Decir
hoy en día que estamos en manos del capital suena tan poco vigente e
indeterminado como la teoría del flogisto en el s. XIX, está
superado.
Lo
que expuse en las entradas Trabajo,esfuerzo y crisis I y II,
venía a ser una aproximación general, a modo de pensamiento
lateral, para tratar de comprender por qué nos hallamos en la
denominada
crisis económica y financiera. Con esta
nueva entrada al blog
trataré de explicar esas primeras reflexiones con algunos ejemplos,
generalmente en la misma dirección: esfuerzo
o trabajo se dan casi siempre, pero lo importante es la intensidad en
una u otra dirección.
Para
comenzar me voy a permitir una pequeña licencia: servirme de un
modelo teórico de la mecánica clásica, según el cual, podemos
asumir de forma reducida la definición de trabajo como una magnitud
que indica el efecto de la aplicación de una fuerza para el
desplazamiento de un cuerpo en una determinada dirección en el
espacio. Su fórmula intuitiva es la siguiente:
Donde
F indica la fuerza ejercida y d, el
desplazamiento. Lo significativo de esta formulación es que, aunque
el trabajo W es escalar (sólo es una cantidad), tanto
la fuerza como el desplazamiento se producen en sentidos y
direcciones concretas (las flechas simbolizan esto, indican que
fuerza y desplazamiento son vectores). El trabajo puede tomar
valores positivos, negativos e incluso el valor nulo (cuando son
perpendiculares la dirección de la fuerza y la del desplazamiento).
Tras
este breve repaso, pasaré a exponer algunos ejemplos, en los que
puede subyacer este modelo, y de donde podremos extraer algunas
conclusiones.
Imaginemos
a un estudiante que acaba de doctorarse y a quien le conceden una
beca de investigación en una empresa. Transcurridos tres años
investigando, llega a publicar su primer artículo en una revista de
cierta resonancia en su campo. Lo publicado formaría parte de un
estudio que aportará una mejora en una fase del proceso de
producción de determinados productos comercializados por su empresa.
Al cabo de un año, son implementados los resultados de su estudio y,
al cabo de seis meses, se habría constatado su mayor eficiencia.
Paralelamente, el investigador habría ido estrechando lazos con
personas influyentes de su organización. Por todo ello, al cabo de
cuatro años más, sus méritos serían reconocidos y se le nombraría
director de producción. Como la coyuntura fuera buena, sería
propuesto para consejero delegado, puesto que comenzó a desempeñar
a los once años de su llegada a la empresa. Su perfil respondía a
las expectativas de diversas empresas, de manera que, con el tiempo
fue desarrollando su profesión como alto ejecutivo en diferentes
sectores, sucediéndose en algunas ocasiones fuertes compensaciones
económicas en forma de stock options, bonos, etcétera.
A
primera vista la carrera profesional de esta persona parecería
impecable, pero ¿estaríamos de acuerdo si la empresa en que se
desarrolló se dedicaba a la fabricación de armas? Seguramente
disentiríamos en nuestras apreciaciones: valiéndonos de la
definición física de trabajo (y sin valernos de ella), para muchos
su trabajo habría sido negativo, habría aplicado una fuerza en
sentido contrario al desplazamiento de nuestra sociedad, en contra de
la paz.
Supongamos
que su empresa inicial no estuviera en el sector de armamento, sino
en el farmacéutico. Nuestra valoración general sería buena, pero
podríamos preguntarnos algo más: si la mejora en el proceso que
estudió conllevaba una importante deforestación tropical en pos de
encontrar una sustancia imprescindible para el abaratamiento del
proceso. Si el abaratamiento del proceso facilitaba el acceso de la
población a un medicamento muy necesario, quizá muchos perdonarían
ese mal menor que habría significado la deforestación. Si el
abaratamiento se orientaba sobre todo a la rentabilidad de la
empresa, la deforestación se vería como imperdonable.
Pero
aún podemos ir un poco más lejos. Suponiendo que su trayectoria en
la empresa no hubiera planteado ningún dilema serio, podríamos
empezar a imaginarnos que su periplo como alto ejecutivo se hubiera
basado en el diseño y aplicación de instrumentos financieros, por
ejemplo. Su política de diversificación de activos le podría haber
llevado a la diversificación de riesgos en general: trasladando
inversiones a futuros, refinanciando capitales... Todo dentro de un
marco legal, como lo ha sido la fabricación de armas y la
deforestación de grandes masas selváticas.
