21 de diciembre de 2012

El tsunami y el junco

¿Se han dado cuenta? Federico Trillo es embajador en Londres. Sin consultar las hemerotecas, habrá quien pueda preguntarse por qué. No estoy seguro de la respuesta, o, más bien, de los matices retóricos de quienes se ocuparan de invadir los medios de comunicación con interpretaciones políticamente correctísimas. Por ejemplo, podrían argumentar que la razón está en la Democracia: “Son los electores quienes tienen la última palabra”. Podrían. O quizá de otra forma: “Los ciudadanos ya le juzgaron”. O tal vez: “Después de que se resolviera judicialmente lo del Yak 42, queda claro que su actuación fue la correcta”. Parecería así que su cargo es merecido. ¿Para quién: para él, para los españoles? 


Por ahora apenas he oído una tibia referencia a su representación -durante ocho años más tras el Yak 42- en el poder legislativo, de donde emanan las normas de nuestra Democracia. No me digan que no se maravillan de la facilidad que tienen algunos políticos profesionales no sólo para eludir acusaciones, sino incluso para darles la vuelta. A mí me sigue pareciendo portentoso, más que la tercera ley de Newton. Una ley, por cierto, que no sale de ninguna cámara parlamentaria. 
Es más que tener cintura. No sólo basta con esquivar. 
Me estoy acordando de todo el revuelo que fomentaron y alimentaron desde la antigua jerarquía del PP sobre la denominada “teoría de la conspiración”. Durante meses gasté grandes energías parpadeando porque no me creía que, lo que empezó siendo una insinuación, fuera creciendo como una seria posibilidad: como si las entrañas del Estado hubieran planificado el terrible atentado de los trenes de Atocha. Y, ¡oh, casualidad!, el Estado estaba siendo gobernado por los socialistas. Los señores y señoras del PP que habían gobernado el Estado antes y durante los atentados no sólo es que no tuvieran ninguna responsabilidad, sino que además se erigían como adalides de la justicia infinita. Pero, no satisfechos con esto, se aplicaban con denuedo en relacionar el atentado con su firme postura de defensa de las instituciones (“una grande y libre”) en contra de las listas de la izquierda abertzale, para matar así dos pájaros de un tiro. Y luego criticaron la cacería de Garzón -aunque después fueron a cazarle-. A propósito de la Gürtel, ¿no oyeron a la dimitida Presidenta de la Comunidad de Madrid manifestar que su partido estaba siendo víctima de una persecución judicial auspiciada por el Gobierno socialista? Llamo la atención sobre el calificativo “socialista”, que, pronunciado por personas conservadoras suena como “estalinista” o, cuando menos, “bolchevique”. Estamos de acuerdo en que encierra connotaciones históricas o, más bien, anacrónicas. Pero me parece abyecto recurrir a esa demagogia, como me lo parecería calificar de franquistas a algunos que se autodenominan liberales. 
El PP suele reaccionar como una devota sexagenaria de capital de provincia: una señora que se pasa el día hablando de buenas costumbres, para canalizar la frustración o el temor que le suscita su pérdida de estatus. Una señora que no ahorra críticas contra quienes se saltan los preceptos de las buenas costumbres; naturalmente, las suyas. Una señora que tiene sus propios valores. Suyos, y que no se los toquen. Porque, vamos, qué atrevimiento el de un joven que la increpa cuando trata de colarse en una pastelería. ¡Qué poco respeto! El PP sigue hablando de falta de modales. De los demás. 
Algún asesor con barba y ojos azules debió de aconsejarles mal sobre el cambio de valores y el movimiento de globalización que se empezaba a vislumbrar a finales de los años ochenta del siglo pasado. Dimitido Demetrio Madrid, ya tenían la fórmula maravillosa. Una estrategia de sexagenaria forrada de pieles saliendo de misa, pero disfrazada de monje zen. 
Quisieron hacernos creer el principio del junco, que se dobla ante un tsunami y recupera su ser cuando ha pasado. En algunos círculos de la anhelada España imperial esto funcionó y funciona: es una forma de dárselas de moderno, de abierto. Pero, una vez más, se vuelve a confundir conocimiento con dominio parcelado. Se confunde auge económico con auge cultural y, así, durante los noventa muchos españolitos vinculan ganar dinero con la obtención de un título de hidalguía. Y, entre otras cosas, en lugar de levantarse juncos, se levantan tabiques de Pladur. Erre que erre, apenas hace un año.
