3 de diciembre de 2012

Corrupción y trastorno de la personalidad




¿Es un corrupto una persona afectivamente equilibrada? En función de la respuesta se puede colegir una u otra vinculación entre ética y psicología.
Para no divagar sobre cuestión tan abstracta, propongo fijarnos en los motivos que podrían impulsar a un corrupto a cantar la gallina. Desde una distinción simplista podríamos establecer motivaciones endógenas o exógenas, pero estamos convencidos de que en algún momento ambos tipos de motivación convivirían de una forma u otra. Por ejemplo: el corrupto es denunciado y, ante la infalibilidad de las pruebas, éste acaba reconociendo su culpa, en parte por evitar males mayores. O bien: el corrupto, profundamente arrepentido, confiesa motu proprio su intencionado error, esperando quizá que su acto de contrición contribuya a atenuar las execrables consecuencias para las personas de su entorno.
En cualquier caso, se produce un dilema entre sus propios intereses y los de su comunidad. Un dilema que en su día, cuando optó por el error intencionado, creyó haber resuelto, pero que, sin embargo, es muy probable que permanezca el resto de sus días en su conciencia, si la tiene. Si no la tiene, estamos contestando a la pregunta inicial con una rotunda negación: el corrupto no es una persona afectivamente equilibrada, sino un psicópata, para quien no hay dilema.
Si el corrupto no es un psicópata, sino que simplemente vio una oportunidad de mejora personal, sin apenas daño para otras personas, quizá entonces quede alguna esperanza de que alguna vez pueda llegar a admitir su error.
No obstante, la admisión del error supone un esfuerzo enorme, tanto mayor en la medida en que conlleva más perjuicios para la persona que lo admite. Pero, aun siendo enorme el esfuerzo, hay que tener especial cuidado en no considerar a esas personas arrepentidas como héroes. Tiene mucho más de héroe la persona que en situaciones similares no hubiera caído en el error. Y, aunque tiene mérito, no es ninguna heroicidad cumplir con el deber. De la existencia de héroes y heroínas anónimos nos podemos percatar en ésta y otras sociedades. Personas que, impulsadas por un amor a los demás, sacrifican parte de su vida para compartir. Todos conocemos a alguna de estas personas.
Ahora bien, si para que mejoren algunas cosas, es necesario llamar héroes a los corruptos que traten de redimirse, así les llamaré, con tal de que con ello contribuyan a paliar sus tropelías. Venga: necesitamos héroes.

2 comentarios:

  1. Según se las gastan las conciencias en el mundo político, sería casi un milagro ver a un corrupto de primera línea pedir perdón y devolver el dinero.

    Pero de ilusiones también se vive.

    Un Saludo Jose.

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    Respuestas
    1. También lo creo, y no creo en los milagros; luego, lo creo imposible.
      Sin embargo, parece que en algún caso hay algún contrariado, que acaba cantando o tirando de la manta. No obstante, como indico, me parece que en su día podrían no haberse corrompido y, aun así, lo hicieron, a diferencia de quienes no lo hicieron. A quienes les importa un pimiento el resto de las personas, más que ególatras, en el caso de los corruptos, habría que tildarlos de psicópatas. Serían ellos incluso en el caso de delación quienes agradecerían ser considerados como héroes. Pero es pura ironía del texto.
      No vivo de la ilusión, pero convivo con el optimismo a pesar de todo y porque no me queda más remedio.

      Un saludo, Félix

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