No
lo vais a creer, pero esta mañana desperté en un ático. La luz
azul mediterránea penetraba en mi alma susurrándome: "Despierta,
despierta", como las sirenas a Odiseo en su regreso a Ítaca.
Pero me mantuve absorto cinco minutos más para frotarme los ojos, no
fuera que ese fulgor me estuviera produciendo una aberración
lumínica. Me desperecé, me deshice de las sábanas y me asomé al
ventanal: el celeste se difuminaba oscuro en el marino, la mar bella,
apenas erizada en suaves olas que la brisa mecía. Me sentía volar,
en un sueño maravilloso.
No
me lo podía creer; apenas habían transcurrido unos meses desde mi
detención en Cuba, y no fueron precisamente unas vacaciones,
encerrado sin ton ni son -quizá más son que ton, y todo por unas
copitas de ron-. Pero por fin podía gozar de mi ansiada libertad: en
España, mi patria, extraditado con honores. Nada más llegar a
España me visitó de nuevo la esperanza. Y la suerte, por lo que
veo.
Es
como si, frotando una lámpara o una botella, hubiera salido un
genio. Porque, tampoco lo vais a creer, me llega el extracto del
banco y resulta que tengo ¡más de veinte millones de euros libres
de impuestos! Vamos, ¡que llevo un día!
Así
que paso de trabajar, dejaré mi puesto de consejero y me dedicaré a
defender mis principios sobre la libertad y la felicidad. La sangre y
la orina no es lo mío, pero los análisis, sí. Y aunque dicen que
nadie es profeta en su tierra, creo que esta vez ya podemos gritar
todos -venga todos-: “¡Ya estamos saliendo de la crisis!”. Al
menos yo.
El
sol se atisba por fin en Madrid, casi a punto de ponerse, sin
embargo, ¡qué bonita imagen de la que se nos viene encima!
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