1 de diciembre de 2012

Una leve defensa de la escuela


Extraído de:
Misterio, educación y ciencia. La cuestión no es la respuesta, sino la pregunta (ISBN: 978-1409280569)

«[…] De acuerdo con que la escuela es algo (aún no vamos a entrar en su definición) que favorece entre otras cosas la transmisión del conocimiento, ese bien humano que mejora nuestra comprensión de nuestra realidad y, se supone que, de nuestras vidas... Acaso en última instancia como una garantía biológica para la perpetuación de nuestra especie.
Sin embargo, incluso desde ese punto de vista puramente epistemológico y aun ontológico, es un motivo insuficiente; es una convicción propia (y sospecho que de una gran mayoría de personas) que el ser humano necesita de otros seres humanos. Es decir, somos seres sociales. No basta con que cada uno tenga una idea de su realidad. O sí, pero la evolución parece haber demostrado que el hecho de compartir esas ideas genera conocimiento, que es mucho más potente que las ideas de cada uno por separado. Y, en general, podríamos estar de acuerdo en que la unión de esfuerzos redunda en un beneficio mayor para un conjunto de personas.
Ahora bien, alguien podría alegar que con la familia es suficiente para llevar a cabo esa –digámoslo ya- socialización. No lo creemos. La familia juega un papel imprescindible en las primeras etapas, en que el bebé y poco a poco el niño van adquiriendo mayor independencia. Progresivamente, el niño va descubriendo un mundo más amplio y diverso. Necesita ubicarse en una realidad menos endogámica –como quedaría patente desde el punto de vista de la descendencia, en la unión con otro miembro de diferente familia-. Para ello el individuo necesita haber trascendido a su familia y empezar a conocer y a vivir en grupos sociales más amplios y con menor arraigo o protección.
Si no fuera por la escuela, es posible que aún estuviéramos refiriéndonos al clan de los García, de los Pérez o de los Mc. Gregor.
Tras el paso por la escuela, el individuo ha compartido sus experiencias, inquietudes, intereses y pensamientos con otros, quienes habrían hecho lo propio con él.
Sin embargo, también es discutible que la simple reunión de niños de diferentes familias fuera suficiente para garantizar la transmisión del conocimiento. Y menos aún para la perfección de éste. Porque no olvidemos que la escuela es un agente más de socialización, pero también de mejora del futuro social, no sólo de cada individuo. Y para ello los niños necesitan guías adultos, que les orienten, les ayuden a convivir y que, en conexión con la familia y otros agentes, contribuyan a su educación: favoreciendo su aprendizaje y garantizando su desarrollo. Que, en un futuro, sirva para mejorar la sociedad. La educación, pues, para que sea perfectiva, ha de ser explicitada: organizada y sistemática. Y, como elemento de cohesión social desde la escuela, hasta cierto punto consensuada por la sociedad o con unos básicos (no sé si reducirlo a contenidos). Es decir, se hace necesaria la educación formal desde la escuela.
Es necesaria, pero no suficiente. Y, desde luego, esta justificación o defensa a ultranza de la escuela se sostiene en unos fines teóricos que en demasiados casos han resultado ser idealistas. Pero es lo mejor que tenemos y, en general, funciona […]».

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