17 de diciembre de 2012

Manos para pensar

A Víctor no le amputaron las manos, le amputaron la vida. A su familia, los sueños. Al Pueblo, la esperanza. A nosotros, la libertad. Pasa más de un tercio de siglo para enterrar su cuerpo, pero seguimos esperando su vida, sus sueños, la esperanza y la libertad.


Aún seguimos en las trincheras. Protegidos de los otros, quizá no sepamos que ellos también estén agazapados. Quizá debamos seguir estando así porque somos diferentes y sea más lo que nos separa que lo que nos une. Sólo quizás. Porque no sabemos casi nada: no sabemos dónde se enquistaron nuestras desavenencias, ni si han existido siempre y si acaso pertenecemos a categorías humanas diferentes. ¿Habrá dos categorías de sapiens sapiens?

En la inmensidad del Cosmos no conocemos más vida que la de este mundo, el Mundo. Y en este mundo no conocemos más inteligencia que la nuestra (¿"las nuestras"?) -quizá porque conocer está implícito en inteligencia, y porque es desde nuestra inteligencia desde la que conocemos-. En ese caso, tal vez sea posible la coexistencia de dos inteligencias. Sin que por ello sea posible su convivencia. Debe de haber algo más que "mera" inteligencia, pero asumamos este término y su concepto como reunión de las cualidades de nuestra especie. Metamos ahí pensamiento, en su contenidos y en sus formas, además de otros aspectos como la afectividad, las relaciones sociales, etcétera.

Tracemos un gran círculo de Venn en el que quepan todas esas características. Tracemos otro, conectándolo en intersección con este, y tratemos de discernir qué cosas pueden separarse y cuáles compartirse, con la finalidad de que cualquiera de ellos pudiera representar el conjunto de características humanas. Comprobaremos que es difícil, incluso dudamos de que tal cosa se pudiera establecer. Pero, no sólo aunque los diagramas trataran de representar a sólo dos personas diferentes, sino incluso a la hora de representar a una misma persona en dos momentos distintos de su vida adulta.

Somos diferentes a nosotros mismos.

¿Y qué? No es una razón de peso para dudar de algo común, algo que intersecta esos círculos. Si aceptamos que hay esencia, en su sentido fundamental e inmutable, puede que tengamos que referirnos a dos esencias, una para cada clase de humanos. Pero sólo tenemos un término, humanos, que, como tal, es sustantivo. Si el término define una comunalidad de características sustanciales, siguiendo en el pensamiento aristotélico, la forma que se escapa de la intersección sólo son adjetivos, sólo calificativos.
Pero más allá de la terminología, más allá de la epistemología y más allá de la ontología si cabe, nos encontramos con la realidad del sufrimiento, del enfrentamiento, de la distancia de lo que parece igual pero no lo es. La distancia entre poderoso y sometido, entre el inflexible y el tolerante, entre el exigente y el trabajador. Entre el que piensa y el que piensa, en suma.

¿Quién tiene más derecho? ¿Quién tiene más derecho a ser libre? ¿Quién tiene más derecho a actuar sobre el otro o actuar sin considerar la consecuencia de sus acciones sobre los otros? Si acaso alguien tiene ese derecho.

Por voluntad individual cada uno de nosotros actúa dentro de los límites del ámbito en que se encuentra. Pero esta suposición se cercena en la gran mayoría de las sociedades, pues dudamos de que existiera siquiera la posibilidad de ser divulgado este artículo en China, en Marruecos o en el seno de una multinacional de diamantes, petróleo o alimentación. Es una suposición falaz en muchas sociedades y organizaciones por la simple razón de que el individuo perteneciente a ellas desconoce cuáles son sus límites, por muy restrictivos que estos sean. El capricho normativo rige sobre la conciencia de cada sometido. No cabe la discusión y sólo vale hacer. Si uno hace, si uno sólo se preocupa de sus manos, no tiene capacidad para pensar. Y, si no piensa, no hay capacidad para cambiar con intención. Y, cuando no hay intención, no hay voluntad, en este caso individual.

O eso creen.

Pero se equivocan los poderosos. Se equivocaron Nixon, Kissinger y la CIA; como se equivocaron Hitler, Franco y Castro. No podéis aniquilarnos a todos los que no somos como vosotros. El problema es que vosotros lo sabéis, y lo queréis. Porque sois depredadores insaciables, ansiosos por gozar con nuestro sufrimiento con tal de sentiros dioses. Estáis dispuestos a correr el riesgo de dejarnos subsistir, para utilizarnos, para auparos sobre la mediocridad que día a día os preocupáis por denostar: a vuestros súbditos, a vuestros trabajadores, a vuestros esclavos.

Os equivocáis todavía si creéis que sólo actuamos para vosotros. Es verdad que hacemos, pero no olvidéis que somos los únicos primates con pulgar oponible, que nuestras manos también son características de nosotros, como la inteligencia que tratáis de amortajar. Esa es vuestra disyuntiva: machacarnos las manos o no, pues sabéis que siempre actuaremos y que sobreviviremos, aunque sea para matarnos entre nosotros en el circo, aunque dependamos de vuestro pulgar verdugo. Seguiremos siendo libres como lo fue Víctor Jara y seguiremos luchando por que os unáis a nosotros, donde podréis argüir en pos de vuestros símbolos, esos que seguirán tratando de someternos.

Pero nunca olvidéis que sabemos que sois humanos, sustancialmente como nosotros, aunque menos numerosos. No olvidéis vuestro origen, asumiréis mejor vuestro final. Aunque seáis psicópatas, porque siempre nos preguntaremos si un psicópata sufre psicopatía.

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