Esta
persona se habría esforzado muchísimo a lo largo de su vida en
todos los casos. Durante un tiempo, prácticamente toda su vida,
habría representado el espíritu de superación e incluso habría
sido un prototipo de buen trabajador. Pero en algunos supuestos
comentados, nosotros como observadores no habríamos hallado un lugar
de acuerdo al juzgar sus prácticas.
A
estas alturas, ya habrá lectores que hayan caído en la cuenta de
que los matices que propongo no tienen relevancia si son referidos a
una sola persona. Supongan, entonces, que hay un colectivo de
personas con prácticas similares a las de nuestro ejemplo. Por
definir alguna característica común, establezcamos como esencial un
interés denodado hacia su trabajo y una excelente capacidad para
comunicar sus logros. Como sugerí en Trabajo, esfuerzo y crisis(II), esto, dentro de la legalidad, nos puede parecer lícito,
como a ellos, pero también ilícito (Quiénes hacen la élite).
Pero ya que este colectivo no es consciente o le importan un pimiento
las consecuencias negativas de sus prácticas a medio y largo plazo,
¿no es posible que quienes vivimos a su estela seamos tan miopes
como para no ver la que se nos avecina?
No
es mi intención demonizar este tipo de prácticas o de actitudes,
pues me parece excesivo generalizar incluso en eso; no dejaría de
ser una burda simplificación. De la misma forma espero que la
generalización en el sentido opuesto también sea percibida como
excesivamente reduccionista: no todos los esfuerzos que redundan en
uno mismo son necesariamente perjudiciales para los demás.
Por
eso, no se puede aludir al capitalismo como a la razón última de
nuestra crisis. Es un factor más, en cuanto a su forma extrema de
liberalismo económico, pero ni siquiera el mismísimo Adam Smith
excluía cierta regulación. En un ejercicio de abstracción mayor,
encuentro un modelo que puede explicar con más tino qué pasa: somos
una organización, en la que se dan intereses individuales y que, en
tanto a organización, coexisten con intereses comunes o rectores que
definen a la organización (civilización, sociedad... no importa
tanto la terminología). Lo que parece claro es que los esfuerzos de
unos y otros acaban respondiendo a la estructura y a la cultura (o
señas de identidad, en forma de valores, principios, actitudes...)
de la organización y, a su vez, definiéndolas. Si se viera el
capitalismo como patente de corso para todas las voluntades
individuales, sería negar la propia organización. Y, desde luego,
no ha llegado hasta ese extremo, porque seguimos teniéndonos como
organización humana, hasta los más egoístas confían en esa visión
antropocéntrica que les envuelve.
Es
comprensible que haya muchas razones para el pesimismo, pero, a pesar
del hambre, de las desigualdades, de la ausencia de oportunidades, de
los conflictos violentos, encuentro un dato, al menos un dato que me
mantiene en cierto optimismo: hasta hace apenas un siglo la esperanza
de vida mayor a setenta años sólo se podía referir a quizá un
diez por ciento de la población mundial; es cierto que en términos
absolutos las diferencias (en miles de millones de personas en la
actualidad) son mayores, pero ahora podemos hablar de una esperanza
de vida de al menos setenta años en una cuarta parte de la población
mundial. Es un dato cuantitativo frío, pero es objetiva la mejora,
pese a que afectivamente nos duelen más que nunca esas diferencias.
Queda
por ver si la tendencia seguirá acentuándose en esos términos
relativos y si, por otra parte, una mejora de la esperanza de vida
también entraña una mejora de la vida, aunque sea reflejado en algo
tan simple como el IDH (Índice de Desarrollo Humano).
Sí
parece claro que, como en otras crisis, empezamos a mentalizarnos de
que es necesario aunar esfuerzos en una misma dirección y sentido
(fuerza y desplazamiento), como los remeros de una galera. La
cuestión es quién marca las remadas y quién dirige el timón,
porque nunca ha habido galeras con democracia.
Finalmente,
me planteo si las entradas de este blog devienen en un trabajo
positivo, negativo o nulo.