«Los
hombres, por el contrario [que los animales], dado que son conciencia
de sí y así conciencia del mundo, porque son un cuerpo consciente
viven una relación dialéctica entre los condicionamientos y su
libertad». (Freire, 1970, p.120)
De forma que llegamos a otra gran
cuestión, esta vez desde la Ética: damos por hecho nuestra
existencia individual, cada uno la suya, y, en un gran esfuerzo
tomamos conciencia de las de los demás; sin embargo, en esa toma de
conciencia se producen otras adquisiciones: nuestros afectos
trascienden y nos afectan los de otros. Éste es el motor de nuestra
colectividad, nuestra fibra sensible, la conexión universal. O no.
Ése es el dilema: ¿por qué habría de preocuparme por los demás?
Basándonos en la máxima de Kant, no hagas para los demás lo que
no querrías para ti, por egoísmo ilustrado. Si hemos dicho que
no estamos solos y que dependemos en cierta medida de las relaciones
con los demás, si no lo hago por ellos, al menos, lo haré por mí.
Con ello queremos significar la
importancia de nuestra presencia en esta realidad. Si no creemos en
la bondad, ni en el altruismo, creamos, en una superación del
antropocentrismo, en nosotros, cada uno en sí mismo, sin olvidar que
no somos autosuficientes. Quizá yo crea en la bondad del
hombre y ello me impulse a obrar también por los demás, pero no
conozco a todas las personas. Quizá crea en un fin común, bueno y
solidario para todos, pero no sé si los demás creen lo mismo. Hagámoslo por nosotros, sin preocuparnos de dónde venimos ni adónde vamos, sino porque estamos y queremos seguir estando, y, puesto que estamos, estemos lo mejor posible. Aquí surge el ejemplo
del misionero, esa persona que actúa en beneficio de otras personas,
incluida ella, por supuesto. O el del kamikaze, que actúa en
perjuicio de otras personas para el supuesto beneficio de otras,
creyéndose recompensado también, por supuesto. O el del especulador
inmobiliario... ¿O éste no? Todos parecemos compartir esa
preocupación por los demás, pero todos parecemos guardar para
nosotros nuestra preocupación por nosotros mismos, por nosotros como
individuos.
Son nuestros agónicos argumentos en
esta sociedad, global para unas cosas e individualista para todo. De
acuerdo, ya nos hemos cansado de predicar el bien para los demás, es
hora de predicar el bien para cada uno: que cada cual mire para
sí, pero que no olvide su soporte ecológico, que no olvide el
efecto huracanado provocado por el aleteo de una mariposa al otro
lado del Mundo.
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