Ahora resulta que Rodrigo Rato fue el mejor ministro de Economía de la Democracia -es llamativa la humildad con que lo restringen a los últimos treinta años-, y Aznar, por supuesto, el mejor presidente
A mi juicio fueron el tándem del pagaré. ¿Conocen la historia? Dice así: Un rico comerciante enseñó a otro el fantástico diamante que había heredado de una tía lejana. El segundo comerciante, maravillado por la joya, no pudo resistirse y le instó a que se la vendiera. El heredero, tras aludir a un pretendido valor sentimental, planteó un precio excesivo para el otro: dos mil dólares. Pero el comprador, sin impresionarse, sacó un talonario de su levita y le propuso pagarle con un pagaré, justificando que no llevaba dinero suficiente. El heredero, ante la posibilidad de ganar una suma de manera tan fácil, aceptó la proposición. Cuando estaban a punto de despedirse, el primero manifestó su arrepentimiento y solicitó al otro que le devolviera el diamante y él le devolvería el pagaré de dos mil euros. Pero el nuevo dueño le expuso que, dado que se había incrementado la demanda, debía incrementarse el precio. Por lo cual le pidió tres mil dólares. Como el dueño original tampoco tenía dinero encima, le propuso extenderle un pagaré. Estuvieron toda una tarde intercambiando el diamante con pagarés de importes cada vez mayores. Cuando uno le estaba extendiendo al otro un pagaré por un millón de dólares, el otro llamó la atención sobre lo que creía haber descubierto: ¿Te has dado cuenta de que hemos encontrado una forma fácil de ganar dinero?
Rato consiguió que muchos se creyeran el milagro de los panes y los peces de cemento. Y, con este aparente respaldo material, Aznar lo tuvo fácil para convencerlos de un sueño: “todo es posible si eres español
No es tener cintura, tampoco es emular al junco, sino afianzarse como un muro de hormigón armado. Es la consigna. No se trata de esquivar; es una escenificación tramposa, en la que se simula ser un tabique, como acaso pueden serlo otros diez millones de españoles, cuando, en realidad, se es un muro infranqueable, capaz de repeler cualquier ola e incluso redirigirla a quienes no piensan como ellos. 
Cierta mañana el Financial Times criticaba la actitud de los políticos españoles, preguntándose cómo era posible que el debate se instalara en rivalidades partidistas, alejadas de la crisis económica. Me cuesta creer que este prestigioso diario no hubiera caído en la cuenta de la condición humana. Algo de lo que los estrategas del PP continúan sacando mucho jugo. Por un lado, es fácil movilizar los bajos instintos (animadversión, prepotencia, irracionalidad en suma), y, por otro, no cuesta nada alejar las causas últimas de la vida cotidiana. Cada cual tiene bastante con su vida, especialmente si le auguran continuamente que ésta irá de mal en peor. Pero, si uno se fija un poco, aun sin saber macroeconomía, cuando escucha o lee que la crisis económica es una crisis de confianza, pronto comprende que, en el fondo, es una crisis moral (un fraude, vamos). Y entonces uno despierta y reconoce que la estrategia especulativa del PP, en cierta forma adoptada por el FMI de Rato para superar la crisis de las tecnológicas de 2001, no debería seguir creciendo. Se equivocarían si despreciaran la potencia de la Naturaleza, creyendo que siempre podrían seguir elevando su muro de hormigón. ¿Qué muro puede con el tsunami de la crisis actual? ¿No se han parado a pensar sobre las grietas que se van produciendo? Sólo vale la estrategia del junco: flexibilidad, paciencia, tesón y confianza. 
Pero eso sólo se puede hacer si, como se hizo tras la Perestroika, empiezan a demoler el muro que han creado. 
Eso incluye al embajador Trillo. Y tendrán que hacerlo si no quieren que sea comparado con el señor Fabra -aunque Trillo ya se ocupa de que no sea así-. Porque es lo que tiene la Democracia: el peso de la mayoría es determinante para elegir, pero a veces, la mayoría, si está engañada, puede tomar la peor de las decisiones.


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