá no sea Literatura, porque dudo que alcance la calidad de arte, pero en ello estoy.
Lo hago porque no puedo limitarme a lo de siempre, porque necesito escapar de lo asumido, de lo automático, para componer o recomponer mis pensamientos en este caso.
Utilizo el lenguaje, pero en su restricción escrita. Sé que es pobre, pero es necesario cuando no se domina el arte de la retórica oral. Qué bello sería que toda esta reflexión pudiera salir de mi boca sin la menor planificación. ¡El control consciente!
Me encanta el lenguaje porque permite comunicarnos, pero aún me gusta más que se pueda jugar con él. A nuestro antojo, cuando queramos... casi. Al menos para escribir. Si el aprendizaje dura toda la vida, ¿por qué no habría de permanecer en nosotros esa función lúdica del lenguaje?
Desgraciadamente, apenas hace dos décadas en que he empezado a comprender que el lenguaje no sólo es lo gramatical. Antes al contrario, lo gramatical parece ser la parte más exigua. El lenguaje es sonoro y visual, no se reduce a cadenas de símbolos, no somos simples máquinas; somos capaces de saludar con múltiples estados de ánimo, por ejemplo. Por eso digo que el lenguaje escrito es un lenguaje restringido, pobre. ¿Qué gracia tiene leer un cuento sin entonarlo?
Como docente necesito aprender a contar cosas. No sólo a reflexionar, no sólo a transmitir, no sólo a guiar con leves comentarios. Debo saber cómo seducir con la voz –no, no me estoy refiriendo a bellas señoritas, que puede que también-.
El paradigma es el teatro. Ese género, o como quieran llamarlo, en que el texto cobra vida en la escena, sin la cual el texto no es teatro. No creo que sea suficiente con evocar, con narrar sin más; el alumno necesita meterse entre bastidores. ¿Cómo va a hacerlo si sólo le imponemos un guión? Creo que debo darle parte de mi vida, poner toda la carne en el asador para que al menos prenda el fuego de la ilusión, del deseo de conocer cada vez más.
No, no basta con el texto.
El texto puede ser manifestación o garantía de que nosotros, docentes, sabemos, que le podemos ayudar a aprender. Pero el resto depende de él. Y el resto es mucho, la mayoría.
En suma, me resulta fácil hacer esta corta reflexión, pero me cuesta horrores entrar en lo anecdótico y salir con éxito. Lo anecdótico, que es lo que engancha a nuestro interlocutor, lo que tira del resto al que aludía. En esas migajas es donde entra en juego la literatura, especialmente el cuento. ¡Menudas migajas!



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