Con
sus labios pronunció la lluvia, de las yemas de sus dedos arrancó
los surcos, por su mirada el Sol se estremeció. Lejos del mundo,
implacable en sus ademanes, con borrachera cosechada en las fauces de
Deméter. Lejos. Las estrellas, absortas, se alejan y el ser se
endiosa. La sorpresa aniquila el proceso creador para escudriñar la
lujuria que produjo la tierra, cada vez más lejos. Carne, placer y
hambre se funden en el ser divino que es aireado por Eolo, en calma
chicha, sin furia. Las cosas se estremecen, las ideas nacen. Nada
será como antes, acaso igual al mismo tiempo.
Las
arrugas prolongan la superficie de su cara, cual fractal al
contraluz. Nadie habría sido capaz de descubrir su aletargada vida
de no haber escudriñado en su conversación, fresca, nauseabunda de
candor. Rendida ante los años, suspira espuria, intacta ante el
caos, gélida y mortecina en los recuerdos. Su voz, desprende cuantos
de luz, cambios de presión en su mirada. Las puertas de Hades se le
antojan pequeñas, ni como uva pasa. Díscolos los dedos artríticos,
se flagelan entre sí, atenazando la vida, de nuevo en un suspiro. Y
ella nunca reniega, cabecea, sin bramar, angustiosa en su falta de
soledad, ahora que quiere estar sola.
Las
rosas no se inventaron, las tormentas, tampoco. La paz no consiste en
un destello. El alumbramiento clama por la locura soñada al
anochecer, pero el silencio acuna el rostro de los miserables. La paz
no llega, el amor se niega, y las almas no existen. Todo bajo un
fulgurante lodazal que inunda nuestras conciencias y nos arrebata el
arte. El volcán, sus efluvios, y el magma de las estatuas de los
irredentos. Y átomos, y venga átomos.
Misterios
que no se resuelven, matemáticas de Göedel, y economía para
impíos. En un mundo que nos pertenece sin derecho. Una realidad que
nos devora como Cronos. Así seguimos, en la caverna.
Voraces
de amor, de conocimiento, de comunicación, seguimos medrando.
Alejados, muy alejados, cercanos por la falta de contacto real,
cuántico. Cuando el sentido común nos hace sentirnos vacuos,
eternos sin embargo en el cosmos que inventamos en nuestra paupérrima
capacidad mental. ¿Cuándo? Ni lo sabemos, lo intuimos, sumidos en
evidencias de un isótopo de carbono en semidesintegración, o eso
creemos. Pero aún es peor si no lo creemos, pues otros nos alienarán
con sus fábulas divinas. Mas, no quisiéramos enquistarnos en
nuestra condición. ¡Qué bello sería no necesitar tanta
explicación! Si todo fuera bello, bastaría con contemplarlo, pero
nuestra cueva se estremece al oírnos, y nosotros con ella. Vómito
de luz, paroxismo. Nada es más que cero, pero cero es nada.
Sólo
una señal: me toco, sin contacto. El triunfo cuántico, y me
pregunto: “¿Por qué la teoría de cuerdas, por qué el
multiverso, si ni siquiera sé cómo es el alma humana?”. Todo es
el principio, todo cambia, todo se mueve.
Maravillosa entrada. "La unica certidumbre es que todo es incierto" (W. Heisenberg)
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