5 de enero de 2013

Así paso las tardes en que te conocí


Hay ocasiones en que la interpretación de los hechos nos aúpa o nos hunde. Otras veces la vida sigue tal cual, con nuestro pasado apareciendo de vez en cuando. Pero lo único real es el presente.


¿Te acuerdas de cuando nos conocimos? Me acuerdo de la mancha de aceite que camuflaba uno de los rombos de tu jersey inglés. Sus mangas sólo dejaban asomar seis de tus uñas, tres por cada mano. Hasta que las lanzaste y me abrazaste: giraste con tus manos mi cabeza mientras mis ojos se cerraban quizá evitando mirar cómo me besabas. No llegaste a pasarte de rosca, pero mi boca ya no fue la misma.
Ahora no puedo recordar aquel sabor y no dejo de olvidar mis ojos tristes. Tengo una amargura que me trae la brisa del recuerdo, una tenue luz me impide recordar tu sonrisa, mientras que un brillo en tu mirada me dio entonces la solución: dejarlo. Pero ya ves, no puedo. No puedo evitar la brisa sin recordar aquel instante, no puedo soñar con estrellas que brillen más que tú... ni quiero.
Prosigo la marcha con las manos en los bolsillos. Atrás queda mi mirada perdida. Pero sigues conmigo, invitándome a fijarme de nuevo en el horizonte de la memoria en blanco, donde debes de estar, quizás.
Hoy el viento se llevó las nubes que anunciaban tormenta ayer. Los rayos solares calientan mi piel, de melanina desactivada en primavera. Las flores acarician a los insectos que las liban y a mí no hay quién me acaricie. Porque la única flor de este insecto apartó sus pétalos hace ya varios años. Y nadie la vio. Si la vieron, nadie me lo dijo. Si fue vista, nunca me lo dijiste. Tú eras la flor y jamás te encontraré. Ni en el horizonte de la memoria que mece mis sentimientos, los acurruca y los duerme. O eso intenta. Pero no, no lo consigue, porque no quiero. Quiero recordarte excelsa, luminosa, más que el mismo Sol. Tú fuiste mi verdadero calor. Y lo sigues siendo. ¡Bendita dependencia!
Mi andar vuelve a ser lento, pero sigo, no debo parar. Mi tren debió haber parado, o yo haber saltado en marcha. Entonces. Ahora es tarde. He regresado al lugar, que ya no es lugar sin ti.
Saco un pitillo del paquete que guardo en el bolsillo de mi camisa. Lo enciendo, doy una calada, aspiro el humo y lo echo. Una bocanada atormentada que sólo exhala un humo confuso y gris. Vuelvo a acercármelo a la boca, aspiro y vuelvo a echar humo. No, no es por tu calor. Esto es vicio y tú no lo eres. El anhelo no es vicio si no es vivido. Y, amor mío, aunque vivo por tu recuerdo, no vivo peor sin ti.
Por alguna razón decido pararme bajo un chopo. Oigo el susurro de sus hojas. Oigo también algunos gorjeos de pájaros, tal vez preparando sus nidos.
Se ha consumido el cigarro.
A lo lejos diviso polvo. Un vehículo acercándose, ya no oigo las hojas del chopo ni los pájaros. Llega la nube de polvo, me inunda, el trasto pasa a unos pasos, se va alejando y el polvo me provoca tos. Miro al vehículo alejarse; la nube desaparece a medida que está más lejos. Un ejemplo de armonía: la visibilidad como relación inversa entre nitidez a través de la nube y la distancia al vehículo.
Así paso las tardes en que te conocí.

3 comentarios:

  1. Me ha gustado, un relato realmente conmovedor.

    ResponderEliminar
  2. La memoria es sabia. Simplemente recordamos sentimientos, sensaciones. Enhorabuena, me ha transportado.

    ResponderEliminar

Puedes añadir tu comentario aquí: