No suele pasar, pero a
veces es inevitable.
Las cosas cambian, las
ideas aparecen y desaparecen, y los cambios son un hecho. En eso no
creo que deba rectificar. Pero sí en cómo se producen esas
transformaciones. Incluso si éstas se analizan en virtud de una sola
variable: el tiempo.
Es inevitable el cambio,
que siempre pasa porque pasa el tiempo; pero, en un ambiente
cultural, en el que la voluntad tiene mucho más que decir que en la
Naturaleza, suelen ser factibles de evitar los cambios profundos.
Pero no siempre, como nos está demostrando la crisis.
Siempre me había
parecido quimérica la idea de la revolución. Para lo cual solía
argumentar en términos de irreversibilidad, apropiándome de
términos de la Termodinámica. Es una cuestión de velocidad, de
variación respecto al tiempo: más rápido, más difícil la
reversibilidad, más cerca de la revolución que de la evolución.
Sigo creyendo que una de las consecuencias de la revolución es la
irreversibilidad, pero empiezo a decirme: "¿Y qué?".
¿Qué pasa si nos
echamos a la calle? ¿Qué pasa si nos negamos a consumir los
productos de determinadas multinacionales? ¿Qué pasa si nos
oponemos a determinadas leyes? ¿Qué?
Probablemente no pase
nada, porque no podrá reunirse tanto acuerdo en la acción, en la
praxis. Sucede el acuerdo cuando se ha creado una ideología o una
conciencia metafísica aglutinadora de consciencias individuales.
Pero eso sólo ocurre contra la guerra, contra el matrimonio
homosexual o contra el descenso de un equipo de fútbol a segunda be.
En general suele haber un hecho detonante con el que sentirse
identificado; es difícil cuando se trata de aunar diferentes
interpretaciones de, en el fondo, el mismo hecho detonante.
Diferentes interpretaciones como diferentes situaciones individuales
o familiares.
Hay sin embargo una
misma intención subyacente en las grandes corporaciones. Una
intención que se justifica en términos de supervivencia.
¿Supervivencia? ¿De quién, de qué?
Cuando escucho que todos
hemos colaborado en la crisis, dudo. No sé si todos nos hemos
hartado de ganar dinero, de adquirir bienes (curiosa palabra).
Algunas personas nunca se hartan de ganar. Pero muchas personas nos
estamos hartando de ver tanto abuso; si ganaran y no nos perjudicara,
fenomenal, pero no es el caso. Se produce un hartazgo. Pero, dada la
escasez de miras de quienes no se hartan, prefiero llamarlo hartura,
por la falta de altura de sus personas.
Yo, al menos, estoy
harto de que algunos políticos se espíen o dejen de espiarse para
tapar o indagar las perversiones que hacen en su intimidad, ocultos
tras su poder de intimidación, preocupados de beneficiar a personas
que puedan reportarles comisiones. Estoy harto de que encima se
erijan en víctimas, como si lo más importante fuera su partido, ni
siquiera su persona. Estoy harto de los empresarios modelo, aquellos
que se creen que ganar un poco más que la competencia es justo, que
no es robar. Estoy harto del valor añadido, de la expresión
"calidad de vida" y de la ñoñería de quienes alaban al nuevo
traje del emperador. Estoy harto de la realidad virtual que nos
mantiene alejados de la calle, de los amigos, de la familia y de las
relaciones cordiales, la realidad que nos hacen ver como un concurso
de habilidades, de videojuego en el que las malas artes son buenas en
la medida en que nos permite pasar a la siguiente fase. Estoy hasta
las narices de que todo sea culpa del gobierno de turno, de que no
confiemos en nuestras posibilidades. No soporto más tanta
beligerancia hacia quienes se cuestionan supuestas verdades
absolutas, como la religión. Me indigna quienes critican "Educación
para la Ciudadanía" basándose en un supuesto adoctrinamiento,
como si no lo fuera "Lengua" o "Conocimiento del Medio", o
como si antepusieran la moral católica a los valores de tolerancia
de nuestra Constitución o de los Derechos Humanos. Yo también me
estoy cansando de tolerar algunas cosas.
Si el fin justifica los
medios, quizá sea la hora de empezar a reflexionar sobre la
revolución que han empezado ellos: dando pábulo a las supuestas
necesidades de supervivencia de las grandes empresas, diseñando y
aplicando EREs a diestro y siniestro, moviendo el cashflow que les
hemos dado para sus activos tóxicos... Estoy harto de ser prudente.
Harto de contener mi ira contra quienes no tienen ningún miramiento
hacia los demás.
¿Por qué hemos de
contentarnos con las migajas que nos dejan unos miserables? Si ellos
no están hartos, yo sí. Si ellos revolucionan, otros tendremos
derecho también, ¿no?
PD: Intentaré una entrada más light la próxima vez
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