Hay ocasiones en que la interpretación
de los hechos nos aúpa o nos hunde. Otras veces la vida sigue tal
cual, con nuestro pasado apareciendo de vez en cuando. Pero lo único
real es el presente.
¿Te acuerdas de
cuando nos conocimos? Me acuerdo de la mancha de aceite que camuflaba
uno de los rombos de tu jersey inglés. Sus mangas sólo dejaban
asomar seis de tus uñas, tres por cada mano. Hasta que las lanzaste
y me abrazaste: giraste con tus manos mi cabeza mientras mis ojos se
cerraban quizá evitando mirar cómo me besabas. No llegaste a
pasarte de rosca, pero mi boca ya no fue la misma.
Ahora no puedo
recordar aquel sabor y no dejo de olvidar mis ojos tristes. Tengo una
amargura que me trae la brisa del recuerdo, una tenue luz me impide
recordar tu sonrisa, mientras que un brillo en tu mirada me dio
entonces la solución: dejarlo. Pero ya ves, no puedo. No puedo
evitar la brisa sin recordar aquel instante, no puedo soñar con
estrellas que brillen más que tú... ni quiero.
Prosigo la marcha
con las manos en los bolsillos. Atrás queda mi mirada perdida. Pero
sigues conmigo, invitándome a fijarme de nuevo en el horizonte de la
memoria en blanco, donde debes de estar, quizás.
Hoy el viento se
llevó las nubes que anunciaban tormenta ayer. Los rayos solares
calientan mi piel, de melanina desactivada en primavera. Las flores
acarician a los insectos que las liban y a mí no hay quién me
acaricie. Porque la única flor de este insecto apartó sus pétalos
hace ya varios años. Y nadie la vio. Si la vieron, nadie me lo dijo.
Si fue vista, nunca me lo dijiste. Tú eras la flor y jamás te
encontraré. Ni en el horizonte de la memoria que mece mis
sentimientos, los acurruca y los duerme. O eso intenta. Pero no, no
lo consigue, porque no quiero. Quiero recordarte excelsa, luminosa,
más que el mismo Sol. Tú fuiste mi verdadero calor. Y lo sigues
siendo. ¡Bendita dependencia!
Mi andar vuelve a
ser lento, pero sigo, no debo parar. Mi tren debió haber parado, o
yo haber saltado en marcha. Entonces. Ahora es tarde. He regresado al
lugar, que ya no es lugar sin ti.
Saco un pitillo
del paquete que guardo en el bolsillo de mi camisa. Lo enciendo, doy
una calada, aspiro el humo y lo echo. Una bocanada atormentada que
sólo exhala un humo confuso y gris. Vuelvo a acercármelo a la boca,
aspiro y vuelvo a echar humo. No, no es por tu calor. Esto es vicio y
tú no lo eres. El anhelo no es vicio si no es vivido. Y, amor mío,
aunque vivo por tu recuerdo, no vivo peor sin ti.
Por alguna razón
decido pararme bajo un chopo. Oigo el susurro de sus hojas. Oigo
también algunos gorjeos de pájaros, tal vez preparando sus nidos.
Se ha consumido
el cigarro.
A lo lejos diviso
polvo. Un vehículo acercándose, ya no oigo las hojas del chopo ni
los pájaros. Llega la nube de polvo, me inunda, el trasto pasa a
unos pasos, se va alejando y el polvo me provoca tos. Miro al
vehículo alejarse; la nube desaparece a medida que está más lejos.
Un ejemplo de armonía: la visibilidad como relación inversa entre
nitidez a través de la nube y la distancia al vehículo.
Así paso las
tardes en que te conocí.
Precioso !
ResponderEliminarMe ha gustado, un relato realmente conmovedor.
ResponderEliminarLa memoria es sabia. Simplemente recordamos sentimientos, sensaciones. Enhorabuena, me ha transportado.
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