Extraído
de:
Misterio,
educación y ciencia. La cuestión no es la respuesta, sino la
pregunta
(ISBN: 978-1409280569)
«[…] De acuerdo con que la escuela es algo (aún no vamos a entrar
en su definición) que favorece entre otras cosas la transmisión del
conocimiento, ese bien humano que mejora nuestra comprensión de
nuestra realidad y, se supone que, de nuestras vidas... Acaso en
última instancia como una garantía biológica para la perpetuación
de nuestra especie.
Sin
embargo, incluso desde ese punto de vista puramente epistemológico y
aun ontológico, es un motivo insuficiente; es una convicción propia
(y sospecho que de una gran mayoría de personas) que el ser humano
necesita de otros seres humanos. Es decir, somos seres sociales. No
basta con que cada uno tenga una idea de su realidad. O sí, pero la
evolución parece haber demostrado que el hecho de compartir esas
ideas genera conocimiento, que es mucho más potente que las ideas de
cada uno por separado. Y, en general, podríamos estar de acuerdo en
que la unión de esfuerzos redunda en un beneficio mayor para un
conjunto de personas.
Ahora
bien, alguien podría alegar que con la familia es suficiente para
llevar a cabo esa –digámoslo ya- socialización. No lo creemos. La
familia juega un papel imprescindible en las primeras etapas, en que
el bebé y poco a poco el niño van adquiriendo mayor independencia.
Progresivamente, el niño va descubriendo un mundo más amplio y
diverso. Necesita ubicarse en una realidad menos endogámica –como
quedaría patente desde el punto de vista de la descendencia, en la
unión con otro miembro de diferente familia-. Para ello el individuo
necesita haber trascendido a su familia y empezar a conocer y a vivir
en grupos sociales más amplios y con menor arraigo o protección.
Si
no fuera por la escuela, es posible que aún estuviéramos
refiriéndonos al clan de los García, de los Pérez o de los Mc.
Gregor.
Tras
el paso por la escuela, el individuo ha compartido sus experiencias,
inquietudes, intereses y pensamientos con otros, quienes habrían
hecho lo propio con él.
Sin
embargo, también es discutible que la simple reunión de niños de
diferentes familias fuera suficiente para garantizar la transmisión
del conocimiento. Y menos aún para la perfección de éste. Porque
no olvidemos que la escuela es un agente más de socialización, pero
también de mejora del futuro social, no sólo de cada individuo. Y
para ello los niños necesitan guías adultos, que les orienten, les
ayuden a convivir y que, en conexión con la familia y otros agentes,
contribuyan a su educación: favoreciendo su aprendizaje y
garantizando su desarrollo. Que, en un futuro, sirva para mejorar la
sociedad. La educación, pues, para que sea perfectiva, ha de ser
explicitada: organizada y sistemática. Y, como elemento de cohesión
social desde la escuela, hasta cierto punto consensuada por la
sociedad o con unos básicos (no sé si reducirlo a contenidos). Es
decir, se hace necesaria la educación formal desde la escuela.
Es
necesaria, pero no suficiente. Y, desde luego, esta justificación o
defensa a ultranza de la escuela se sostiene en unos fines teóricos
que en demasiados casos han resultado ser idealistas. Pero es lo
mejor que tenemos y, en general, funciona […]».
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